El Rey recibió ayer en La Zarzuela al presidente de la Ciudad Autónoma, Juan José Imbroda, en un encuentro que cerraba la ronda de contactos que el monarca español ha mantenido con todos los dirigentes autonómicos salidos de las urnas el pasado 28 de mayo. Es costumbre que el Jefe del Estado se entreviste con los representantes de las distintas autonomías y tome así el pulso de cuál es la situación de los distintos territorios de la nación.
Según Imbroda, Felipe VI tiene un amplio conocimiento de la situación de Melilla. Se entiende con eso que sabe perfectamente cuáles son los problemas que aquejan a los melillenses y que pasan sobre todo por un mal momento económico que dura ya años sin que se vean muchas luces aún a final del túnel.
Y esos problemas económicos actuales tienen nombre propio: Marruecos. Por mucho que Albares se empeñe en que las relaciones con el vecino del sur son inmejorables, lo cierto y verdad es que la aduana comercial sigue cerrada y los marroquíes siguen sin conceder a Melilla el régimen de viajeros, fundamentalmente porque entienden que la frontera no viene más valor que aquel que ellos quieran darle y que en este caso es ninguno.
Marruecos quiere asfixiar económicamente a los melillenses e incumple reiterada y pertinazmente su compromiso de no entrar en cuestiones de soberanía con la letanía ya manida de la “ciudad ocupada”. Mientras, el Gobierno español mira para otro lado y de boquilla se limita a señalar que Melilla es española y punto.
El Gobierno actual que preside Imbroda tiene planes económicos que podrían revertir la situación y crear un nuevo modelo productivo. Se trata de arrinconar la dependencia que se tiene actualmente del sur y engancharse a las oportunidades que ofrece el norte, ya sean los acuerdos con Andalucía, el apoyo del Gobierno español e incluso el abrazo de la Unión Europea.
Pero para todo eso los melillenses necesitan ayuda, mucha. De ahí que una visita de Felipe VI a la ciudad fuera agua de mayo para mirar al futuro con mucha más esperanza de éxito que ahora. Tener al Jefe del Estado en Melilla sería un espaldarazo fundamental a cualquier plan de futuro porque asentaría la idea de españolidad y daría estabilidad de cara a algo tan miedoso y esquivo como es la inversión, el capital, el dinero.
Tener al Rey en la ciudad, aunque fueran unas horas, inyectaría optimismo, incluso uniría más a los melillenses como ya ocurriera en 2007 cuando estuvieron por aquí sus padres, don Juan Carlos y doña Sofía. Era impresionante ver en la Plaza de España el clamor de júbilo de todos los ciudadanos sin distinción, todos enarbolando la misma bandera y festejando algo que se anhelaba durante décadas.
Si el Rey, como dice Imbroda, tiene “la voluntad y el deseo” de venir, Melilla lo acogerá con los brazos abiertos sabiendo que no hay mejor carta institucional que la ciudad pueda jugar para encarar su reinvención en una población más próspera, que aumente la calidad de vida de sus ciudadanos.