El soberano ruso está despojado y digamos que desguarnecido. Y quien le ha puesto el cascabel al gato que demuestra ante los ojos del mundo y de los ciudadanos rusos, ha sido uno de sus compinches, Yevgueni Prigozhin (1961-62 años). El propósito del Jefe del Grupo Wagner gravitaba en ganar el pulso al Ministro de Defensa, Serguéi Shoigú (1955-68 años), pero la suerte ha revelado a un Vladímir Putin (1952-70 años) extenuado más que en ningún otro tiempo en los veintitrés años que lleva en el poder.
En cierta manera, es un ida y vuelta constante en la determinación más equívoca de su carrera política: la invasión de Ucrania.
Desde que decidió lo que el 24/II/2022 aún apela como ‘operación militar especial’, el líder ruso parece ser víctima de una condenación: fracasan sus tentativas militares, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) cada vez es más espaciosa y está más fusionada que nunca y, según su discurso, Rusia, “azotada por las sanciones más duras de la historia, ha estado a punto de un baño de sangre en su propio territorio”. Recuérdese al respecto, que Putin alcanzó el poder como fiador de la estabilidad y la prosperidad después del desplome de la antigua Unión Soviética.
A día de hoy, Rusia es mucho más frágil de lo que daba la sensación. Su propaganda pretendía persuadirnos de que Ucrania es un Estado fallido, pero es la misma Rusia la que cabecea. Si Putin hubiese contrarrestado a Prigozhin, habría aflorado como un líder potente como él se distingue. Pero lo encasilló de traidor y más tarde le deja marcharse a Bielorrusia sin pagar por haber coordinado el modus operandi de la rebelión.
Lo que queda suficientemente claro que no es un dirigente negociador, porque tuvo que echar mano del presidente bielorruso para que hiciera esta labor. Como tampoco ha procedido como Comandante en Jefe ni diplomático.
El levantamiento del Jefe de Wagner, Prigozhin, un oligarca que se enriqueció a la vera de Putin, evidencia que su pericia de desmembrar a sus fieles es una bomba de relojería a punto de explosionar. Según el escritor británico Mark Galeotti (1965-58 años), autor de ‘Putin’s Wars. From Chechenya to Ukraine’, “hay justicia kármica en el hecho de que haya sido Prigozhin, una creación de Putin, quien haya escenificado el mayor desafío en sus más de dos décadas en el poder”.
“Esta sublevación en sus formas y condiciones ha sido tan portentosa, que a muchos les pareció que el régimen estuvo en la cuerda floja para estar en el colapso más crítico, lo que a los ojos del mundo mina la capacidad del mandatario ruso para afianzar el control”
Dice al pie de la letra el cronista especializado en el crimen organizado transnacional y en asuntos de seguridad y política rusos: “La Rusia de Putin es un híbrido peculiar: una corte casi medieval encaramada sobre un estado moderno burocrático. En su lealocracia, el poder se define más por la proximidad con el monarca que por el papel formal. El favor de Putin es la moneda de cambio real, aunque el valor se modifica a diario. Esta corte se rige por la vieja táctica del divide y vencerás… Y Putin es el árbitro que decide quién vence”.
De esta forma, fue el denominado ‘chef’ de Putin, un protagonista alumbrado por el ex jefe del KGB para ejecutar todo tipo de encargos inmundos, quien la impulsó. Y lo llevó a escena cuando nada más y nada menos, se consumaban dieciséis meses de la guerra en Ucrania, un suceso que tal y como versa esta disertación, contrasta un punto de inflexión en la historia de la Rusia más reciente.
En apenas veinticuatro horas pudimos contemplar cómo una hornada de mercenarios a las órdenes de Prigozhin, se adentraban en Rusia desde el Este de Ucrania sin encontrar inconvenientes, se hacía con las principales infraestructuras militares de Rostov del Don, un punto crucial para el despliegue hacia el estado vecino y desde ahí prosperaba en dirección a Moscú.
Con anterioridad, el Jefe de Wagner había mostrado su disconformidad al Ministerio de Defensa por hostigar a sus tropas y había exigido reunirse con Shoigú y el Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Rusia y el primer Viceministro de Defensa, Valeri Guerásimov (1955-67 años).
Realmente, Prigozhin, estaba embravecido e indignado porque el Kremlin había reclamado que sus mercenarios se reintegraran en el Ejército ruso. Sus incesantes descontentos por la escasez de munición y el trámite de la élite militar rusa habían incomodado a Shoigú.
Lo que decidió hacer ese día fue capitanear a miles de mercenarios con destino a Moscú y apenas halló resistencia. De hecho, abatieron diversos aviones y asesinaron a unos veinte soldados, entre ellos, los pilotos. Prigozhin puso nombre a este avance apelándolo a una ‘Marcha por la Justicia’. Cuando se encontraba a tan sólo 200 kilómetros de Moscú, una capital que se había protegido para ser inabordable a las arremetidas imprevistas, el Jefe de Wagner optó por retornar a Rostov del Don, tras salvar su cabeza y garantizar la seguridad de sus integrantes con el Presidente bielorruso, Alexandr Lukashenko (1954-68 años).
Aquella jornada Putin se dirigió a los rusos y dio su palabra de “castigar severamente a los traidores”. Con su ardor por las insinuaciones históricas, rememoró aquel año 1917, de tal manera, que parecía el último Románov, un zar sitiado por una sublevación de antiguos esclavos. Arengó que aquella agitación era una “puñalada por la espalda”. Pero más bien, le faltó por completar que había un grosero entre sus filas.
A continuación se esfumó del entorno, aunque su portavoz afirma que estuvo en el Kremlin expectante ante el curso de los hechos. Igualmente se expuso que se había blindado en su villa de Valdai, la residencia mejor custodiada al Noroeste de Moscú. Más tarde argumentaría haberse demorado en tomar la decisión por lo que en aquel instante se dilucidaba: había en juego una guerra civil en toda regla.
“La reciente espiral de inquietud acontecida en la geopolítica internacional, ha tenido un vuelco insospechado: el Grupo Wagner tuvo la entereza de llevar a término un levantamiento contra el gobierno de Putin, desequilibrando el ya volátil conflicto en Ucrania y dejando a muchos interpelándose sobre el verdadero influjo de este grupo”
Tras su aparición en Rostov del Don, los combatientes de Wagner fueron encumbrados como superhombres. Al igual que se divisó a Prigozhin gesticulando como si fuera algo parecido a una estrella de rock. Una milicia de mercenarios se había encaramado contra la élite militar rusa y cambió de rumbo, como si sencillamente se hubiera limitado a no desempeñar una guardia. Para sorpresa de muchos, en lugar de infundir intimidación y aborrecimiento entre los rusos, recibían loas y aclamaciones.
El Jefe del Grupo Wagner aseguró que su designio no era destituir a Putin, sino hacer denotar su insatisfacción general por la forma de actuar con sus fuerzas. Según anunció el periódico estadounidense ‘The Wall Street Journal’, el plan inicial era detener a Shoigú y Guerásimov, pero tuvo que cambiar su estrategia porque el Servicio Federal de Seguridad (FSB) lo desenmascaró. Asimismo, la inteligencia norteamericana destapó que Prigozhin creía que contaba con aliados en la órbita militar rusa.
Curiosamente, el General de las Fuerzas Armadas de Rusia y Comandante de las Fuerzas Aeroespaciales, Serguéi Surovikin (1966-56 años), apodado ‘General Armagedón’, es uno de los militares a quienes respeta. Existen habladurías de que se le detuvo y lo que parece probable es que ha sido interrogado para indagar si estaba al tanto de la rebelión.
Aún se tardará en saber con exactitud qué aconteció ciertamente: desde cuándo Prigozhin estaba dispuesto a intervenir, quiénes estaban al tanto de sus previsiones y qué deseaba objetivamente. Pero lo que no se puede encubrir desde el Kremlin son los hechos constatados: la aproximación de los mercenarios hacia Moscú.
Sin duda, era una insurrección suicida, pero acabó con un vuelco de improviso como su avance. En esta ocasión los incidentes alternativos no podían ocultar a los mercenarios como ucranianos nazis, ni decir que Prigozhin operaba a las órdenes del empresario y multimillonario estadounidense George Soros (1930-92 años). La cruzada del relato también se hizo añicos.
Si bien, podríamos estar refiriéndonos a un zar inconsistente ante las piezas de un puzle por determinar. Primero, el motín en sí; segundo, la desenvoltura con la que los mercenarios se movieron como pez en el agua por el territorio ruso; y, tercero, la falta de un correctivo. Putin, aunque propuso que los ‘traidores’ serían castigados, ha dejado que Prigozhin se marche a Bielorrusia, y ha brindado a los wagneritas la opción de integrarse en el Ejército ruso, estar al lado de su líder o regresar a sus casas. Probablemente, Putin ha cerrado en falso esta crisis y a posteriori se producirán algunas sorpresas.
En apariencia, Putin ha esquivado lo peor, aunque no ha podido truncar el parecer más quebradizo e inestable. Algo así como si la supremacía que ostenta se apuntalase sobre tres cabos sueltos: primero, su autoridad personal; segundo, las reservas financieras de Rusia y la capacidad de enfundar las dificultades con dinero; y tercero, su reconocimiento sobre las fuerzas de seguridad. Pero, por encima de todo, su legitimidad ha quedado deteriorada en los tres frentes.
Del destino de Prigozhin todo son teorías y especulaciones. ¿Está seguro en Bielorrusia? El líder ruso ha visto que Prigozhin se ha hecho popular, pero no como el opositor Alexéi Navalni (1976-47 años), de manera que de momento parece que lo posterga, pero lo tiene controlado.
El Grupo Wagner va a dejar de operar en Ucrania, después de haber conseguido uno de los triunfos más simbólicos y gravosos para Rusia en la batalla por Bajmut. Los ucranianos ni mucho menos han renunciado a reconquistarla en su contraofensiva que progresa mansamente en el Sur y Este del país.
La línea ofensiva confeccionada por Rusia es compacta y será costoso abatirla. Sin los mercenarios de Wagner, otro señor de la guerra, Ramzán Kadírov (1976-46 años), líder checheno, ha visto su momento cumbre y ha justificado su apoyo empedernido a Putin. Pero las fuerzas especiales Ajmat de Kadírov son menos nutridas que los wagneritas. Por lo tanto, el Grupo Wagner proseguirá ejerciendo en África.
A día de hoy, varios observadores analizan que Prigozhin no habría sido capaz de tomar las instalaciones militares en la ciudad sureña de Rostov del Don como una seda y emprender su rápido movimiento hacia Moscú, sin el consentimiento expreso de algunos componentes de la cúpula militar. Y es que, miles de miembros de su ejército transitaron casi mil kilómetros a través de Rusia sin apenas toparse con alguna resistencia importante. Sin inmiscuir, el derribo de al menos siete aeronaves que antes ya cité. Cuando dictaminó retornar a sus tropas como parte de un acuerdo negociado por el Presidente bielorruso, dicho pacto le confirió amnistía tanto a él como a sus secuaces, lo que les permitió trasladarse a Bielorrusia.
Entretanto, no son pocos los observadores del Kremlin estar en la hipótesis que algunos altos oficiales militares podrían haber secundado su tentativa de echar por tierra al Ministro de Defensa y al Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas. O sencillamente, eligieron aguardar y ver qué sucedía con el paso de las horas.
Vuelvo a reincidir, que el Jefe de Wagner contaba con el apoyo de varios altos oficiales del Ejército, y dado que estuvo cerca de alcanzar Moscú sin encontrar resistencia, es posible que no se haya equivocado del todo. Es viable que al inicio de su ‘Marcha por la Justicia’, Prigozhin entendiera que hallaría el aval entre oficiales de las Fuerzas Armadas, y que si su motín tenía el éxito esperado, se vincularían a ellos ciertos grupos dentro de la élite gobernante.
En cierta medida, las fuerzas del orden rusas podrían compartir esta creencia. Hasta tal punto, que los investigadores indagan si algunos oficiales se habían puesto del lado de Prigozhin. No obstante, no hubo ratificación oficial de esa tesis y ha sido imposible contrastarla.
Al hacer alusión a la falta de una respuesta militar más concluyente al amontonamiento, algunos han puesto en evidencia el contexto confuso y vacilante y las fluctuaciones del Kremlin sobre el empleo de la fuerza en espacios poblados.
A resultas de todo ello, algunos expertos indican que el sistema de gobierno ruso es “jerárquico y lento” y ni mucho menos impulsa la iniciativa. En estas condiciones los individuos meramente no estarían por la labor de operar sin órdenes directas, ya sea porque no las tenían todas consigo y quedaran en una posición comprometida, o porque en realidad sentían cierta afinidad por Prigozhin.
El analista incondicional del Kremlin, Serguéi Márkov (1958-65 años), cree que algunos miembros del ejército ruso podrían haberse mostrado remisos a confrontar a Prigozhin, pero que su carácter se endureció después de que las fuerzas del Grupo Wagner abatiesen varios helicópteros.
Otro enigma que continúa en todo lo alto es el acuerdo que puso el punto y final a la rebelión. La principal agencia de inteligencia de Rusia abrió una investigación contra Prigozhin por la conspiración, pero más tarde el caso ha sido sobreseído como parte de ese acuerdo. Putin, Prigozhin y Lukashenko, lo refirieron como una negociación propuesta para impedir un derramamiento de sangre.
También, como ya he mencionado, es indeterminado el futuro de Prigozhin y el Grupo Wagner. Putin expuso que los mercenarios que no colaboraron propiamente en la rebelión pueden adherirse al Ministerio de Defensa, retirarse o asentarse en Bielorrusia, pero se desconoce si seguirán siendo una única fuerza.
Otra cuestión es si Prigozhin podría no sentirse seguro con Lukashenko, conocido por su gobierno extremo y que pende del soporte político y financiero exclusivo de Putin. Se desconoce el paradero exacto del líder mercenario. Lukashenko sostiene que se encuentra en Bielorrusia y el secretario de prensa del Kremlin, Dmitri Peskov (1967-55 años), rehúsa revelar dónde está. Puede aguardarse que Lukashenko conserve un control estricto sobre las tropas de Prigozhin. Además, algunos expertos entienden que la forma en que Moscú espera que esto se lleve a cabo es que el grueso se traslade a Bielorrusia y luego se retiren para continuar sus operaciones en África.
En tanto, procurarán rescatar el equipo pesado de Grupo Wagner y más tarde resolver cómo utilizar a los miembros no líderes que elijan permanecer. Otros presumen que el Kremlin no consentirá que Prigozhin maniobre de modo autónomo en el extranjero como lo hacía anteriormente. Los últimos informes provenientes de la República Árabe Siria muestran que a las tropas del Grupo Wagner se les comunicó que se presentaran en la principal base militar rusa del país.
Vista la realidad de lo acontecido, la aspiración prioritario de la Presidencia de Putin desde su recalada en 2000, era alcanzar la restauración de Rusia como potencia mundial preponderante, apuntalándose en una recuperación del espacio estratégico de la antigua Unión Soviética. Para ello ha empleado procesos de integración política y económica, como en su día practicó con Bielorrusia, pero igualmente al restablecimiento de sistemas aliancistas, como la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, y en último caso, la intervención y control directo de Abjasia, Osetia del Sur o Crimea.
Es en el cuadro de este afanoso empeño y ante el menester de llevar a término actividades híbridas en terceros estados con intromisiones militares obligatoriamente clandestinas, cuando se promovió desde el Kremlin la configuración de una empresa privada denominada el Grupo Wagner y bajo la dirección de Prigozhin.
Las notables acciones del Grupo Wagner en la guerra de Siria, en la República de Mali pero, sobre todo, en la guerra de Ucrania o la anexión de Crimea, lo erigieron en la herramienta por excelencia del Gobierno ruso cuando eran imprescindibles intrusiones militares solapadas en el Cáucaso, Europa, Asia Central, Oriente Medio o el continente africano.
Sin embargo, al igual que ha sucedido en el caso de Estados Unidos con la organización paramilitar Blackwater, a largo plazo, este tipo de empresas militares privadas acaban lesionando los intereses estratégicos de los Gobiernos y países que las inspiran y disponen.
Efectivamente, estas empresas se placen de una extensa capacidad de maniobra militar independiente, debido a su exigua y sinuosa vinculación institucional con los agentes gubernamentales, ya que ello permite a éstas últimas la negación plausible. Es decir, contradecir su autoría y responsabilidad en aquellas actuaciones ilícitas que quedan en la estacada.
En parecidas condiciones el conflicto de intereses entre la empresa privada y el Estado suele ser irrisorio en sus efectos, mientras los mercenarios se manejan en asuntos indescifrables de corta o reducida entidad estratégica.
Con lo cual, no fue el advenimiento del Grupo Wagner que poco más o menos desde sus comienzos se consagró en dos conflictos concretos: Siria y Ucrania, 2014 y 2022, respectivamente, procediendo como unidades militares de élite en sustitución de unidades militares del propio ejército ruso.
Hasta no hace mucho, Prigozhin, ha estado librando su propia guerra en el Este de Ucrania, un protagonismo en ocasiones despiadado y cada vez más estrepitoso en la indeterminada campaña militar de Rusia. Hoy por hoy, se presenta a sí mismo y a su grupo de mercenarios como los auténticos patriotas, mientras escarnece a una buena parte de la jerarquía militar rusa por corrupta e ineficaz. Su pronunciamiento ha sido cada vez más obstinado y Putin sigue sin cortarles las alas.
En consecuencia, la reciente espiral de inquietud acontecida en la geopolítica internacional, ha tenido un vuelco insospechado: el Grupo Wagner tuvo la entereza de llevar a término un levantamiento contra el gobierno de Putin, desequilibrando el ya volátil conflicto en Ucrania y dejando a muchos interpelándose sobre el verdadero influjo de este grupo.
Días después del pronunciamiento armado que sacudió a Rusia, las pinceladas y detalles clave de la sublevación que dibujó la provocación más grande al gobierno ruso en más de dos décadas, continúan rodeados de hermetismo.
Aunque el acuerdo resuelto con Prigozhin impidió una incursión por Moscú que podría haber sumido al país en el desconcierto, la crisis descubrió importantes debilidades en la todopoderosa Rusia. Tras una réplica oscilante a la perturbación, Putin trató de remediar el quebranto a su reputación con una serie de programas consignados a forjar su fuerza y dominio.
La televisión estatal insistió en el mensaje de que un final fulminante de la insurrección consolidaba todavía más a Putin. El presidente se dirigió a las tropas y los agentes del orden en un ceremonial en el que el Kremlin parecía sacar del baúl de los recuerdos las inercias y usanzas militares henchidas de pompa de aquel Imperio ruso (1721-1917).
Del mismo modo, hizo alarde trasladándose a la ciudad de Derbent, cerca de la frontera con Azerbaiyán, en la región mayoritariamente musulmana de Daguestán, para acudir a la festividad islámica de la Fiesta del Sacrificio. Igualmente se desplazó entre gentíos que lo aclamaban y aplaudían, conversando con la muchedumbre y estrechando manos. Incluso de cara a la galería posó para una fotografía, algo insólito, exteriorizando una conducta considerablemente extraña para un líder habitualmente silencioso y circunspecto, no dado a conversar con el público.
En un alarde ficticio por intentar pasar página cuánto antes del motín, Putin se centró en cuestiones como el desarrollo de la industria turística en Derbent o las primicias tecnológicas. Pero a pesar de tales conatos y esfuerzos de control de daños y perjuicios por parte de la maquinaria propagandística del Estado, la vulnerabilidad se ha hecho inexpugnable a la causa.
Finalmente, esta sublevación en sus formas y condiciones ha sido tan portentosa, que a muchos les pareció que el régimen estuvo en la cuerda floja para estar en el colapso más crítico, lo que a los ojos del mundo mina persuasivamente la capacidad del mandatario ruso para afianzar el control.