Este Viernes Santo parecía distinto al de otros años. El ambiente de Semana Santa se respiraba en las calles del centro de la ciudad, que se encontraban abarrotadas de cientos de personas y envueltas en nubes de incienso. Melilla, a estas horas de la noche, se encontraba más viva que nunca.
La Plaza Menéndez Pelayo ya se encontraba abarrotada antes de las once de la noche. Al menos un centenar de melillenses se habían congregado para ver salir la Soledad de Nuestra Señora.
Muchos continuaban llegando desde la avenida principal y se repartían entre la plaza y López Moreno, por donde más tarde pasaría la Virgen.
Así, poco a poco, se iban aglutinando cada vez más personas frente a las puertas del Sagrado Corazón. Hasta que las luces comenzaron a apagarse, señalando que la hora había llegado.
A las once de la noche, Carlos Grandal y su esposa fueron los encargados de hacer la llamada para la salida. En absoluto silencio, las puertas de la parroquia se abrieron para dejar paso a la Cruz de Guía.
Instantes más tarde aparecía la Soledad, iluminada por sus candelabros y bañada por la luz de la luna. Bajó los escalones del Sagrado Corazón con delicadeza ante el centenar de cofrades que admiraban su belleza.
Los portadores la mecían suavemente, girando para enfilar López Moreno, que se encontraba engullida por la oscuridad. Las mantillas iban detrás de la Soledad y varias decenas más de devotos caminaban tras Nuestra Señora, siguiendo sus pasos en silencio y portando pequeñas velas encendidas.
Por entonces ya había una multitud de personas esperando junto a la empinada escalinata que sube hasta la calle Cánovas. Por ahí subió la Soledad, arropada por los melillenses que contemplaron con asombro el enorme esfuerzo y devoción de los portadores.
Fue allí, una vez arriba, cuando se vivió uno de los momentos más emotivos de la noche. La artista María Mendoza le cantó un Ave María mientras a la Virgen le llovían pétalos de rosas. Una estampa inolvidable para el recuerdo.
Bajo el manto de la noche e iluminada por la luna, la Soledad recorrió la avenida Castelar hasta llegar al callejón que lleva su nombre. Allí la esperaban una multitud de melillenses: a la entrada, a los laterales y arriba en las escaleras, donde no cabía ni un alfiler.
A lo largo y ancho del callejón había una alfombra de serrín hecha por el Grupo Joven de la Hermandad. Fue en ese lugar donde la Virgen se detuvo y se vivió otro emotivo momento. Una melillense del Grupo Joven leyó unas palabras a la Virgen, visiblemente emocionada por lo que estaba sucediendo.
El silencio reinaba en el callejón de la Soledad. Todos los presentes enmudecidos por la belleza que desprendía la Virgen. Antes de subir los empinados escalones, decenas de devotos se acercaron al trono y se fueron cambiando con los portadores. Permitiéndoles unos minutos de descanso antes de continuar con el recorrido.
Escalón a escalón, los portadores llevaron a Nuestra Señora con sumo cuidado y mucho esfuerzo hasta conquistar la cima de la calle Padre Lerchundi.
Mientras tanto, la avenida Juan Carlos Rey I se encontraba abarrotada de gente esperando su llegada con pequeñas velas encendidas. Y entre miradas de devoción, la Soledad recorrió la arteria principal de la ciudad con majestuosidad. Eran las dos de la madrugada cuando resonó la saeta en la voz de Estefanía Saavedra gracias a la Consejería de Distritos.
Una vez llegó a la tribuna, tuvo lugar el acto de desagravio por Gregorio Castillo, presidente de la Agrupación de Cofradías.
Tras esto, la Soledad de Nuestra Señora continuó con su camino de regreso a la iglesia del Sagrado Corazón. Con su entrada, pasadas las dos de la madrugada, terminaba este Viernes Santo.