Al desmoronarse el régimen de Muamar el Gadafi (1942-2011), la estructura peculiar del estado se desplomó y las instituciones que desde entonces operan con una hoja de ruta poco inteligible, continúan sin apuntalarse. Con lo cual, la movilización de facciones se dilucida en la competición de las mismas entidades establecidas que rivalizan entre sí, tanto en el propio Congreso Nacional General como en el Gobierno, donde diversos ministerios conducidos por hombres fuertes tienen el control de sus milicias.
Y es que, el Congreso Nacional General maneja de facto el país con ponderaciones incoherentes y sin haber sancionado su reglamento interno. Las discrepancias programáticas y particularmente en políticas económicas, son tan sólo la punta de lanza de una colisión férrea por el poder.
Ni que decir tiene, que el Estado de Libia superpone la fórmula estadounidense de construcción institucional que establece una democracia formal, sin que los escenarios que forjan la inseguridad sean encaminados de modo coherente. Si bien, hoy por hoy, la extenuación institucional empotra la coyuntura de un proceso de construcción de paz, inviable sin legitimar la seguridad ciudadana y el acercamiento de la población a los servicios básicos, entre ellos, un sistema válido funcional con garantías jurídicas y que impida el veredicto del ganador.
Pero, partiendo de la base que la Segunda Guerra Civil (16-V-2014/23-X-2020) fue un resultado colateral de las revueltas en unos cuantos estados del Norte de África y Oriente Medio, se rotularon bajo la categoría imprecisa de Primavera Árabe.
Dicho apelativo de rasgo occidental trae a la memoria los sumarios de democratización en Europa Central y Oriental, donde se lidió a las democracias populares apostadas y favorecidas por la entonces Unión Soviética. El calificativo de las revueltas en el universo árabe parece copiado de la Primavera de Praga de 1968, cuando cientos por miles de individuos se citaron en las calles por un arrebato en medio de la política de socialismo del líder checoslovaco Alexander Dubček (1921-1992).
Décadas más tarde del malogrado alzamiento, algunos territorios que salvaguardaban un estrecho alineamiento con Moscú acabaron democratizándose. Este antecedente histórico preponderó cuando desde 2010 se ocasionaron los desórdenes en el espectro árabe musulmán. Sin embargo, una de las premisas más significativas y que no siempre se le prestó la debida atención en las investigaciones y reportes de los medios de comunicación, incurrió en la denominada Primavera de Teherán, con reproches y acusaciones en Irán con motivo de la relección de Mahmmoud Abmadinejad (1956-65 años) en 2009 y que acabaron en una política de represión.
"Libia da la sensación de quedar inconcluso en el tiempo. Atormentado por las discordias de poder y la puja de intereses geoestratégicos y económicos, hacen que el vacío de liderazgo regional haya desatado una cresta migratoria y operaciones ilícitas"
Este paisaje indeterminado daba buena consistencia de una demarcación en constantes sacudidas, donde las encomiendas de cambio eran el común denominador y mostraban en todas las ocasiones, el automatismo de las nuevas tecnologías de las telecomunicaciones y de la información, saltando a la vista cómo escapaban al control de los estados.
En efecto, en el transcurso de las desaprobaciones era reincidente la inercia de mensajes de texto apelando a las manifestaciones y disponer iniciativas para agregar a más incondicionales. Así, las redes sociales y las plataformas de video destacaron y tuvieron un protagonismo fundamental de cara a las tentativas infructuosas de los regímenes para atribuir la censura. Ya en los inicios de 2011, vientos en otra dirección alcanzaron Libia donde se desplegaron asonadas contra el gobierno de Gadafi en las ciudades de Misurata, Trípoli, Darna y Bengasi.
En esta última se desencadenaron duras colisiones entre policías y asistentes cuando se detuvo al activista por los derechos humanos Fathi Terbil, culpado de difundir el reporte de que se había presentado una lucha incontrolable en la prisión de Abu Salim, centro neurálgico de detención de una buena parte de los presos políticos.
En cierta manera, se trataba de un argumento sensible en la historia reciente de Libia, pues en 1996 unos 1200 detenidos vieron sus vidas truncadas en extrañas condiciones. Hasta especularse que finalmente se les ejecutó en Abu Salim con expedientes sumarios que quebrantan los derechos vinculados al debido proceso.
La captura de Fathi Terbil se erigió en uno de los focos principales del levantamiento libio. A raíz de esta afirmación se multiplicaron las invitaciones por medio de Facebook para tomar las calles de Bengasi. A la postre, las críticas aumentaron y se amplificaron a otros lugares. Indiscutiblemente, las alusiones por la masacre de 1996 retornaron velozmente y con ello los requerimientos pasaron de la simple liberación del activista y el resto de presos políticos a la salida inmediata de Gadafi.
En medio de las reyertas de ese 19/II/2011 y a dos días de iniciarse las protestas incendiarias, 84 personas fueron asesinadas y se sospecha que cientos de militares corrieron la misma suerte por el rehúso a acatar las órdenes de represión. Aquel sentimiento de impotencia se adueñó en numerosas localidades libias.
Es así, como se emprendió la Guerra Civil y la actitud de Occidente se escurrió del reconocimiento a los rebeldes a la ayuda militar plena. Repentinamente se pospuso cualquier intento de negociación entre el gobierno y los disidentes, como algunas propuestas a no intervenir y dialogar sugeridas por Hugo Chávez (1954-2013) que fueron admitidas por los representantes de Trípoli, pero eludido por Europa, Reino Unido y Francia que prosperaron en el reconocimiento formal del Consejo Nacional de Transición y, por ende, se renunciaba al entendimiento, eligiendo la conflagración y como posición inalterable el cambio de régimen.
Conforme aumentó el peso de los medios de comunicación como derivación del incremento en el número de fallecidos, se reclamaba una declaración irrevocable de la Comunidad Internacional. Dos semanas más tarde del comienzo de la guerra, las fuerzas de Gadafi llevaban la delantera y según el oficialismo estaban a las puertas de hacerse con Bengasi, baluarte del Consejo Nacional de Transición.
De acuerdo con Saif Al-Islam (1972-50 años) hijo del mandatario libio, en cuarenta y ocho horas nuevamente adquiriría el mando de la capital insurrecta. Justo en ese instante, Reino Unido y Francia presionaron al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para que, cuanto antes, se actuara de modo directo y se diera luz verde a una zona de exclusión aérea sobre Libia con la intención de defender a los civiles. A diferencia de Alemania, Rusia y China, la primera como miembro rotativo del Consejo de Seguridad, se mostraron suspicaces.
A resultas de todo ello, la entrada de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, en escena se originó por decisión franco británica. Valga recapitular que, bajo el liderazgo de Nicolás Sarkozy (1955-67 años), Francia se apartó de la postura seguida por Jacques Chirac (1932-2019) durante sus dos mandatos, en las que intervino de compensación al intervencionismo efectuado por Estados Unidos.
En el año 2003, el forcejeo prematuro a la interposición en Irak, París y Berlín fueron tenaces impugnantes de Washington y en el caso francés, objetaron el voto a favor de una operación militar en el Consejo de Seguridad. Más adelante, con la recalada de Sarkozy en el Palacio del Elíseo se procuró un desempeño más dinámico de la OTAN, pero no solo se alejó de su antecesor, sino de lo que en cierta manera había sido una política de escaso involucramiento sostenido desde 1966. Es en ese entonces, cuando Charles de Gaulle (1890-1970), disconforme al empleo de la OTAN como plataforma de influjo descomedida de los Estados Unidos, se ausenta del mando militar dejando únicamente la membresía con la finalidad de impedir el aislamiento.
No obstante, por disposición de Sarkozy, en 2009 París se incorporó en el comando armado conjunto, o séase, dos años antes de la operación militar en Libia que abordó el ostentoso liderazgo francés en la OTAN.
De esta manera, se aplicó la compostura franco británica de mediar acudiendo al principio de la “responsabilidad de proteger”, que, por otro lado, era el fruto de la evolución del concepto de “seguridad humana”. Esta había aflorado en los noventa por el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan (1938-2018) y el ex ministro de exteriores Lloyd Axworthy (1939-82 años), para reemplazar la seguridad asentada en la disuasión nuclear a merced de las grandes potencias, por una base centralizada en los individuos.
Pero, por encima de todo, los aires intervencionistas de Londres y París motivaron el debate por al menos tres motivos. Primero, poque el enunciado de la exclusión aérea era concebido como el atajo previo a una participación militar y resonaban los fiascos de Afganistán e Irak. Ambos procedimientos llevaron a una espiral de violencia y mirando a Irak, resurgieron rigideces entre las comunidades musulmanas sunnitas y chiitas, con la aceleración de una confrontación bélica que se agrandó a Siria y Yemen.
Segundo, no era comprensible que justo cuando Gadafi iba a hacerse con las riendas de Bengasi, se convinieran las condiciones para una injerencia. Eran indiscutibles las aspiraciones de David Cameron (1966-55 años) y Nicolás Sarkozy por sustraer del mapa al líder libio. Y tercero, el acogimiento de la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad que, conjuntamente a la zona de exclusión aérea, concretaba el amparo de los civiles según la doctrina de la responsabilidad de proteger, poniendo a prueba el carácter selectivo con el que los Estados occidentales preservan los derechos humanos. Para esta fecha muchas fueron las solicitudes a Naciones Unidas en el Consejo de Seguridad para el respaldo del conjunto poblacional palestino subyugado a afrentas por parte de Tel Aviv, pero en todo momento acorralados por el veto de Washington.
Hay que tener en cuenta, que tras el acuerdo de la Resolución 1973, el Reino de Arabia Saudita, aliada de varios países occidentales, había cedido su apoyo militar a Baréin al objeto de reducir los descontentos pro democráticos de la mayoría chií, vulnerando sistemáticamente los derechos humanos, pero sin que hubiese sido desacreditado o siquiera amonestado internacionalmente.
Posteriormente y por la inexistencia de poder en Libia, Riad dispondría de un extenso margen de complot para financiar la Guerra de Irak (20-III-2003/15-XII-2011) y acometer a Yemen. Me refiero a la población chiita, sin ninguna repulsa por parte de la sociedad de sociedades, ni amagos para la protección de la población como la revivida para el caso libio. Era algo así como si el hervor de violencia contra los chiitas no fuese capaz de espolear ningún gesto de solidaridad.
Transcurridos siete meses de irrupciones indiscriminadas que se saldaron con la muerte de miles de civiles, cuantificación que todavía no está exenta de polémica, la OTAN insistía en el crédito de una acción a la que repetidamente consideraba de carácter humanitario. En este conflicto perfectamente pudieron perder la vida unas treinta mil personas y aún no se ha puesto en claro los crímenes de guerra perpetrados.
La totalidad de episodios evoca la consternación vivida en las torturas a las que se supeditaron los prisioneros inculpados de terrorismo en los centros penitenciarios de Abu Ghraib en Irak y Guantánamo en Cuba, bajo ocupación norteamericana. De hecho, el clérigo y pacifista Desmond Tutu (1931-2021) solicitó que George W. Bush (1946-76 años) y Tony Blair (1953-69 años) acudieran a la Corte Penal Internacional para ser juzgados por estos actos. Llegados a este punto de la disertación, en la ciudad de Sirte, una turba enfervorizada a manos de rebeldes por la operación de la OTAN ajustició a Gadafi, sin que se produjera un juicio previo. A penas sin ninguna mención específica a la forma en que sería liquidado, el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen (1953-69 años), aprobó el fallecimiento del dictador africano.
Literalmente declaraba al respecto: “Libia cierra uno de los capítulos más oscuros de su historia y pasa la página”. Toda vez, que lo peor estaba por venir. En otras palabras: Gadafi compuso un ideal de Estado laico, socialista y próximo al panarabismo para avanzar hacia su unidad política. Alcanzó el poder en las postrimerías de los sesenta cuando todavía estaba en curso la unión del mundo árabe bajo el paraguas del dirigente egipcio Gamal Abdel Nasser (1918-1970).
Como es consabido, aquel deseo en ningún tiempo progresó y cada uno de los estados árabes se aglutinó en sus procesos internos. Ya, a mediados de los setenta, Gadafi subsistió a una intentona de golpe de Estado y una década más tarde, Libia fue hostigada con bombardeos por órdenes expresas de Ronald Reagan (1911-2004), como desquite a un atentado en una discoteca en Berlín cuya responsabilidad recayó en Trípoli.
No cabe duda, que Gadafi dirigió la nación con mano dura, principalmente desde el comienzo del nuevo milenio, persiguiendo sin pausa al fundamentalismo islámico, amenaza preferente para sus aspiraciones. Trípoli desistió a la ramificación de armas de destrucción masiva a cambio del levantamiento de sanciones, lo que emanó en su inclusión efectiva en el sistema internacional hasta 2011, cuando Occidente capitalizó la guerra en Libia para quitar de la proyección política a Gadafi.
"Libia es un territorio atomizado e inmerso en una guerra y sumido en las garras de la violencia, en el que nadie ostenta representación alguna y la inmensa mayoría de los actores en juego pretenden desvalijar todo lo que está a su alcance"
Con anterioridad al declive del líder libio, Khalifa Hafter (1943-78 años) vino de un inacabable exilio para rivalizar a unas atenuadas tropas oficialistas y, claro está, con el soporte vehemente de Estados Unidos que indagaba un gobernador dispuesto a su influencia. Hay que subrayar que Libia es un estado clave en la geopolítica global, porque sus reservas de petróleo son las más elevadas de África y su producción diaria llegó a palpar los 1,7 millones de barriles. La operación era situar a Hafter en el peldaño más alto del poder, pero como suele acontecer en los círculos subsiguientes con largos mandatos, Libia se sumergió en el desconcierto entre algunos grupos de clara inclinación islámica y otros afectos al mariscal.
De este modo, a partir de 2014 detonó la Segunda Guerra Civil que tiene abstraído al país en un programa de estado sin ninguna magnitud para legitimar el control o la consistencia. Ni tan siquiera en el transcurso de la crisis epidemiológica se produjo algún paréntesis y los emplazamientos a la calma se han consumado en medio de la indolencia. Es decir, la diferenciación entre el interés de 2011 y el de los últimos años es manifiesto, contemplándose de poco interés a una Libia carcomida por la guerra y su capacidad de producción petrolera alarmantemente anquilosada.
A día de hoy, Libia está fraccionada entre el Gobierno de Unidad Nacional, GUN, que reúne a buena parte de milicias que lucharon contra Gadafi y someten a Trípoli, además de contentarse con el reconocimiento de Naciones Unidas, y del otro lado florecen los grupos fieles a Hafter cuya resistencia se halla en el Oriente del territorio.
A estos combates hay que añadir los tuaregs contra toubous en el Sur. Los segundos han arribado en los últimos años derivados de Chad septentrional y Níger, por lo que los primeros los han culpado de asentarse en su territorio. Sin embargo, desde 2019 ambos acordaron la no agresión y optaron por acoplarse al GUN para luchar contra Hafter.
Mirando a un futuro no demasiado lejano, se presume que la única escapatoria para la estabilidad de Libia son las elecciones. Si bien, en insistentes esfuerzos por convocarlas no ha sido viable por la falta de acuerdos políticos entre los dos bandos que se denuncian recíprocamente de intentos de fraude. Más complicado ha sido el efecto llamada del trastorno libio sobre la comarca del Sahel, el área que comparten Mauritania, Senegal, Burkina Faso, Níger, Mali, Sudán, Chad y Nigeria.
La desaparición de Gadafi proporcionó a grupos derivados del Oriente Medio propagarse por la zona. Y a medida que la arremetida de Estados Unidos, Rusia, Turquía, Arabia Saudí, Reino Unido y Francia se agravaba en Siria, comparecían combatientes o armas en el Sahel, como Boko Haram, o el Movimiento por la Unidad y la Yihad en África Occidental, Al Qaeda en el Magreb Islámico o Ansar Dine, entre otros.
En contraste con Oriente Medio, las estructuras estatales son deleznables y la franja no tiene apenas visibilidad internacional, a pesar de ser la más inconsistente al extremismo islámico.
En consecuencia, Libia es un territorio atomizado e inmerso en una guerra y sumido en las garras de la violencia, en el que nadie ostenta representación alguna y la inmensa mayoría de los actores en juego pretenden desvalijar todo lo que está a su alcance.
Con el ocaso de Gadafi, el devenir de este país se presenta realmente confuso. Su muerte arrastró consigo la existencia del aparente orden institucional que había aplicado, dando lugar a una etapa de ofuscación e inseguridad. Además, en los sistemas autocráticos como el reinante en la Libia de Gadafi, a diferencia de lo que sucede en los sistemas democráticos, la aparición de élites que contrapuntean por el poder tiende a ser más minúscula, ostentando la capacidad de monopolizar los recursos en pocas manos, lo que se interpreta en una mayor centralización de poder.
Tras el pronunciamiento de 2011 de acoso y derribo se asienta una maraña de falta de orden y control sobre los recursos, donde quienes se hallan en un entorno prioritario, ya sea por su ideología, emplazamiento, capacidad militar, etc., hace todo lo posible por abarcar el poder.
A todo lo cual, el asesinato del líder libio instó que los recursos de poder que conformaban la tarea unificada, aunque defectuosa de una autocracia rentista, en la actualidad se juzguen notoriamente diversificados, haciendo admisible que cada una de las élites en competición tenga una parte de poder que les compromete a forjar alianzas y combatir por el control o el acrecentamiento de aquellos recursos de los que están faltos o no controlan en su integridad.
Dentro de esta combinación de actores, hasta la llegada del gobierno asistido por la ONU en 2015, despuntan dos focos de poder visiblemente descritos y cuya existencia replica a variables económicas, geográficas, históricas y culturales.
Uno en la región de Tripolitania con centro en Trípoli, y otro en la Cirenaica con sede en Tobruk. Ambos puntales se fundamentan en un lazo de élites políticas y militares que resultan de la búsqueda del control por los recursos estatales y coactivos ante la contrariedad de verificarlos de manera aislada.
Esta es la dinámica que ha precedido al proceder de las élites sobrevivientes, induciendo al cese de aquellas que pasan a formar parte de la rivalidad circular por hacerse con la delantera y no disponer de la capacidad suficiente para convenir alianzas, como ocurrió con la milicia Ansar Al-Sharía que abogaba por la aplicación estricta de la ley islámica en toda Libia.
Ante lo visto, parece obvio señalar que los islamistas, al igual que en la versión anterior, será la disolución de la alianza político-militar la que concluya con su efectividad al posicionarse las milicias de Misrata como inseparables al Gobierno Acuerdo Nacional, abreviado, GAN, lo que entrevé un incremento del poder. El hecho más notorio se aprecia con Hafter, quien aliado con la Casa de Representantes, formará parte de los vasos comunicantes del foco superviviente.
En resumidas cuentas, un régimen que se antoja frustrado y ante la falta de unidad, Libia podría mostrarse como una federación de comunidades tribales, donde cabría traer a la memoria que la quiebra del pacto sobre el reparto de rentas en la fase final de Gadafi no ha sido zanjada. Por lo tanto, como reza el título de esta disertación, se entremezclan y destapa un laberinto que hace intrincar las causas con las consecuencias.
Esta es la radiografía sucinta de Libia, un estado que da la sensación de quedar inconcluso en el tiempo. Atormentado por las discordias de poder y la puja de intereses geoestratégicos y económicos, hacen que el vacío de liderazgo regional haya desatado una cresta migratoria y de operaciones ilícitas que la tildan en un descalabro para Naciones Unidas y una amenaza latente para el Viejo Continente.