Resaltábamos hace apenas unos días la importancia de tener memoria y recordar a las víctimas inocentes de la intolerancia y el terrorismo. Hablábamos de Miguel Ángel Blanco en el vigésimo quinto aniversario de su secuestro y asesinato.
Hoy volvemos sobre el mismo argumento, el de la necesidad de preservar la memoria de los acontecimientos que marcan a la sociedad y que deben recordarse para siempre con el firme propósito de que no se vuelvan a repetir.
Este es el caso de la conmemoración ayer del genocidio antigitano de la Segunda Guerra Mundial, en el que se calcula que asesinaron entre uno y dos millones de personas de esta étnia a manos de los nazis. Fue un acto emotivo y de homenaje a aquellas víctimas inocentes de la barbarie más inhumana, que terminó con una ofrenda floral y el canto del ‘Gelem, Gelem’, himno internacional del pueblo gitano.
Durante ese homenaje hemos podido saber que se ha designado el 2 de agosto como el Día de Conmemoración de las Víctimas Gitanas del Genocidio, según la decisión adoptada por las instituciones europeas. La razón es que ese mismo día de 1944, tres mil gitanos fueron asesinados en el campo de concentración de Auschwitz.
La sociedad en su conjunto no puede pasar por alto este tipo de negros acontecimientos porque forman parte de nuestra historia europea común y tan solo hace 78 años de aquel calvario.
Por eso, iniciativas como la llevada a cabo por la Consejería de Educación, Cultura, Festejos e Igualdad son tan interesantes. Las distintas intervenciones han puesto de manifiesto un episodio que casi es desconocido para el conjunto de los ciudadanos y se ha expuesto con toda claridad que la persecución del pueblo gitano viene de muy atrás, de tiempos pretéritos.
Los gitanos creen que la sociedad “lleva mal” su propio sistema de vida. Están convencidos de que no es una cuestión de orden económico sino de que se considera “extraño” su modo de entender la existencia. Por eso, se hizo un llamamiento a todas las comunidades melillenses para que reine la convivencia en paz y se dejó claro que la mayor fortaleza de este pueblo es la unidad.
En Melilla, los gitanos están plenamente integrados en la sociedad y así debe seguir siendo en el futuro. Una sociedad avanzada y avezada en la tolerancia como es la melillense, jamás podría hacer otra cosa que no fuera aplaudir su propia diversidad, sentirse orgullosa de ella y recordar siempre que en el respeto a la diferencia está nuestra verdadera esencia como ciudad.