Fue Isaac Rubí, un joven zamorano destinado en Melilla por la Guerra Civil, quien en 1943 fundó una sastrería en El Real que más tarde y bajo las manos de su hijo Juan Rubí será una magnífica tienda de ropa.
“¿Le puedo ayudar en algo?”. Así es como se recibe a un cliente en Castilla, la tienda situada en el centro de Melilla y con la que ‘El Faro’ va a repasar toda la historia reciente de los comercios textiles de la ciudad a través de su actual maestro de ceremonias, Juan Rubí. Castilla es un magnífico lugar donde no sólo ofrecen la mejor calidad-precio en trajes, camisas y ropa de sport para hombres, sino que aseguran un trato personal y único. Uno de los valores que han marcado su política de empresa desde su creación en los años 40 y cuyo lema se complementa con las palabras trabajo y humildad.
La primera norma dentro de este comercio para sus empleados es “atiende como te gustaría que te atendieran”, según afirmó Juan Rubí. Y el resto, prestar toda la ayuda posible a esta persona y facilitarle su compra con los consejos sobre las tallas, los tejidos o los posibles complementos.
“Se ha pasado la vida en esta tienda y no me he enterado- confesó-. Empezamos temporada y luego vienen las rebajas, se cambia de temporada y vuelven las rebajas, otra temporada más y llega Navidad. Para mí ha sido una suerte vivir esta vida. Hay alguno que cuando me quiere fastidiar me dice que me voy a morir en la tienda y si llega a pasar, me moriré agusto, en lo que yo he hecho y donde he tenido la ilusión de mi vida”, declaró el actual dueño de este comercio.
¿Cuándo nace Castilla?
El joven Isaac Rubí fundó sin medios económicos una sastrería en el año 1943 en el barrio de El Real, donde se hacían trajes, uniformes y abrigos de señora a medida. Así, llegó a tener casi una industria manofacturera, puesto que entre 20 personas fijas, como cortadores y oficiales, y una serie de personas que trabajaban por su cuenta en sus casas, como las pantaloneras o chaqueteras, que eran profesionales de la agua pero que no estaban en la plantilla sino que de forma eventual se les encargaban más o menos prendas, se llegaron a confeccionar 16 trajes diarios. Una verdadera revolución para las tiendas de ropa de aquellos años. Juan Rubí comentó que incluso desde el centro de la ciudad se trasladaban melillenses para que la Sastrería Castilla les confeccionara su prenda, por la diferencia de precios y la alta calidad de los tejidos.
El porque de su nombre es que su fundador quiso tener un recuerdo con su tierra ya que nació en Benavente, Zamora.
“El constructor de la empresa fue mi padre y cuando me fui a Barcelona a estudiar era el hijo del señor Rubí tanto para los fabricantes de tejidos como para las empresas de confección”, afirmó el actual dueño, Juan Rubí.
Así, afirmó que fue en esta ciudad donde comprendió que el futuro de la sastrería era un cambio hacia la venta de prendas elaboradas en fábricas, uno de los saltos más importantes a los que se enfrentaría esta empresa familiar, aunque habría muchos más cambios con los que Castilla tendría que lidiar a lo largo de los años.
Juan Rubí confesó que se dedicó a este trabajo porque le gustaba la tienda. Además, contó con el respaldo de su padre, a quien atribuye todo el mérito de que aún hoy este comercio esté presente en la vida de los melillenses y de su propia familia.
Una de frase que le enseñó fue “¿ves a ese hombre que tiene mucha suerte? Pues es un currante”. Juan Rubí aprendió de su padre que a un hombre afortunado le toca la lotería, pero a uno que tiene la suerte pegada a su espalda es porque trabaja durante muchas horas a lo largo del día.
Una de las anécdotas que Juan Rubí recuerda de la sastrería era que su padre organizaba concursos para ver qué empleado limpiaba mejor los escaparates. En aquel tiempo se hacía con periódicos y el premio eran 25 céntimos de peseta. Así, confesó que el mejor era él pero que su padre prefería darle el premio a otro empleado para que nadie le dijera que lo recibía por ser el hijo del dueño.
“Yo salía del instituto y me encantaba ir a la tienda, me sentía útil y me daban quehacer tareas de responsabilidad como las fichas de los empleados o incluso llevar el dinero a los bancos”.
Primeros cambios
Cuando Juan Rubí volvió de Barcelona comenzó a negociar con su padre para ir cambiando algunas políticas de esta sastrería y renovar un poco el negocio.
En primer lugar, recordó que siempre hacían regalos y tenían detalles con los directores de los bancos de la ciudad y que consiguió que su padre entrara en razón y viera que eran ellos lo que tenían que dedicar tiempo y presentes a Castilla por invertir su dinero en estas entidades. Una anécdota que avanzaría el segundo cambio más importante de la empresa
De El Real al centro
“En un principio no quería salir del Real. Pero yo le dije que si además de que la gente te conozca estás en un sitio donde la gente que va de paso puede entrar será mejor”, explicó Juan Rubí del proceso que le llevó a abrir una tienda de prendas ya confeccionadas en el pasaje del centro de la ciudad.
Así, afirmó que fue el cambio más brusco que hubo en la empresa, ya que durante los primeros meses de su apertura ya ganaba tres veces más que en el local de El Real. Lo que provocó que Isaac Rubí se afirmara que había perdido 25 años de su vida, una declaración que fue censurada por su hijo al aseverar que no fue una pérdida de tiempo.
“Es una falta de modestia decir esto, pero realmente era una pena que gente que estaba menos preparada que mi padre ganara más dinero que nosotros cuando teníamos posibilidades de lanzarnos al centro”.
Incluso en alguna ocasión Isaac Rubí declaró que su propio hijo le hacía la competencia, pero realmente sólo se trató de una época de apogeo para la confección, tal y como aseguró en declaraciones a ‘El Faro’.
Ventas y más ventas
Al instalar una tienda en el pasaje adquirieron también un almacén en la parte superior y otro en la antigua estación de autobuses. Juan Rubí indicó que en la mañana muy temprano aparcaba su coche frente a la tienda con el maletero repleto de las prendas más solicitadas por los clientes.
Una de las más demandadas de la época fue el traje con pantalón para las mujeres cuando aún era habitual que sólo se vistiesen con falda. “Recibíamos 16 trajes en un día.
A las diez de la mañana se abría un paquete y para las cinco ya no quedaba ninguno. Fue un boom, incluso había una lista de espera para ir avisando a las clientas de que ya habían llegado”.
Ocurrió lo mismo con los maxiabrigos. Una exitosa prenda con la que “las niñas iban limpiando la avenida”, tal y como afirmó Juan Rubí. Así, las telas que sobraban de la sastrería de su padre se convertían en maxiabrigos, que debido a su demanda, los fabricantes de la península no podían satisfacer a todos los clientes, lo que motivó que la sastrería Castilla los diseñara gracias a un sastre catalán de la plantilla que sacó varias tallas y modelos.
“Pero no había la competencia que había hoy. Fue una evolución de la medida a la confección. Fueron los tiempos de más éxito de la tienda y no había horas para todo lo que nosotros trabajábamos”, afirmó.
Con pocas personas se movían una cantidad de prendas enormes, sin embargo, fueron también tiempos duros, como los actuales, ya que a pesar de las franquicias, Castilla sigue adelante y se defiende en el sector textil de la ciudad.
“Cuando viene una racha mala sólo pedimos que haya salud porque como estamos acostumbrados a trabajar es lo único que nos hace falta para continuar”.
Adiós pequeños comerciantes
Ahora hay una logística y una preparación de la gente que no había cuando Castilla se creó, tal y como declaró, Juan Rubí, puesto que las prendas están en las tiendas justo cuando deben y en la cantidad precisa.
De esta forma, explicó que hoy en día es muy complicado competir con las empresas textiles y que los pequeños comerciantes están desapareciendo, por su puesto, de su época sólo sobreviven unos pocos.
“Hay menos afán por ser comerciante o industrial que por ser funcionario y tener un trabajo seguro”, declaró.
Rebajas
En un reportaje que otro compañero de la profesión realizó hace varias décadas, Juan Rubí confesó que “las rebajas eran un mal necesario para los comercios de textil, ya que cuentan con una gran cantidad de artículos y tallas y al final de las temporadas siempre suelen quedar sueltas algunas prendas”.
De nuevo, este comerciante declaró a ‘El Faro’ que esta temporada de ofertas era la única forma de sacar este producto a su venta y que además, “no venga un vendedor ambulante y te de cuatro perras por un stock que a penas llega a su valor real”. En este sentido, en vez de optar por esta otra forma de eliminar las prendas sobrantes, indicó que era mejor darlo a la beneficiencia a vender este producto de esta forma.