No son todavía las cuatro de la tarde y la multitud ya se arremolina ante las puertas de la iglesia Santa María Micaela. A pesar del sol y el calor, la gente espera con una ilusión que sigue intacta a pesar de dos años de ausencia. Las ganas de Semana Santa se respiran en el aire. A las 16:15 horas, Nuestro Padre Jesús Cautivo de Medinaceli, vestido con una túnica morada y bordados dorados, procede a realizar su salida. La banda comienza a tocar y la muchedumbre lo recibe entre vítores y aplausos.
La Cruz de Guía avanza por la calle Remonta. Tras ella, los penitentes con túnicas moradas y cirios en mano. Cuando el Cristo comienza su paso por la calle, una mujer lo recibe con la primera saeta de la tarde y que proviene desde lo más profundo de su ser. Al llegar a las puertas principales del Hospital Comarcal, la procesión se detiene.
Enfermeros y trabajadores del hospital se acercan emocionados para ver al Señor. De entre ellos, una auxiliar de enfermería, Estefanía Saavedra, se arranca a andar y se planta frente a Nuestro Padre Jesús Cautivo de Medinaceli. Ante la atenta mirada de todos, le dedica una saeta llena de pasión. Su voz es lo único que se escucha a lo largo y ancho de la calle, retumbando entre todos los presentes. Cuando llega a su fin, el conmovido gentío rompe en aplausos.
Tras esto, la procesión prosigue su camino. Multitud de fieles melillenses arrancan a andar tras el Cristo.
Veinte minutos después de la salida de El Cautivo, la virgen María Santísima del Rocío ilumina las inmediaciones de la iglesia Santa María Micaela con su manto blanco. Los flecos de morilla de sus bambalinas se balancean con el mecer del palio. La muchedumbre, al verla salir tan majestuosa, se rinde ante ella. La emoción se palpa en el ambiente.
La Cruz de Guía de la Virgen del Rocío llega a la calle Remonta, seguida por sus nazarenos de túnica blanca. El palio avanza acompañada por mujeres vestidas de mantilla y representantes del Ilustre Colegio de Abogados de Melilla.
Antes de su paso por el Hospital Comarcal, muchos de los melillenses allí presentes, con lágrimas en los ojos, le ofrecen sus hijos a la Virgen para su bendición. Un acto muy emotivo para la multitud allí presente.
Tras esto, la Virgen del Rocío retoma su solemne paso. Muchas personas, al igual que ocurre con el Cristo, la siguen de cerca para acompañarla en su camino. Los que se quedan, lo hacen contemplando enmudecidos el manto blanco de la Virgen, que se aleja formando una estela blanca.
Y luego los bares llenos y las iglesias vacías.