Entre tanto aturdimiento belicista, apenas pasa desapercibido la existencia en pleno territorio europeo de una extensión geográfica llamada Kaliningrado, actual enclave avanzado del ejército ruso en el Báltico. Situado justamente y pinzado entre la República de Polonia y la República de Lituania, gracias a la rusificación de la República de Belarús, conocida como Bielorrusia y cómplice confidente de la Federación de Rusia con Aleksandr Lukashenko (1954-67 años) a la cabeza, esta posición se ha aproximado a tan sólo noventa y seis kilómetros de los dominios de Vladímir Putin (1952-69 años), originando una sensación de ahogamiento a las Repúblicas Bálticas y que, evidentemente, sería uno de los eslabones más deleznables ante un hipotético enfrentamiento entre la Alianza Atlántica y Rusia.
Este pasillo angosto denominado ‘Corredor de Suwalki’ o ‘Suwalki Gap’, hace referencia a un trayecto que enlazaría a Bielorrusia con el Óblast de Kaliningrado, coloquialmente conocido como la ‘región del Ámbar’, la más gélida de Polonia y con una densidad poblacional menguadísima.
La demarcación se identifica por una topografía escabrosa, indómita y de temperaturas extremas en época invernal, que conjeturaría un quebradero de cabeza para la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, en una presumida colisión entre los dos colosos nucleares. Ni que decir tiene, que su conquista ofrecería a más no poder a Moscú la recuperación de las Repúblicas de Letonia, Estonia y la citada Lituania, además, de amputar la entrada por mar a Escandinavia.
Pero, por otro lado, este contexto vaticinaría la irrupción parcial de uno o dos miembros de la OTAN, llámense, Polonia o Lituania, por parte del Kremlin, lo que inminentemente accionaría el Artículo 5, poniendo en movimiento la Seguridad Colectiva y encaramándose el conflicto con tintes sin precedentes.
Los lazos terrestres entre Polonia y Lituania por medio de este recoveco, se establecen en una carretera de dos carriles para cada sentido y una calzada de un carril, al igual, que una vía de tren, lo que hace de este lugar su embotamiento parcial en cualquier instante, poniéndose en entredicho los ingentes inconvenientes geofísicos y militares que representan la protección del ‘Corredor de Suwalki’ y las tres Repúblicas Bálticas para la OTAN.
Conjuntamente, de las probables operaciones provenidas de una escalada con acento bélico, Rusia estaría pretendiendo desestabilizar esta franja aprovechando sus ingeniosidades híbridas, o las incertidumbres étnicas que residen en esta comarca desde hace bastante tiempo, fundamentalmente, entre lituanos y polacos, y que tan buenas ganancias le ha proporcionado a Moscú en la cuestión de la región del Dombás ucraniano.
Es más, en las maniobras anuales de Rusia-Bielorrusia de 2021, se reprodujo un entorno de principio a fin como el de Suwalki, en el que las tropas rusas obstaculizaban este corredor, dando cuenta de la trascendencia estratégica que la ocupación podría adquirir en un potencial conflicto armado con Occidente.
Con estas connotaciones preliminares, la agresividad, provocación y mordacidad del presidente ruso contra Ucrania y su alegato incendiario mirando a Europa, irremediablemente nos hace tener que premeditar e intensificar la voluntad de disuasión que, sin cesar, será más asequible en vidas humanas y dinero, que propiamente la rehabilitación de territorios o la guerra incisiva en circunstancias permisibles, si se desencadena una acometida entre Rusia y la OTAN.
E incluso, siendo sensatos de que las capacidades militares de la Alianza para salvaguardar este corredor y la zona del Báltico no son ni mucho menos similares con las que Rusia tiene a mano, la OTAN posee ases en la manga en forma de bases y núcleos militares en la República Federal de Alemania y otros asentamientos neurálgicos del Viejo Continente, a modo de ‘Batallones Multinacionales Permanentes’ que reducirían una teórica anticipación del Kremlin hacia las Repúblicas Bálticas, aspirando a sacar tajada del cierre del ‘Corredor de Suwalki’ y el Mar Báltico.
Los cuatro ‘Batallones Multinacionales Permanentes’ que la OTAN en su día comenzó a desplegar en 2017, unos 3.500 hombres y mujeres perfectamente adiestrados, que, en combinación con al apoyo de las fuerzas nacionales de estos Estados, son un ejemplo fehaciente del celo, ahínco y empeño de la Alianza Atlántica para esforzarse en la conservación de esta región.
Y más aún, a la hora de abordar esta disertación y al objeto de reforzar su desenvolvimiento, la OTAN aviva sus mecanismos de defensa ante un infundado ataque nuclear, radiológico, biológico o químico y tira de su agudeza con otros cuatro ‘Batallones Multinacionales Permanentes’ en el flanco Este, desde las Repúblicas Bálticas al Mar Negro, estableciéndose a los dispuestos en Polonia, Estonia, Letonia y Lituania, ahora con Rumanía, Hungría, la República de Bulgaria y la República Eslovaca.
"Si la deferencia mediática se atina principalmente en la invasión rusa a Ucrania, el Corredor de Suwalki puede no tardar demasiado en erigirse en un argumento recurrente de tensión internacional, porque es la localización más sensible de la OTAN en su flanco Oriental al presentar cierta fragilidad estratégica"
En esta panorámica irresoluta, el quehacer de la Alianza se entiende como la disuasión y se convierte en una forma de actuación militar cada vez más habitual, concentrándose mayoritariamente en exhibir su dinamismo, coordinación y eficiencia. Este matiz sería interpretado y digerido por los observadores rusos que, a todas luces, admitirían que el despliegue y el calibre aliado es sobradamente resuelto y concluyente como para impedir la toma del ‘Corredor de Suwalki’ y las Repúblicas Bálticas de Estonia, Lituania y Letonia por parte del Kremlin.
Si definitivamente se ocasionase la agresión, los contingentes aliados deberían estar lo adecuadamente prevenidos como para resistir la invasión hasta que los refuerzos de mayor entidad aparecieran y contrarrestaran el escenario.
La apropiación del ‘Corredor de Suwalki’ por las agrupaciones rusas no solo predeciría destapar los designios fundados del Kremlin, sino que consistiría en el primer rastro hacía unas metas estratégicas mucho más insaciables y que zarandearían a todo el planeta.
Una ayuda vía marítima tampoco sería sencilla, dado el protagonismo naval ruso en el puerto de Baltisk, en la Bahía de Gdansk, robustecido con el despliegue progresivo de misiles Iskander-M de corto alcance cuasibalístico transportable por tierra en Kaliningrado. El desenlace es manifiesto: si se taponase este sector, Estonia, Letonia y Lituania quedarían casi desamparadas a su suerte. Y la OTAN, con rotundidad, ya lo ha vislumbrado.
En atención a un documento de ‘Global Security’, “no sería necesario que las fuerzas rusas ocupasen de manera exhaustiva el área de la Franja de Suwalki. En lugar de eso, incluso una línea delgada y discontinua de tropas desplegadas a lo largo presentaría un obstáculo para los refuerzos terrestres de los países Bálticos, a menos que los integrantes de la OTAN estuviesen preparados para abrirse paso y hacer escalar la crisis”.
De hecho, la Alianza Atlántica actúa contrarreloj para imposibilitar esta controvertible vulnerabilidad, necesariamente desde que un Informe de la ‘Corporación RAND’, centrándose en una serie de estratagemas de guerra, dedujese que, con motivo de una penetración rusa, escasamente les reportaría sesenta horas recuperar Tallin y Riga, capitales de Estonia y Letonia, respectivamente. Del mismo modo, otros expertos han destacado la viabilidad de que Moscú pretenda avivar las rigideces polaco-lituanas, así como de encrespar a la población de origen ruso.
En nuestros días este territorio aglutina una minoría lituana, en la que numerosos componentes de esta comunidad perciben enemistad hacia los representantes de Varsovia. Toda vez, que la complejidad entre estas naciones es altamente inverosímil, no deja de ser creíble que las zozobras étnicas en Suwalki se empleen para incitar al separatismo local, urdiendo a convocatorias radicales para la incorporación de la región a Kaliningrado, o que la susceptibilidad histórica entre Lituania y Polonia colisionen en la colaboración o las aprehensiones de sus localidades, que están fusionadas por los acuerdos de la OTAN.
No cabe duda, que se constatan riesgos apremiantes desde Rusia, pero más sustancial resulta el efecto dominó soviético en la causa social y política. La materia vital radica en que los Estados Bálticos ambicionan volverse más occidentales, pero de momento, estos bandos se vigilan recíproca y precavidamente, sabedores de que, si se genera una pugna armada, la disputa sería feroz.
Según diversas divulgaciones especializadas, en Kaliningrado se hospeda una flota de guerra de setenta y cinco buques rusos, al menos, cuatro escuadrillas con veinticuatro cazas Su-27 y bombarderos Su-24; y remitiéndome a la información facilitada por el Instituto Polaco de Asuntos Internacionales de Varsovia, Moscú, materializa frecuentes ejercicios militares y allí consigna a sus maquinarias más sofisticadas, junto a los pilotos mejor curtidos. Y, por último, una descripción transcrita por el Instituto Español de Estudios Estratégicos, fundamenta que estas operaciones se descifran como el preámbulo de un codiciado asalto a la brecha de Suwalki.
Queda claro, que Rusia se resiste a lo que contempla como el expansionismo occidental en territorios que tradicionalmente quedaron bajo su control, y ha acrecentado su conformación militar en el Mar Báltico. Tan sólo hay que fijarse en su aviación, que habitualmente quebranta el espacio aéreo de los aliados de la OTAN, como ocurre en Estonia.
En esta tesitura, la disyuntiva en Ucrania con la consecuente anexión rusa de Crimea en 2014, imprimió el devenir en la geoestrategia de la Federación de Rusia. Desde entonces, ha preconcebido una política exterior remozada y enfocada en reestablecer la supremacía del Kremlin. Sin ir más lejos, el atolladero fratricida sirio transfirió la oportunidad a Moscú de obtener autoridad en un término intervenido durante los últimos tiempos por Estados Unidos.
No obstante, tras largos años de estragos combativos, Rusia justificó que volvía a ser un actor primordial en el recinto geopolítico, una situación inédita desde los años de la ‘Guerra Fría’ (1947-1991).
Las sanciones impuestas a Rusia por la Unión Europea tras su objeción a la crisis en Ucrania, implicaron ser una compensación geopolítica más para que la órbita de poder rusa, desenrollara una política exterior en Oriente Próximo a largo plazo. Así es como el Kremlin se previno en alentar al régimen de Bashar al-Ásad (1965-56 años) de manera aplastante, que es la lógica por la que el líder alauita se perpetúa en lo más alto. Sin inmiscuir, que, durante la ‘Guerra en Siria’, Rusia ha incrementado su mercado armamentístico en una tentativa por atenuar la fricción económica tras el repecho del crudo y las medidas aparejadas por Occidente.
Esta coyuntura ha influido para tonificar el nacionalismo enraizado con el que Putin tanto nutre su imagen, y al que extrae una renta tridimensional por la propaganda inquebrantable sobre la figura de su líder y la predisposición presuntuosa del Kremlin. En el fondo, Rusia sueña con vanagloriarse de su peso hegemónico y, a raíz de ello, el discurso gana en eficacia, dada la simbiosis entre el pensamiento y la visión geopolítica de su Dirección. Sin embargo, la Federación de Rusia pertenece al grupo de estados ‘BRICS’, abreviatura que constituye el acrónimo del nombre de los Estados que lo conforman la República Federativa de Brasil, República de la India, República Popular China y como no, Rusia.
Esta sigla entró a jugar en los estrenos de 2004 con su pronóstico de cuáles iban a ser las diez economías más espaciosas a mediados del presente siglo, determinándose que entre ellas estarían cuatro que ciertamente no integraban el llamado ‘G-7’, y que reproduce a los siete principales poderes económicos más avanzados a escala global.
El trazado principal es que la conjunción de amplios territorios, recursos naturales estratégicos con notables poblaciones y el progreso de sus economías, plasmarían una gran suma de consumidores y todo ello transformaría a estos países en las potencias económicas en sólo unas décadas.
Obviamente, la tesis del grupo ‘BRICS’ se ha extendido por doquier, y en los últimos años cuantiosos inversionistas prestigiosos miran con atención y formalizan procedimientos puntuales en estos estados.
Si se examinan detenidamente los indicadores económicos como el proceder del Producto Interno Bruto, el ingreso per cápita, las inversiones extranjeras, así como los movimientos de capital de las economías concernientes en una propuesta a medio plazo, se puede distinguir la envergadura que enfundan estas economías y el contrapeso geopolítico que entrañan frente al empuje de Estados Unidos, esencialmente en el caso de Rusia, dada su corpulencia física y la influencia que todavía sostiene en su armamento convencional y nuclear.
La economía rusa aguantó con una mejora intermitente, así como un ascenso de sus exportaciones en el mercado, hasta antes de la invasión de Ucrania.
Igualmente, Rusia prosiguió como la tercera economía en desarrollo, únicamente después de China y la República de Singapur, en relación al volumen de las inversiones extrajeras recibidas. La dialéctica de la política exterior rusa radica en la adopción de sus intereses nacionales, pero sorteando la confrontación con los estados occidentales e impulsando la reciprocidad productiva en los nexos internacionales. Si esto es así, menudo razonamiento mantiene de cara a la humanidad con la guerra desatada.
"He aquí el talón de Aquiles de la seguridad europea, porque con apostar una escurridiza y entrecortada línea roja longitudinal en este pasillo, permitiría a las tropas de la Federación de Rusia llegar con escasa diferencia en treinta y dos horas"
Llegados a este punto de la disertación, la mayor amenaza para Rusia ya no proviene de la competitividad sistémica, geoestratégica o nuclear con los actores de Occidente: la génesis de amenazas previsibles queda retratadas en las condiciones de inseguridad y crisis política y económica en los Estados postsoviéticos.
De ello se desprende la tendencia tajante del Kremlin por cuidar las relaciones sólidas, de buena vecindad y el compromiso con estas naciones, porque vecindades inconsistentes y campañas civiles adyacentes pueden esconder resultados desestabilizadores sobre Rusia, que inquietarían a Europa y a la zona de Asia Central.
En otras palabras: las repúblicas exsoviéticas de Europa y Asia satisfacen un espacio estratégico-militar inmejorable, por lo que es de vital interés para Rusia que ahí no concurran fuerzas de terceros países, ni correspondan a bloques militares adversos a Moscú. Indiscutiblemente, estas eventualidades han cambiado en los últimos años con la admisión de varios de ellos en la OTAN.
A resultas de todo ello, el régimen ruso cometió el desliz de no ser capaz de tantear en su debida forma, que la prioridad en política exterior no debía ser tanto las conexiones con Estados Unidos o las potencias occidentales; o tal vez, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional; sino los engranajes amoldados y atemperados desde la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas con Kazajstán, Georgia, Moldavia, Tayikistán, Ucrania y el resto de repúblicas de la ex Unión Soviética.
Estas proximidades asumidas desde un principio en su justa medida, hubieran sido, y lo digo en pretérito pluscuamperfecto de indicativo, como un elemento indispensable no sólo para la defensa de los alicientes económicos, políticos y de seguridad en el exterior, sino asimismo, como una pieza catalizadora en las reciprocidades de Moscú con Estados Unidos, Europa Occidental y los Estados limítrofes de Asia, para conseguir amilanar a las influencias extremistas y nacionalistas que aún se aúpan en el seno de la comunidad rusa.
En consecuencia, si la deferencia mediática se atina principalmente en la invasión rusa a Ucrania, el ‘Corredor de Suwalki’ puede no tardar demasiado en erigirse en un argumento recurrente de tensión internacional, porque es la localización más sensible de la OTAN en su flanco Oriental al presentar cierta fragilidad estratégica, si se trabase un conflicto con Rusia, porque le bastaría con obstaculizarla para enclaustrar a sus socios bálticos.
Y es que, el relance o la jugada maestra de ‘RISK’, o ‘juego de conquista para Rusia’, se basaría en hacerse con este paso a modo de garganta, porque con el desplazamiento de sus fuerzas dejaría a los tres países bálticos apartados de sus socios de la OTAN.
Sobraría mencionar que, en término coloquial, en un abrir y cerrar de ojos, Suwalki quedaría invadido por Rusia, si cuenta con la confabulación de Bielorrusia, dado que en el otro margen de la franja se halla su Base Naval del puerto de Baltisk y un elevado contingente militar desplegado en Kaliningrado.
De este modo, Lituania, Letonia y Estonia estarían a merced de una fulminante y galopante dominación sin posibilidad de recibir el apoyo de sus socios de la Alianza Atlántica.
He aquí el meollo más vulnerable de la OTAN, porque con apostar una escurridiza y entrecortada línea roja longitudinal en este pasillo, al objeto de desbaratar el suministro y sostén de la Alianza, permitiría a las tropas de la Federación de Rusia llegar con escasa diferencia en treinta y dos horas.
Esta artimaña estratégica transfigura la actitud de Bielorrusia en un episodio altamente alarmante, desde que se interpusieran los ataques encadenados híbridos contra Lituania y ahora enfilados a Polonia. Es en este tablero de ‘RISK’, donde la pirueta de Suwalki pasa a ser el dilema morrocotudo para los analistas y estrategas de la Alianza Atlántica.
Al hilo de lo referido en este análisis, en 1939, fue el otro corredor hacia el Báltico, el que desató la ‘Segunda Guerra Mundial’ (1939-1945). Me refiero al ‘Corredor de Dánzig’, que se extendía por la desembocadura del río Vístula, para revivir el extinto estado de Polonia.
Tras la ‘Gran Guerra’ (1914-1918), el ‘Tratado de Versalles’ (28/VI/1919) obligó a Alemania a suprimir su pasillo territorial con Prusia Oriental y Pomerania, acreditando a Polonia una entrada al Mar Báltico.
Por aquel entonces, ‘Dánzig’, con su política lingüística y la discriminación reunía a un segmento poblacional mayoritariamente de procedencia alemana, quedando como ciudad libre, pero con la progresión del nacionalsocialismo la pretensión de rescatarla llevó a culpar a la Administración polaca de maltratar a los alemanes asentados. Por último, el pacto de ‘no agresión’ con la Unión Soviética abrió el resquicio de invadir Polonia, vicisitud que se trabó el 1/IX/1939 por Alemania y, dieciséis días más tarde lo materializó la URSS.
Ante lo visto, parece cierto señalar, que nos encontramos ante una intentona de desestabilizar Europa enarbolado por el chantaje bielorruso favorecido por Rusia, a través del embate híbrido que se emprendió movilizando a un sinfín de inmigrantes y que ha quedado en un segundo plano con la invasión de Ucrania. Y a su sombra, el ‘Corredor de Suwalki’, triple frontera entre Kaliningrado (Rusia), Lituania y Polonia que, hoy por hoy, es el talón de Aquiles de la seguridad europea.