Hace unos días publicamos un artículo en el que manifestaba mi malestar, sin ánimo de ofender a los finalmente ofendidos, porque me cuento entre los melillenses que casi nunca salen de Melilla los fines de semana y los domingos no encuentro un restaurante donde comer con la familia porque mire hacia donde mire, lo poquito que hay está o lleno o cerrado.
Acabo de comprobar que los lunes también es difícil encontrar un restaurante abierto en la ciudad, pero esto entra dentro de la normalidad. En la península muchos establecimientos hosteleros cierran ese día por descanso del personal. Aquí, como es natural, también.
Además, me quejaba de los comercios locales que o cierran temprano (sobre las ocho y media de la noche) o directamente no abren los fines de semana. Algunos, aclaraba, por motivos culturales (respetables y legítimos), pero otros porque no y punto.
Es normal, legítimo y comprensible que mi opinión no guste a todos. No escribo para gustar. Pero sí leo todos los comentarios que me dejan los lectores. Y leí una respuesta interesante de un comerciante de Melilla que defendía su derecho a trabajar, a cerrar temprano y a disfrutar de su familia.
Y yo, qué quiere que le diga. Somos muchos los que no nos podemos permitir la vida slow y que tenemos el tiempo justo para comprar. Si vamos a un comercio y está cerrado a las 20.30 horas, no volvemos. Es un hecho, no una especulación. Y si compramos por Amazon y nos tarda en llegar un mes a Melilla, tampoco repetimos la experiencia. Al final acumulamos compras para cuando salimos a la península, donde en los pequeños pueblos, los comerciantes abren, como en casi todas partes de España, en horario comercial.
Si uno viaja a Bruselas, a Berlín o Italia se encuentra con horarios y pausas totalmente distintos a los de España. Comen a las 12:00 horas y cenan sobre las 19:00 horas. También tienen horarios comerciales diferentes, adaptados a sus costumbres. A las seis cierran casi todas las tiendas y la gente se dedica a vivir la ciudad, a pasear, tomar una cerveza en una terraza, cenar fuera de casa...
Lo que no me parece prudente, económicamente hablando, es que imitemos el horario comercial europeo, pero mantengamos el horario de comida español.
Salta a la vista que una de las consecuencias de esos horarios europeos es que ayudan a conciliar, pero incentivan la bajada del consumo (consumismo, dirían algunos). Hay, de hecho, un boom de la economía circular y las tiendas de segunda mano proliferan por todas partes. Si la gente compra prendas u objetos reutilizados, evidentemente no los compra nuevos. Es bueno para el planeta y eso gusta mucho fuera de España. ¿Pero qué pasa con el empleo?
Esto es una cadena: si se encargan menos pedidos a las fábricas, baja la contaminación y también se necesitan menos trabajadores.
En el lado contrario de la balanza está Estados Unidos. El paraíso para los consumidores, donde los trabajadores no saben lo que es un mes de vacaciones.
Yo no necesito ni lo uno ni lo otro. No soy de las que le pega fuego a la tarjeta de crédito. Sólo digo que si usted es su propio jefe y tiene, quiere y puede permitirse cerrar a las 20:30 horas, yo, en estos momentos de mi vida, no podré comprar en su establecimiento. Y como yo, muchas mujeres que somos madres trabajadoras, sin tiempo ni para mirarnos al espejo.
En las grandes ciudades españolas, las tiendas abren desde primera hora de la mañana hasta las diez de la noche. Los fines de semana está todo abierto y las tiendas de barrio cierran tarde. Si usted sale un fin de semana a Madrid, Málaga, Granada o Murcia, termina haciendo allí las compras porque los comerciantes se lo ponen fácil.
Es gente que quiere vender y que monta un negocio en la hostelería o el comercio a sabiendas de que se acabaron los festivos y los fines de semana.
Soy partidaria de buscar un término medio, pero creo y así lo defiendo, que un empresario tiene todo el derecho del mundo a vivir slow, pero no me parece bien que luego estire la mano a la espera de una subvención pública que le ayude a paliar las pérdidas que tiene su negocio porque cuando en Madrid están abiertos, él o ella tiene su local cerrado.
Eso fue lo que intenté explicar y por lo visto, lo expliqué fatal. Oiga, si usted tiene clientes fijos y con ellos saca un sueldo, no se preocupe por mi observación. Si usted está bien como está y no quiere crecer, tampoco importa lo que yo diga.
Siempre hay un empresario avispado que decide aprovecharse de las debilidades de su competencia. Para vender, lo primero que hay que hacer es abrir. Somos muchos los que terminamos comprando en la península lo que no podemos comprar en Melilla porque lo encontramos todo cerrado. No compramos fuera porque somos unos traidores sino porque los fines de semana, que tenemos tiempo para comprar buena parte de Melilla baja la persiana.
Quizás sería interesante editar una guía que recoja un listado de comercios y restaurantes con sus horarios actualizados. Eso nos ayudaría mucho a los consumidores que vamos justicos de tiempo.
Lo dicho, si usted quiere una vida slow y se la puede permitir, adelante. Pero no pida ayudas públicas para paliar sus pérdidas. Yo quiero comprar en el comercio de Melilla y por eso le pido que no cierre a las ocho y media de la noche y que abra los viernes por la tarde y los sábados mañana y tarde. ¿Es mucho pedir?