LA Ciudad Autónoma ha anunciado que ya están a punto de comenzar las obras de remodelación de dos arterias importantes de la zona del Rastro: las calles García Cabrelles y Gran Capitán tras la reforma integral de la fuente del Bombillo, una de esas joyas desconocidas de Melilla.
La inauguración de la Escuela Oficial de Idiomas hace poco más de tres años en el barrio del Rastro nos obligó a muchos a adentrarnos en él y a preguntarnos por qué una de las zonas con más solera de Melilla está tan abandonada.
Es difícil explicar por qué la Avenida termina de forma abrupta en la Plaza Comandante Benítez cuando podría llegar hasta la Mezquita central. Es difícil entender por qué la zona colindante donde está el colegio La Salle parece otro mundo. Si lo piensas, no tiene sentido dar tratamiento de gueto a un barrio de la ciudad que tal y como está es ya una atracción turística. Si lo mejoramos podríamos sacar partido a lo que a veces no queremos ni pisar. No podemos olvidar que la gente que viene a África no viene buscando lo que tiene en Barcelona o en Madrid. Viene buscando diversidad.
Cortar la Avenida frente a la tienda del Dutyfree es querer que Melilla sea lo que no es. Esta ciudad, por suerte, no es sólo cristiana. Tiene el toque mágico del llamado a la oración de las mezquitas; la paz de las sinagogas y le falta sacar aún más pecho de la cultura hindú, china y gitana. Somos únicos y vivimos en paz.
Sin embargo, al Rastro no se le ha sacado partido en años. La zona fue entregada a los vendedores ambulantes de los cubos y hasta tuvimos la oportunidad de comprobar que aún estando tan cerca del centro de la ciudad, en nuestras narices se había montado una célula de simpatizantes yihadistas. Ni siquiera con la operación policial que se desarrolló en 2017 tomamos nota de las consecuencias de nuestro descuido.
Tampoco nos hizo reflexionar que el año pasado la Guardia Civil llevara a cabo una operación antidroga en el Rastro, La Cañada y la barriada Constitución. Eso sólo se consigue a fuerza de desidia y abandono.
Podemos entender que las callejuelas adyacentes a las Ramblas de Barcelona sean temerarias al caer la noche. Pero Barcelona es una ciudad de 1,6 millones de habitantes y nosotros apenas tenemos 87.000 y estamos limitados geográficamente por el mar y militarmente por la valla. ¿Cómo es posible que abandonemos el centro de Melilla?
Los vecinos del Rastro merecen dar fe de la inversión del Gobierno en sus calles. Llevan años ninguneados y pese a que hay planes de reforma sobre la mesa, arreglar una fuente de agua y dos calles no es suficiente. También hace falta reforzar la seguridad y ubicar en esa zona más dependencias y organismos públicos.
Estamos en mitad de una legislatura muy particular en la que los esfuerzos económicos de las autonomías se han centrado en la pandemia del coronavirus, pero si hay algo en lo que el tripartito está de acuerdo es en mejorar los barrios que durante años han vivido al margen de la inversión de la Ciudad Autónoma.
Hay que pensar que no estamos en condiciones de hacer lo que buenamente podamos sino en que para la campaña electoral de 2023 los votantes no queremos que nos expliquéis todos los esfuerzos realizados para cambiar Melilla. Queremos ver resultados y al paso que vamos, digo yo que vais más bien justitos.
Este lunes escuché a un malagueño deshacerse en halagos hacia Ceuta y decir que “Melilla dicen que es distinta”. Ya en algún artículo anterior comenté que Ceuta, en mi opinión, es como una bombonera a la que sólo se le podría añadir papel de regalo y un lazo. Es una ciudad muy verde, llena de luz y con mucho menos patrimonio que nosotros. Ceuta huele a dinero mientras aquí nos conformamos con el moho en los armarios y el olor a humedad.
Si el Gobierno local quiere cambiar Melilla debe empezar por reverdecer las calles. ¿Cómo es que Ceuta está llena de palmeras “vivas” (va con segundas) y aquí se defienden como pueden del picudo rojo?
El paso de Manuel Ángel Quevedo al frente de Parques y Jardines fue un primer paso, pero necesitamos muchos más. Infinitos más. Hay que apostar por sembrar árboles, por llenar la ciudad de aquello que agarra en esta tierra maltratada. Hay que apostar por cambiarle la cara a Melilla.
No hablo de un parcheo. Hablo de mentalizarse y de asumir que todos somos Melilla. Os pongo un ejemplo crudo. Conozco el caso de una familia rumana que se ha quejado de vecinos melillenses con los que comparte urbanización en Málaga. La familia rumana no entiende que los melillenses (ojo, que a simple vista parece gente bien) fumen y tiren las colillas a las zonas comunes de la urbanización. Yo sé por qué lo hacen: porque no entienden que esa terraza a la que arrojan los restos de cigarrillos es también suya. No tienen asimilado que la urbanización es de todos.
Este ejemplo explica, salvando las generalizaciones, cómo hemos normalizado lo incívico en Melilla. Ni siquiera fuera de aquí cambiamos el chip. Es nuestra asignatura pendiente.