Ha transcurrido una década desde que la punta del iceberg de la ‘Primavera Árabe’ irrumpiese. Por aquel entonces, la ‘Revolución del Jazmín’ (18-XII-2010/14-I-2011), en ocasiones denominada ‘Intifada de Idi Bouzid’, o más comúnmente conocida por ‘Revolución de la Dignidad’, ha traído aparejado ramificaciones en el relato cotidiano de los tunecinos: primero, la clase media ha sido sacudida por la devaluación contundente del dinar y, segundo, las generaciones más jóvenes sufren la inestabilidad del desempleo.
Mientras, la libertad de expresión, sin temor ni interferencias indebidas, emerge cómo una conquista de la democracia marchita, poniendo sobre la balanza si es el camino oportuno para seguir. Y es que, a doscientos kilómetros de la capital, se atina la comarca rural de Jendouba, uno de los focos principales de la revuelta y emblema del indicativo socioeconómico del país.
En este lugar se revelan los semblantes curtidos de quienes diez años antes, se atrevieron a arrojar piedras contra la dictadura de Zine El Abidine Ben Ali (1936-2019), Presidente durante más de veintitrés años; rostros que actualmente representan el desaliento por lo que aún queda postergado. El endeudamiento de la República de Túnez, más el ocaso de los turistas tras la agitación de las repulsas y los efectos desencadenantes de la crisis epidemiológica, conforman un puzle fluctuante, con un sistema de salud sesgado por la desdicha, centros hospitalarios carcomidos por el paso del tiempo y la falta de acceso a los servicios sanitarios básicos.
Sin embargo, en Túnez, la tenacidad ha vuelto a tomar las calles en otro episodio turbulento: existe una comunidad que preconiza la dignidad humana como la bandera que enarbola los pronunciamientos. La libertad de expresión encuadrada en la inercia de las redes sociales, los medios habituales de comunicación, e incluso en la praxis de la ingeniosidad y el sarcasmo político, son pequeños triunfos que no han de obviarse.
Con diez años acontecidos, tal vez, sea precipitado corroborar si la trayectoria es tendente a ser la más adecuada, pero una cuestión sí que es irrebatible: Túnez, continúa prosperando, anhelando el apogeo de la transición democrática, fundamentalmente, la nueva sabia sumida en una realidad de paro, censuras sociales y desmembración entre las fuerzas políticas circundantes.
Es preciso recordar que las últimas ‘Elecciones Legislativas’ materializadas el 6/X/2019, trenzaron un Parlamento totalmente repartido: de los 217 diputados, 52 correspondían al ‘Partido Ennahda’, también conocido como ‘Movimiento Ennahda’, la principal fuerza política que es de centro derecha y defiende los preceptos del Islam.
“Hoy por hoy, Túnez se aprisiona como un cráter en explosión y corre el riesgo de quedar sepultada en cenizas después de una calamitosa erupción”
Además, con un conjunto poblacional próximo a los 11,9 millones de habitantes, Túnez, es el espacio más pequeño del Magreb, situado entre las estribaciones orientales de la cordillera montañosa del Atlas y el Mar Mediterráneo, limitando al Oeste con la República Argelina Democrática y Popular y al Sureste con el Estado de Libia. Alrededor del 40% de su superficie está acomodada por el desierto del Sahara y el resto es tierra productiva y propicia para la agricultura.
Análogamente, su demarcación está organizada en 24 gobernaciones o wilayat y su capital es Túnez, que le da nombre al país. A la escasez de empleo se le une la pobreza y precariedad como los temas que concurren detrás de los reproches y desaprobaciones recientes. En atención a las referencias aportadas por el Banco Mundial, BM, la proporción de parados con respecto al total de activos se emplaza al 16%, hasta despuntar en el 36% en los jóvenes de 15 y 24 años.
A lo anteriormente expuesto, ha de articularse las circunstancias socioeconómicas cada vez más inconsistentes, a pesar de las inversiones del Fondo Monetario Internacional, en adelante, FMI, y de la Unión Europea, UE. Conjuntamente, la exigüidad en las expectativas imperantes promueve que se opte por el desplazamiento a otros estados, especialmente, al Viejo Continente. Asimismo, Túnez, es uno de los espacios más castigados por la incidencia de la pandemia.
Ni que decir tiene, que las redes sociales pusieron su granito de arena en la ‘Primavera Árabe’; por el contrario, otros países colindantes del Norte de África como Libia, la República Árabe de Egipto o la República Árabe Siria, se hicieron eco de lo ocurrido y comenzaron su propio alzamiento reivindicando más derechos y libertades y condenando la depravación de sus dirigentes políticos.
A la sazón, Túnez, ha desempeñado algunos de los hitos políticos más transcendentes de la región. Para ser más preciso, la conformidad en 2017 de la Ley sobre violencia contra las mujeres e igualdad de género, en la que, por vez primera, se contemplaban términos como ‘violación’ e ‘incesto’ y se introducían sanciones contra el acoso sexual. En la misma línea, ese mismo año se ratificaba un decreto que permitía a las mujeres musulmanas contraer matrimonio con un hombre de distinta religión.
Pese a todo, muchas otras proposiciones no se han alcanzado y con el devenir de los trechos, el hálito atrevido de las manifestaciones ha dado paso a la decepción y a una atmósfera de incertidumbre.
Con estas connotaciones preliminares, Túnez, era la única luminiscencia de la ‘Primavera Árabe’ que ansiaba cambios tras décadas de férreas dictaduras, en contraste a lo que sobrevino en Egipto, donde una administración autocrática y militar tomó el poder; o en Siria, con Bashar Háfez al-Ássad (1965-55 años) aferrado a la presidencia y diez años de conflagración ensangrentada. Inversamente, Túnez, ha caminado hacia un patrón democrático con el acogimiento de otra Carta Magna.
“En Túnez, la tenacidad ha vuelto a tomar las calles en otro episodio turbulento: existe una comunidad que preconiza la dignidad humana como la bandera que enarbola los pronunciamientos”
Una tendencia que cogió desprevenidos a los opresores que, ciertamente, no lo vislumbraron y lo hicieron claudicar en lo más alto como ocurrió con Alí Abdalá Salé (1942-2017), en la República de Yemen; o Muamar el Gadafi (1942-2011), en Libia; o Zine El Abidine Ben Ali (1936-2019), ex primer ministro de Túnez.
Pero, hace unos días la supuesta calma se atomizó, porque Túnez volvió a cebarse en un trance político agravado con la interrupción de las tareas del Parlamento, más allá de una decisión del Presidente Kaïs Saied (1958-63 años) que indujeron a un sinfín de críticas. Inicialmente, el partido ‘Ennahda’, desacreditó duramente el pulso tomado por Saied, que lo condenó como un “golpe de estado contra la Revolución y la Constitución”.
Es sabido que, tras numerosos años gobernando, Ben Ali escapó en 2011 a Arabia Saudí. De esta manera, se erigió en el primer mandatario árabe que abandonó por la influencia de la masa popular. Finalmente, en su desaparición quedó procesado por homicidio, tortura y corrupción. Posteriormente, en las ‘Primeras Elecciones Libres’ en la ‘Historia de Túnez’ (23/X/2011), ‘Ennahda’, alcanzó 89 de los 217 escaños de la Asamblea Constituyente. Dos meses más tarde, Moncef Marzouki (1945-76 años) fue electo Jefe de Estado y Hamadi Jebali (1949-72 años), número dos de ‘Ennahda’ propuesto Jefe de Gobierno.
Trazando un punto de partida que desemboque en los intervalos presentes, gradualmente, estallaron diversos enfrentamientos en la franja minera del Suroeste, hasta aumentar exponencialmente las muestras con actos violentos y agresiones de grupos islamistas radicales. Pronto, en Siliana, localidad situada en el Norte de Túnez, dinamitaron pronunciamientos que dejaron un saldo de 300 heridos por día.
Paulatinamente, huelgas y revueltas en ocasiones encolerizadas, acabaron perjudicando a los servicios públicos, el transporte, la industria y el comercio. Mayormente, en territorios económicamente segregados.
Ya, en el ojo del huracán, primero, el 6/II/2013, el opositor anti islamista del ‘Movimiento Patriótico Democrático’, Chokri Bealid (1964-2013) fue asesinado y, segundo, el 25/VII/2013, falleció el fundador y exdirigente del ‘Movimiento Popular’ y diputado de izquierda Mohamed Brahmi (1955-2013). El Estado Islámico se otorgó los dos crímenes.
El 26/I/2014 entró en vigor la nueva Constitución y con ella se estableció un Gobierno de tecnócratas y los islamistas se apartaron del poder; si bien, transitoriamente. Transcurridos nueves meses, el partido secular ‘Nidaa Tounes’ que congregaba a representantes de izquierda y centroderecha y a leales al régimen de Ben Ali, venció en las ‘Elecciones Legislativas’ superando a ‘Ennahda’. De golpe, Mohamed Béji Caïd Essebsi (1926-2019) se convirtió en Primer Jefe de Estado democráticamente electo.
En el año 2016 se concatenó una onda expansiva de reprobaciones y condenas emprendida en la Gobernación de Kasserine, en el Centro-Oeste de Túnez, tras la muerte de un joven desempleado electrocutado al subirse a un poste de alta tensión, cuando se disponía a rebelarse por su exclusión de la lista de empleo.
Inmediatamente, por doquier, la furia y la indignación se generalizaron.
Así, como se ha indicado, ‘Ennahda’, en el arco parlamentario ya era el elenco más nutrido tras las ‘Terceras Elecciones Legislativas’ desde la Revolución, pero con un cuarto de los escaños.
Y entretanto, como venido de la nada, un académico y jurista y casi ignorado en el escenario político, Saied, comenzaba su andadura, digamos, circunspecta y reservada, ponderando una inclinación minuciosa por las leyes y enfrentándose a las élites gubernamentales y económicas. En otras palabras: este sobrio especialista del derecho, desde su advenimiento se mostró como el último bastión intérprete de la Constitución, apuntalándose en sus apreciaciones en Derecho Constitucional, para superponer una composición absolutamente personal.
En este momento, el Palacio Presidencial de Cartago es algo así como un baluarte o fortín hermético, cercado de secretarios encubridores, como quien ocupara el puesto de Ministra Consejera, hoy Directora del Gabinete, Nadia Akacha, jurista acreditada. Amén, que Saied, reproduce la innovación, distando una década de incitante mutación democrática en la vertiente económica y social de Túnez.
Para el grupo de reflexión ‘Internacional Crisis Group’, abreviado, ICG, como indica literalmente su página web, es “una organización independiente que trabaja para prevenir guerras y diseñar políticas para un mundo más pacífico”, Saied, es el cabecilla de un tsunami soberanista, aflorado en una maraña de inmovilismo económico y de apremio progresivo. En este entramado, sus colaboradores de a pie se dividen en componentes de la izquierda islámica, infundido por pensadores iraníes de la ‘Revolución de 1979’ y ex dirigentes de extrema izquierda.
Obviamente, complicado de encasillar en el tablero político, en lo que atañe a los asuntos sociales, Saied, es claramente conservador, oponiéndose taxativamente a la igualdad entre los hombres y mujeres en razón de herencia, o a la abolición de la pena de muerte, pero está en oposición con el partido de inspiración islamista ‘Ennahda’.
Con anterioridad a su nombramiento, el grueso poblacional lo conoce al escucharlo desarrollar en los medios televisivos las primeras auras de la democracia tunecina. En concreto, a la hora de redactar la Constitución aprobada en 2014.
Precisamente, desde ese mismo año, Túnez se desenvuelve en un método parlamentario mixto, en el que el Jefe de Estado dispone de privilegios en materia de diplomacia y seguridad. Al mismo tiempo, es un Primer Ministro emanado del Parlamento, quien resuelve las determinaciones ejecutivas. Y es que, la nación aguanta un bloqueo institucional, después que se favoreciera la rehechura del Ejecutivo y que el Presidente impugnara su admisión, al cernirse recelos de intereses y estimar que no se le consultó anticipadamente.
A ello ha de añadirse las dificultades económicas indispuestas por la epidemia.
Ejemplo de ello es su área de producción, distribución y comercio, así como el consumo de bienes y servicios, que en 2020 se contrajo un 8% por las limitaciones que dañaron al sector turístico. Además, desde 2018, Túnez ha experimentado una oscilación de insolencia ensañada por el acogimiento de importantes reglas de severidad. Su parte marginalizada Sur, ha estado apresada constantemente por las pugnas entre las Fuerzas de Seguridad y los manifestantes.
Evidentemente, bastante crítico con el modelo parlamentario y cuantas responsabilidades partidistas se requiere, Saied, respalda su enfoque de una descentralización del poder, pretendiendo inmovilizar cualquier actividad legislativa y adjudicarse todo tipo de atribuciones. Lo que ha llevado al principal partido a anticiparlo como un ‘Golpe de Estado contra la Revolución y la Constitución’.
En esta coyuntura, la Carta Magna no admite la disolución del Parlamento en sí, pero en base al Artículo 80 puede paralizar su aplicación. Simultáneamente, al destituir al Jefe de Gobierno y detener durante treinta días el mecanismo del Congreso, el Presidente prescinde de la dispensa parlamentaria de los diputados: primero, cesando al Ministro de Defensa Ibrahim Bartaji y, segundo, al Ministro de la Función Pública y Ministro interino de Justicia, Hasna Ben Silmane, que hasta entonces figuraba como portavoz del Gobierno.
Pero, Saied, ha ido más lejos a sus designios, disponiendo el desacomodo inmediato de una veintena de Altos Funcionarios del Estado y de la Presidencia del Gobierno. Fijándonos en lo publicado en el Boletín Oficial del Estado, por sus siglas, JORT, entre los miembros desautorizados se hallan el Secretario General del Gobierno, el Director de Gabinete de la Presidencia de Gobierno, el Fiscal General del Estado, el Jefe de la Autoridad General de Resistentes, Mártires y Heridos de la Revolución y de Operaciones Terroristas, así como los Consejeros del ex primer Ministro.
Por ende, la Unión General de Trabajadores Tunecinos, UGTT, abogó expresamente las disposiciones, advirtiendo que estaban en consonancia con la Constitución, pero avisó a Saied, que no las dilatase más de un mes, diseñando una hoja de ruta de intercambio para desechar los riesgos contraídos.
En tanto, ‘Ennahda’, afirma estar dispuesto a celebrar elecciones anticipadas, con la finalidad de salvaguardar la democracia y sortear un hipotético régimen autocrático. En idéntica tesitura, la agencia de calificación de riesgo ‘Fitch Ratings’, ha señalado que la iniciativa del Presidente entorpecería los acuerdos con el FMI y descaminaría a sus socios occidentales de proseguir amparando al país.
Queda claro, que las últimas medidas acaparadas por el Presidente de la República, sugieren otros escepticismos políticos.
Toda vez, que se tiene la opinión, que apenas es factible la aplicación de su agudeza personal, para promover recortes en la masa salarial del sector público, constituyendo en 2020, nada más y nada menos, que el 17% del PIB, porque sería censurado y suscitaría en su contra una amenaza social.
En nuestros días, cientos por miles de tunecinos desaprueban a la clase política, principalmente, ‘Ennahda’, la fuerza más amplia en el Parlamento, pero enfrentada a Saied: “cambiemos de régimen” o “el pueblo quiere la disolución del Parlamento”, son algunas de las arengas más reiterativas con pitos y abucheos, en las que predominan las muchas acusaciones al Primer Ministro Hichem Mechichi (1974-47 años).
A estas alturas, por su gestión con el SARS-CoV-2 y el desgaste en las condiciones de vida, no es un grito a voces que se insista en la dimisión del Gobierno y en la disolución del Parlamento. Entre algunas de las indicaciones se enfatizan: “Llevamos diez años de silencio y de angustia y ahora la gente está enferma y no sabe cómo tratarse”. El sentir ciudadano se caracteriza por el lastre de los partidos y una respuesta irrevocable ante la penuria en el suministro de oxígeno.
No ha de soslayar de esta exposición, que antes de conocerse la postura del Presidente y en los preludios de las protestas, varias sedes regionales de ‘Ennahda’ fueron abordadas e incendiadas.
Consecutivamente, miles de residentes regresaron a las vías, travesías y paseos, reforzados con la presencia de vehículos y transeúntes que, al unísono, celebraban el anuncio de la suspensión del Parlamento ante la mirada precavida de las Fuerzas de Seguridad. Todo ello, con el ‘Toque de Queda’ impuesto y las restricciones sanitarias que invalidaban cualquier tentativa de reaparición para manifestarse.
Lo que a posteriori sobrevendría frente al Parlamento, imprevisiblemente se desencadenó en milésimas de segundos: centenares de seguidores de Saied y ‘Ennahda’ se retaron a un duelo macabro con pedruscos y botellas.
Ahora, la descomposición del sistema político tunecino ha animado la formación de coaliciones quebradizas, más interesadas por su supervivencia, que por argumentar las peticiones de una urbe con elevados índices de movilización y oteando en el horizonte, unos mínimos comunes que atisben la recuperación de la libertad, la dignidad y el trabajo.
En consecuencia, sin el menester de indagar compromisos en el Parlamento y con la influencia de la supremacía estatal en sus manos, el Presidente se ubica en el centro del melodrama político.
En su requerimiento del legado de la ‘Revolución de 2010’, se descifra la presunción de una salida al impasse de más de una década, aunque el acorralamiento a la prensa independiente y a los dirigentes políticos en las jornadas precedentes a la declaración del ‘Estado de Emergencia’ persisten, se abren incógnitas sobre la deriva que se cierne en el Gobierno. Pero, de lo que no cabe duda, es del atrevimiento y vivacidad en las llamadas a los jóvenes, imprimiendo el vaivén de un levantamiento que evidencia signos de fortaleza.
Hoy por hoy, Túnez se aprisiona como un cráter en explosión y corre el riesgo de quedar sepultada en cenizas después de una calamitosa erupción.
Si las demandas de la Revolución permanecen en el atolladero, los descontentos saldrán a la luz en demasía, desafiando al régimen que como destaca un Informe de Amnistía Internacional, todavía no se ha dotado de justicia a las víctimas de la dictadura.
Túnez, en su día ‘Pueblo de esperanza’, devastada por largos meses de obstrucción política y el pico alcanzado por el virus, habrá de aprender de las lecciones del ayer para rehacer una nación más dinámica y musculosa en el blindaje de los derechos humanos.
Los valores democráticos no sólo son un bien agraciado para quiénes tienen la dicha de disfrutarlos, sino que, por antonomasia, escasean en la aldea global y más aún, en el mundo árabe; pero, el impacto de Saied, deja un mañana tenebroso e indeterminado, que irremediablemente conducirá a otra represión o en nuevas Elecciones.
De momento, lo último que quedaba de la ‘Primavera Árabe’, da la sensación de languidecer y descorazonarse.