Vecinos del centro de Melilla no ven con buenos ojos la ampliación de la peatonalización de calles y de hecho consideran que es la peor decisión que se puede tomar. Dicen que cada vez que se corta el tráfico en una vía del centro se arruinan negocios, las calles se quedan desiertas, solitarias y fantasmagóricas porque a la gente le da miedo andar por esas zonas.
La práctica ha demostrado que en todas partes hay mucha resistencia a la peatonalización de las calles, pero con el tiempo estas zonas de coches cero terminan atrayendo turismo, bares y restaurantes y turistas.
También es cierto que cambian el perfil de las tiendas que acaban instalándose o adaptándose a las calles peatonales. Suelen ser, por lo general, muy especializadas o boutiques que consiguen burlar el cierre agarradas a su exclusividad.
Pues bien, tenemos que admitir que eso no ha pasado en Melilla, en mi opinión por dos motivos fundamentales: porque sin el coche no vamos ni a la esquina y, sobre todo, por la inseguridad crónica de nuestras calles.
Normalmente, en las ciudades en las que gana terreno la peatonalización del centro: Bilbao, Murcia, Granada o Málaga, por ejemplo, hay una red de aparcamientos privados o públicos, incluso alguno disuasorio; hay una importante red de metro o tranvía que conecta estas zonas con el resto de la ciudad y, sobre todo, carriles bici, que invitan a acercarse a cenar o pasear por el centro sin necesidad de coger el coche.
Este verano, por ejemplo, estuve en Ronda, y me sorprendió gratamente que en la zona del Mirador, probablemente el centro de atracción turística de la ciudad, aparte de su gastronomía o de sus tiendas del centro peatonal, hay al menos tres aparcamientos públicos que cobran 3 euros por 12 horas de parking.
Esto ha convertido Ronda en una ciudad hasta los topes de turistas nacionales y extranjeros, que, además, atrae a quienes viven en poblaciones aledañas, que saben que pueden ir con tranquilidad a comprar allí sin que te duela la vida cuando vas a saldar tu deuda en el aparcamiento.
Desgraciadamente eso no pasa en Melilla. Si vives en el centro y te peatonalizan la calle, te condenan a pagar un parking privado o a aparcar a tres o cuatro calles de la tuya. Y eso puede hacer reír a alguien de Madrid o Londres, pero uno decide instalarse en Melilla porque tiene esas ventajas que no nos podemos permitir en las grandes capitales.
Lo que no puede ser es que no tengamos sitio para aparcar, como en Madrid, y que, además, como en Madrid, tengamos las calles desiertas porque a las familias les da miedo salir a pasear por el centro cuando cae la noche. ¿Por qué? Porque esto se convierte en Transilvania. Ya estaba mal en tiempos de Imbroda y entonces culpábamos a los marroquíes que entraban y salían a diario por la frontera.
Resulta que ahora no tenemos ese entra-y-sale por la frontera, pero mantenemos nuestra colección particular de maleantes. Seguimos teniendo un problema serio de seguridad.
Esa situación hace que la peatonalización, que ha demostrado efectos muy positivos en otras ciudades de España y el mundo, termine convirtiéndose en una imposición en Melilla y las cosas impuestas no triunfan.
Es cierto que necesitamos cambiar nuestra mentalidad y empezar por reducir el número de coches que circulan por la ciudad. Al final, la peatonalización funciona como un disuasor para los vecinos que viven en el centro. Quienes tienen niños terminan mudándose a las urbanizaciones de las afueras. Y a las zonas peatonales se mudan jóvenes, hípster, hippies, intelectuales y un sinfín de representantes de la fauna urbana.
Pero volvemos al principio. Esto es Melilla. Aquí los hípsters se pueden contar con los dedos de las dos manos y nos sobran. Los intelectuales, ni te digo. Y, por si fuera poco, no hay urbanizaciones de nueva construcción en la periferia. Aparte de que los precios aquí están por las mismísimas nubes.
Todo eso influye en que al final la peatonalización de las calles se convierta en Melilla en una camisa de fuerza que mantiene a disgusto a todos porque el único objetivo que cumple es el de reducir el tráfico y la contaminación.
Ni te cuento cómo le sienta a los comercios de la zona que les cierren la calle por obras, en plena pandemia y después de dos años de apaga y baja la persiana. Los están invitando a mudarse al centro comercial y eso puede que no sea un problema grave para quienes tienen su local en alquiler, pero a los que son propietarios los crucifican.
Por eso creo que hay que hablar con los vecinos antes de continuar con un proceso que es beneficioso, pero que en esta ciudad no está funcionando como debería. Si queremos construir una ciudad para todos, hay que incluir las opiniones de todos.
No conozco ningún caso en los que la cesión de espacio al peatón suponga un perjuicio a largo plazo.
Quizás resulte de perogrullo incidir en los peligros del automóvil mientras circula, pero ya que hablamos de Transilvania, deberíamos hablar también de como éstos vampirizan el espacio público y de los ruidos que generan tanto acústica, como visualmente.
Por otro lado habría que verificar como inciden en la seguridad ciudadana desde el momento, no sólo en que se convierten en un reclamo para los amantes de lo ajeno, sino que son un parapeto perfecto para apostarse sin ser visto.
La cuestión también radica en quién se erige como representante de los vecinos y de los comerciantes de un barrio determinado, y si se habla o escribe como en mi caso de forma particular.
No se puede decir que quitar los coches de las calles suponga un problema de seguridad cuando los desplazamientos desde un parking público no superan en ningún caso los 5 minutos (en el Centro tenemos cuatro). Coincido en que eso no ocurre en ninguna otra ciudad de España. Otra cosa es que queramos aparcar nuestro vehículo en la puerta de nuestra casa o comercio, y gratis.
Uno de los problemas, como se apunta, es la seguridad general, y mucha culpa la tiene la ausencia de un tejido comercial y social que hay que construir en el espacio público. La gente se siente segura donde hay gente.
Disminuir el número de maleantes, inyectar dinero en el tejido económico, clarificar los derechos y deberes de todos y todas, minimizar los tiempos burocráticos en los procedimientos administrativos facilitando la generación de actividad, establecer acuerdos con los agentes sociales, educar a los ciudadanos en el uso de los espacios comunes, facilitar su acceso a los servicios públicos, contar con un sistema discrecional y eficiente de transporte público, etc.
Todavía nos queda mucho camino que merece la pena recorrer.