“Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró”. (Lc 23, 46)
El Viernes Santo está presidido en la liturgia por el signo de la Cruz: “Mirad del árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la Salvación del mundo”
Ese signo lo veremos en nuestras procesiones, que se abren con la Cruz de Guía para indicar el recorrido de la Estación de Penitencia. Los nazarenos, ataviados con sus túnicas, capirote, medalla y cirios, iluminarán el camino que llevará al encuentro con el paso.
Hoy en Melilla el signo de la Cruz viene con el Señor de las Buganvillas, el Cristo Chiquito, como lo denominara Carlos Castañeda en su Pregón de la Semana Santa de Melilla de 1997, año del V Centenario. Es el Stmo. Cristo del Socorro llevado por las jóvenes de la Cofradía del Nazareno el Viernes Santo por las calles de nuestra Ciudad, desde la Plaza de Toros, caída ya la tarde.
El Stmo. Cristo de la Buena Muerte es llevado por Veteranos del Ejército y cofrades, precediendo al misterio de la Piedad de la Cofradía Castrense, desde que, en el Viernes Santo, 18 de abril de 2014, con motivo del XXV aniversario de la Cofradía, se incorporara al cortejo procesional. Dos imágenes que recrean a Cristo muerto en la Cruz después de entregar su espíritu al Padre.
Piedad
Descendido de la Cruz, el cuerpo sin vida del Redentor será entregado a su Madre, que lo recibirá en su regazo, con el alma rota por el dolor. María Santísima de la Piedad nos mostrará al Stmo. Cristo de las Cinco Llagas. Con la mirada perdida en el infinito, los ojos humedecidos y las lágrimas derramándose sobre su rostro inmaculado la Piedad será el reflejo de un dolor infinito. La música de capilla interpretada por el Grupo Orpheus, que le acompaña durante todo el recorrido, describirá el llanto de la Virgen y cada lágrima será una nota en el pentagrama de la salvación.
Santo Entierro
Cristo ha muerto. Yacente nos lo presenta la Cofradía del Nazareno, en su urna de cristal tras la imagen del Cristo del Socorro, en un cortejo fúnebre digno de un rey, no en balde, el Comandante General de Melilla ostentará la representación de S. M. el Rey Felipe VI.
Todas las fuerzas vivas de la Ciudad se reúnen para asistir al Santo Entierro en un ceremonial solemne, serio y emotivo, para entregar a la sepultura al Hijo de Dios que hecho hombre, por obra y gracia del Espíritu Santo, en el seno virginal de María que, tras la comitiva, de luto riguroso verá cumplida la profecía del anciano Simeón: “Y a ti una espada te atravesará el alma” (Lc 2, 33:35)
La Cofradía nos presenta esta noche a aquella joven nazarena, ya mujer, que supo decir “Sí” al plan de Dios, sin importarle la exigencia del compromiso, llevándola en el Viernes Santo, a ser Dolores en su Soledad.
Soledad
El cortejo fúnebre se aleja. Tres aldabonazos han retumbado en las puertas del Sagrado Corazón para pedir que salga en procesión la Señora de Melilla, como gusta a sus cofrades llamarla. La llevarán a su Barrio del Carmen y los jóvenes de la Cofradía le dedicarán, en la calle que lleva su nombre y que todos conocemos como el Callejón de la Soledad, una carta llena de amor y sentimiento. Un momento de oración mientras componen un corazón de flores en su honor.
La noche, a pesar de la luna llena de la semana de pascua, se torna en una oscuridad inmensa que se extiende en el manto que cubre las oraciones de los fieles. La Avenida Juan Carlos I Rey aparece tan solo iluminada por cientos de velas que llevan los devotos a uno y otro lado de las aceras. Llega la Soledad de Nuestra Señora.
Ante la Tribuna, ya en la Avenida, un cofrade proclamará el Desagravio, palabras surgidas desde el corazón tras la oración y la meditación.
Suena el tambor de nuevo y se reanuda el rezo del Santo Rosario mientras el trono se aleja en la oscuridad de la noche.
El Viernes Santo se adentra en la madrugada del sábado. Todo queda en silencio. Cristo ha muerto.
Lumen Christi
El silencio reina en el mundo mientras el Hijo de Dios está en el sepulcro. Pero la Semana Santa no termina en la muerte.
Larga se hace la espera hasta que, caída ya la noche del Sábado Santo, bendecido el fuego en la puerta de la Iglesia se enciende el Cirio Pascual para iluminar el interior del templo que permanece en la oscuridad del sepulcro.
¡Luz de Cristo!, cantará por tres veces el sacerdote entrando en la iglesia, mientras los fieles van encendiendo sus velas del fuego del Cirio Pascual, que representa a Cristo Resucitado.
Se leerá el relato de la salvación, empezando por el Antiguo Testamento y terminando en el Evangelio de San Juan en su capítulo 20, en el que Pedro y el otro discípulo se dirigieron al sepulcro, tras las palabras de María Magdalena de que no estaba el cuerpo del Señor en él.
Así comenzaremos a vivir el día más importante en el seno de la Iglesia: La Pascua de Resurrección.