Conforme la aldea global desafía la peor crisis de Salud Pública en un siglo, es irrefutable que no habrá un restablecimiento, diríamos, resuelto en el vivir cotidiano, tal y como lo vislumbrábamos. Obviamente, este escenario es válido con independencia que la pandemia mengüe, o si por el contrario afloran otras variantes, porque incluso con las vacunaciones o algún tratamiento efectivo, lo más presumible es que sus efectos se dilaten en el tiempo.
Luego, si visualizásemos las fuentes bibliográficas que nos reportan a la finalización de la Segunda Guerra Mundial (I-IX-1939/2-IX-1945), desde entonces, el SARS-CoV-2 es la punta de lanza que dibuja un panorama indescifrable, abocándonos al mayor de los retos que estamos enfrentando. Y, es que, desde su irrupción en Asia en las postrimerías de 2019, el patógeno sigilosamente se ha escurrido hasta burlar cada uno de los continentes, exceptuando la Antártida.
Pero, la epidemia y sus rastros insólitos nos ha aportado un festival de fluctuaciones que aún perdurarán. Es mucho más que un entramado de salud, porque, en paralelo, aglutina un trance socioeconómico, exhibiendo a todas luces, la aspereza de generar impactos sociales, económicos y políticos catastróficos que, irremediablemente, nos deja profundos ramalazos de desorientación. En cierta manera, son incertidumbres que merodean en su propagación discordante, además de las mutaciones, fórmulas, o reglas de oro como el post confinamiento, los test masivos, la mascarilla y el rastreo; o su circunstancial desaparición o retorno al estado epidemial.
Evidentemente, esta situación nos instiga a reconocer que escondida e imperturbable, la inseguridad que actualmente nos supedita es la gran aventura de la humanidad, al generarse una inquietante confusión con falsas dicotomías y demostrándose que el COVID-19 nos lleva a acotaciones impensables.
Sin ir más lejos, tenemos la sensación que en pocas semanas la realidad pandémica parece estar controlada, y en pocos días las cifras de positivos se disparan volviendo a recular en las pequeñas mejoras.
Con estos mimbres, una de las consecuencias más destacadas de índole sindémico, entendido como la suma de dos o más epidemias o brotes de enfermedades concurrentes o secuenciales en una población determinada, con interacciones biológicas que agravan el pronóstico y golpea a la afección, obligan a modular los niveles de alertas establecidos que atañen a la marcha de otras amenazas.
En otras palabras: en el anverso de una misma moneda, los servicios sanitarios encaminan sus recursos a la localización y detección de la infección, y en el reverso, se restan esfuerzos a otros padecimientos de los que no debería bajarse la guardia.
De hecho, en la última Conferencia Internacional sobre el virus de la inmunodeficiencia humana causante del VIH, algunos expertos previenen con desasosiego que los confinamientos masivos, o la merma en los requerimientos, repercute categóricamente en los programas de prevención, sobre todo, aquellos que están concebidos para su implementación en los estados más necesitados.
Tómese como ejemplo el estudio elaborado por el Fondo Mundial para la lucha del VIH/SIDA, la tuberculosis y la malaria, abreviado, GFATM, que ha detectado acortamientos manifiestos en el 85% de los servicios nacionales enfocados al VIH/SIDA; por el 78% en el caso de la tuberculosis y el 73% en la malaria. Y, como colofón a lo referido, el 20% de los programas contra las enfermedades mencionadas se han suprimido.
Sin duda, a día de hoy, los 2.429.669 de decesos en el mundo por la pandemia puede parecer una cifra cuyo simbolismo no responda a lo que realmente conlleva, más los 109.885.555 de contagiados; sin entrever, el crudo entorno de las víctimas procedentes del aspecto sindémico, proliferando las limitaciones para acceder a los tratamientos y diagnósticos, con el retraso de cirugías motivadas por la saturación del Sistema Sanitario.
De estos dígitos, quizás, se nos escapan de las manos las personas asintomáticas, bastante numerosas y que en su amplia mayoría no se han identificado; sin percatarse, que esparcen el contagio a familiares, amigos o conocidos.
Como es sabido, recientemente hemos superado el año desde que conociésemos las primeras arremetidas del coronavirus y, poco a poco, fuésemos tomando conciencia de lo que estaría por llegar.
En aquel momento, sin apenas reacción entre tanto desconocimiento e ingenuidad, aun no presentíamos los estragos desconcertantes de un microorganismo recién venido al que abordábamos sin tenerlas todas consigo, cuando nos mostró su artificio y poder perjudicial que transportaba en sus genes. Pronto, comenzamos a colisionar implacablemente ante el virus, asimilando un sin fin de incógnitas que más tarde transformaría las rutinas de conducta.
Nunca antes, imaginamos que llegado este instante, sobre todo, las generaciones más recientes, un ser imperceptible condujera a todo un país como España al enclaustramiento total con el confinamiento; o que no existiese la más mínima posibilidad de visitar a nuestros seres queridos, entre ellos, los mayores; o que los ambulatorios o clínicas de Atención Primaria o Especializada se atendiesen única y exclusivamente por vía telefónica; o que los niños y jóvenes prescindiesen de las aulas a medio curso; o que las empresas se vieran forzadas a cerrar a cal y canto, articulando todo un engranaje para ajustar el molde del teletrabajo.
“A cada ciudadano le corresponde hacer gala de su responsabilidad individual y social, en aras de un bien común, cuidando y reclamando la distancia interpersonal y empleando adecuadamente la praxis de la mascarilla”
Y qué decir de los automatismos a la hora de salir de casa, ahora con la mascarilla facial, o que impecablemente guardáramos la distancia al encontrarnos con parientes o afines, sin estrecharnos o aproximarnos con el reencuentro.
Con lo cual, el SARS-CoV-2 ha alterado cualesquiera de las costumbres, relaciones y formas de convivencia. Bien es cierto, que anhelamos retornar a la normalidad del pasado mes de febrero de 2020, que ha quedado en el horizonte de la nostalgia.
El contexto que subyace no es otro que el protagonismo complejo que encadena el virus, transmitiéndose de un individuo a otro y devorando a cientos por miles de vidas. No se trata de ser derrotista, pero el resquicio de contagio es muchísimo más elevado que en los prolegómenos y en lo que, a posteriori se desató, porque actualmente son más las personas infectadas que trasiegan la transmisión.
Considerando el veredicto y juicio de un elenco de expertos, analizando las vicisitudes de quienes han logrado superar la infección, como diríamos llanamente, no les ha salido gratis. Me explico: no me refiero a los daños colaterales y recursos humanos y económicos destinados para investigar las debilidades y fortalezas de la epidemia. Sino a los deterioros e hipotéticas secuelas que se han producido en los órganos vitales de su organismo, como los pulmones, el corazón, los riñones, el cerebro y el sistema nervioso, el sistema músculo-esquelético, etc.
En esta tesitura, es preciso partir de la base que la infección por el COVID-19 es una enfermedad multiorgánica. O lo que es lo mismo, concierne a más de un órgano indispensable, ya sea como resultado del rechazo excesivo del sistema inmunitario que arremete contra los propios tejidos; o por el menoscabo directo de la infección en las células y tejidos de estos órganos. Por lo tanto, de manera sucinta, seguidamente me referiré a cada una de estas coyunturas, dependiendo de variables como la edad u otras dolencias que junto al virus, deterioran su defensa natural, o séase, el sistema inmunológico.
Primero, en cuanto a los pulmones, una de las primeras peculiaridades se fundamenta en la repetición con que surge la ‘neumonía atípica bilateral’, que prospera en pocas jornadas hacia la gravedad. El origen se basa en la inflamación de los alvéolos pulmonares, con un encharcamiento causado por el papel del sistema inmunitario al pretender contrarrestarlo, generando una restricción importante en la capacidad respiratoria.
Ante el daño pulmonar provocado, el organismo podría ser reemplazarlo por un tejido fibroso, con cicatrices que no tienen probabilidad de admitir el intercambio de oxígeno y dióxido de carbono. En los meses subsiguientes, con mínimos esfuerzos realizados se manifiesta la escasez del aire.
Si todo marcha en la normalidad, el tejido fibroso se regenerará, pero si el paciente es fumador, la recuperación se prolongaría hasta un año y más.
Aun así, se desconoce si los menoscabos pulmonares severos concluirán o convergen en una fibrosis pulmonar. Con la premisa, que estos indicadores lo experimentan los enfermos que han requerido ventilación respiratoria asistida en un número determinado de semanas ingresados en la UCI. Mismamente, se dan casos de una propensión a mayor coagulabilidad de sangre, lo que induce a trombos que acarrean embolias pulmonares en la fase aguda o de convalecencia.
Segundo, en relación al corazón, es el órgano más perjudicado por el coronavirus, tras los pulmones. Los contratiempos más frecuentes se hayan en la ‘miocarditis’, conocida como “la inflamación de las células del músculo cardíaco”, ya sea por la imposición en la sobrecarga de bombear y producir ritmos cardíacos, o por la infección directa del corazón. Así, el conjunto de lesiones producidas alcanzan derivaciones como las ‘arritmias’, que desemboca en la muerte súbita o la insuficiencia cardíaca. Los desórdenes en la coagulación ayudan a la formación de trombos, que en el prisma cardíaco se convierte en el motor principal de ‘infartos de miocardio’.
Tercero, al referirme a los riñones, es otro de los órganos que quedan gravemente expuestos al patógeno, debiendo ser inevitable el tratamiento mediante diálisis, descartando las sustancias perjudiciales de la sangre cuando los riñones ya no realizan esta misión.
La dolencia renal en los pacientes del COVID-19 se ocasiona por la transmisión inmediata del virus sobre las células renales; o por la ‘hiperinflamación’ que presenta el sistema inmunitario; y, por último, ante la ausencia de riego vascular y oxígeno, la ‘hipotensión arterial secundaria’.
A pesar, que en condiciones normales los aquejados por esta complicación recuperan la facultad renal, hay que estar pendiente de los probables desenlaces que la infección deja de manera permanente.
Cuarto, ateniéndome al cerebro y sistema nervioso, el virus ocupa el tejido nervioso ocasionando sintomatologías neurológicas como mareos, cefalea, mialgias, inflamación cerebral, ictus o crisis epilépticas y pérdida de olfato o gusto, una de las primeras señas con las que se nos avisó de la pandemia.
Sin inmiscuir, las personas de edad avanzada o con deterioro mental previo, en las que hay mayor riesgo de sufrir cambios del estado mental cuando contraen la infección del SARS-CoV-2.
Conjuntamente, se constatan inconvenientes en el habla y la movilidad, lo que hace adolecer más el estado mental. La falta de olfato o gusto ya señalados, se restablecen en una o dos semanas. Si bien, para algunos, este intervalo se alarga durante meses.
Y quinto, entre todos los descritos en estas líneas que indudablemente incluirían otros órganos del cuerpo humano, el sistema músculo-esquelético acapara la persistencia del agotamiento físico marcado por el desfallecimiento, la fatiga extrema, poca o ninguna energía y debilidad.
Como otras afecciones que demandan semanas de sedación y ventilación asistida, comienza insidiosamente a originarse la atrofia muscular, pero en la infección por coronavirus, la fatiga y el cansancio es más acusado desde el principio de las manifestaciones, perdurando por un espacio más amplio.
A día de hoy, no existe medicina que remedie la infección, únicamente fármacos que alivian algunas de sus complicaciones. Paralelamente, desde el pasado 27 de diciembre, en el Viejo Continente se ha puesto en marcha la ‘Campaña de Vacunación’; por el día 14 del mismo mes que empezó en Estados Unidos, con la premura de inmunizar a 20 millones de personas en dos meses.
Valorando las velocidades desiguales en los procedimientos de inoculación, España ha comenzado a aplicar una parte de sus 4,5 millones de dosis de la vacuna ‘Pfizer/BioNtech’. El objetivo es distribuirlas de forma equitativa entre las Comunidades Autónomas, en base a la asignación de los grupos de vacunación de la ‘Etapa 1’ definidos en la ‘Estrategia de Vacunación’, para inmunizar a 2,3 millones de individuos en unas doce semanas aproximadamente.
En concreto, a fecha 17/II/2021 1.119.180 personas han recibido la pauta completa, representando el 41,8% de la dosis recibidas, y ascienden a 2.690.457 las personas que al menos tienen una dosis de la vacuna. El primer grupo de población inyectado está siendo el colectivo de mayores que viven en residencias y las plantillas del personal sanitario.
“Si menguamos en los hábitos asimilados y de obligado cumplimiento, retrocedemos en lo conquistado, como de hecho ha ocurrido en reiterados lances, sufriendo el revés más despiadado. Tal vez, un exceso de permisividad, sea mortal de necesidad”
En la ‘Gestión Integral de Vacunación’, abreviado, GIV, lleva la voz cantante la Compañía ‘Pfizer/BioNtech’, el profiláctico más difundido en la Unión Europea en cuanto el 21/XII/2021 la Agencia del Medicamento concediera su circulación. Del mismo modo, se está empleando en Estados Unidos y Oriente Próximo, junto a ‘Moderna’ que se utiliza en más de una treintena de estados. Algo más rezagadas quedan ‘AstraZeneca/Oxford’, ‘Janssen/J&J’ y ‘Sanofi Pasteur/GSK’.
Con todo, en plena transición de la segunda a la tercera década del siglo XXI, el coronavirus se ha vuelto más turbulento, reforzado con mutaciones que le han dado más vitalidad con las nuevas variantes.
En atención al virólogo e investigador del CSIC en el Instituto de Biología e Integración de Sistemas de Valencia, don Santiago F. Elenas, expone literalmente que “estas mutaciones como cualquier organismo vivo, optimizan su eficacia biológica, su capacidad de reproducción en un ambiente dado, gracias a la selección natural, favoreciendo las mutaciones del virus que funcionan mejor en el huésped que somos nosotros”.
La inminencia que trazan estas variantes es su potencial transmisibilidad, en similitud con la que provino en Wuhan, provincia de Hubei, China. Actualmente, los lugares en los que se ha comprobado su presencia son Reino Unido, ‘VOC 202012/01’; Sudáfrica, ‘501Y.V2’ y Brasil, ‘P.1’.
Sin embargo, aun sabiendo que las mutaciones inciden en su esparcimiento, a menudo se tiende a sesgar lo que propiamente es una ‘variante’ con la ‘cepa’ de un virus.
Para ser más riguroso, en el momento que los científicos ponen su atención en una ‘variante’, les compete las variaciones derivadas en la genética de los virus causadas al replicar tanto dentro de un paciente, como si éstos pasan a otro, hasta desplegar una agrupación de mutaciones que lo diferencian del original y, que a su vez, se clasifican en ‘linajes’ o ‘ramas’.
Desde el preámbulo de la pandemia se han descubierto miles de variantes, sin llevar aparejado que no todas tengan la misma resonancia e influencia en su progreso maligno. Inversamente, acontece si ésta desarrolla alguna ventaja, como avanzar en la amplitud de su contagio que las hace ser dominantes. Y en sintonía con lo anterior, la conceptuación de ‘cepa’ hace referencia a los cúmulos de variantes afianzadas, teniendo una propiedad biológica distinta al virus.
Es por ello, que la Organización Mundial de la Salud, OMS, insta a no perder de vista las operaciones conducentes al control de la enfermedad, englobando el monitoreo contiguo y la cautela epidemiológica, integrando la intensificación en la vigilancia genómica regional, la supervisión de brotes y la indagación de contactos, adecuándolo a las normas de Salud Pública y Sociales para aminorar los contagios.
Últimamente, se ha acreditado que los sujetos contaminados con la variante ‘VOC 202012/01’ perteneciente al linaje ‘B.1.1.7’, están más próximos a la muerte que los enfermados con otras variantes. Toda vez, que los análisis iniciales indican que la variante ‘501Y.V2’ del linaje ‘B.1.351’, está coligada a una carga superior, lo que apunta en ser un foco latente de más transmisibilidad.
En cambio, la variante ‘P.1’ del linaje ‘B.1.1.28.1’, al igual que la británica y sudafricana, posee un alto rango de transmisión, quedando en cuestionamiento si provoca más mortandad e influye en la efectividad de las vacunas.
Consecuentemente, a cada ciudadano le corresponde hacer gala de su responsabilidad individual y social, en aras de un bien común, cuidando y reclamando la distancia interpersonal y empleando adecuadamente la praxis de la mascarilla. Si menguamos en los hábitos asimilados y de obligado cumplimiento, retrocedemos en lo conquistado, como de hecho ha ocurrido en reiterados lances, sufriendo el revés más despiadado.
Tal vez, un exceso de permisividad, sea mortal de necesidad.
Como ha quedado patente en esta narración, muchas son las heridas abiertas, a modo de deterioro, despuntadas del SARS-CoV-2 y que difieren en su rehabilitación. Las andanadas víricas trascienden en quienes han contrarrestado el trastorno, tras estar hospitalizados en unidades de críticos y que generalizadamente han perdido peso y ahora se adaptan a indicios como el agotamiento, la disnea y la atrofia muscular.
Sin olvidarnos, de los miedos que difícilmente cesarán.