Volver tras unas vacaciones siempre es una oportunidad para empezar de nuevo. En nuestro actual ritmo de vida, los años no empiezan con el calendario sino con el curso académico, político o laboral que en el meridiano vacacional encuentran su punto y aparte.
Tras dos semanas ajena a la actualidad, ausente en parte de Melilla, me reencuentro con un cúmulo de periódicos en los que, en verdad, no hay mucho de nuevo y, lo peor, es que los asuntos recurrentes en los últimos meses lejos de arreglarse han terminado enrocándose cuando no enconándose. Es el caso del CETI, que ya duplica su capacidad máxima poniendo en evidencia que la supuesta colaboración marroquí en la lucha contra las mafias que explotan la inmigración ilegal es realmente nula. De lo contrario no se explicaría ese goteo constante que anda desbordando nuestro Centro de Acogida de Inmigrantes y que tiene su contrapunto en la situación de los centros de menores, repletos en su mayoría de inmigrantes precoces de origen marroquí y últimamente también de muchos menores subsaharianos que andan llegando en esas pateras de juguete con las que Melilla va repoblándose de forma conflictiva e inconveniente.
Por supuesto, los inmigrantes no son los culpables, ni tampoco esos menores desheredados que aprovechan cualquier punto 'ciego' como al parecer aún existen en nuestra blindada frontera. Todos ellos creen que cruzándola acceden al Primer Mundo, hasta que comprueban que Melilla -salvo para la casuística surrealista- no es más que una etapa más en el largo rito de paso que embarga a esos hombres y mujeres, jóvenes y niños inmersos en la diáspora y búsqueda de una vida mejor.
Realizo la salvedad de la casuística surrealista porque, tal cual ocurría cuando me fui de vacaciones, sigue sin permitirse que los melillenses puedan traer a Melilla productos lácteos o cárnicos procedentes de Marruecos. Es así por causa de una aplicación legal muy discutible que el presidente de la Comisión Islámica ha puesto en su justo término, cuando aborda y desbroza por qué esa interpretación de nuevo cuño no tiene nada que ver con la legislación vigente en materia fronteriza y de importación de productos alimenticios a la ciudad de Melilla.
Lo sorprendente es que, frente a un asunto de tanto calado, el delegado del Gobierno se empeñe en decir que se vienen aplicando las leyes como siempre. Igual de sorprendente desde mi punto de vista es que los partidos políticos tampoco hayan tomado de forma activa cartas en un asunto que, cuando menos, perjudica al total de Melilla y no sólo a los melillenses de origen rifeño, como algunos piensan o quieren ver.
A nuestra ciudad no le interesa en absoluto establecer obstáculos en las relaciones con su entorno. Con independencia de que Marruecos es un recurso necesario para las economías melillenses más humildes que allí encuentran productos mucho más baratos, la nueva medida -porque se quiera o no es tan novedosa como rígida en su aplicación- no hace más que complicar y dificultar las históricas relaciones de vecindad que han favorecido un intercambio constante entre nuestra ciudad y el hinterland marroquí que nos circunda.
No estamos ante una prohibición coyuntural de importar carne desde Marruecos por motivos sanitarios, sino ante una interpretación legal muy discutible que el delegado del Gobierno, Antonio María Claret, ni siquiera admite en su empeño por aseverar que nada ha cambiado, cuando la realidad es tozuda y demuestra lo contrario.
Salvo CpM, ninguna fuerza política se ha pronunciado sobre un hecho que no corresponde contrarrestar a una organización religiosa sino a otra de carácter social o político. Sin embargo, el silencio de nuestros partidos es sintomático de lo alejados que en verdad vivimos de nuestros vecinos y de lo perjudicial de esa realidad, a pesar de nuestros anhelos de desarrollar una mayor política de vecindad al pairo de la Unión Europea o nuestras aspiraciones como ciudad de servicios cara a la emergente provincia de Nador.
Me preocupa que una asociación que debería limitarse a asuntos de tipo religioso o sociales en un sentido amplio, acabe actuando por defecto y falta de sensibilidad de los partidos políticos como una auténtica fuerza motriz del movimiento ciudadano.
La fractura social que padece Melilla y que se mide en el enorme desequilibrio económico que diferencia a un sector de melillenses de otro, casi igual de numeroso pero que en su mayoría es de origen amazigh o rifeño, demuestra una vez más que necesitamos otra política más veraz y realista.
Ayer se anunció que en breve empezará a ponerse en marcha la sociedad de desarrollo para los distritos 4º y 5º, concebida como ya se ha dicho para desplegar proyectos que acorten o aminoren las extremas distancias entre distintos grupos poblacionales de nuestra ciudad. La susodicha sociedad debería haberse creado hace mucho pero, como dice el refrán, nunca es tarde si la dicha es buena. Esperemos por tanto que lo sea, porque esta Melilla de doble cara corre un grave riesgo que sólo podremos prever y corregir si somos conscientes de ello.