En 1998 publiqué una serie de 4 artículos titulada ‘Una nueva visión de la conquista de Melilla’ que se publicó los días 27 de septiembre, y el 4, 11 y 25 de octubre, en El Telegrama de Melilla, en los que cuestionaba en el fondo y en la forma, la actitud de los historiadores locales, que ante la evidencia histórica de la conquista de Melilla, seguían cerrados en banda en la defensa del invento pseudo histórico de ‘la res nullius’ o tierra de nadie.
El invento pretendía justificar que Melilla no había sido conquistada ni arrebatada a los musulmanes benimerines, bereberes, fesíes, guelayenses, tlemenceños o a cualquiera que la poseyese, porque yacía abandonada, completamente destruida y en estado desértico y en espera de ser conquistada por los españoles y esto último, que parece una digresión delirante, fue teorizado y plasmado por el Cronista Mir Berlanga, en una maravillosa cita hallada por mi amigo Carlos Esquembri. Dejo hablar al Cronista: “Si Sevilla, Córdoba o Granada conservan huellas de los invasores árabes, en nuestra ciudad no dejó el Islam el menor recuerdo. Ni un edificio, ni un monumento, ni una simple piedra labrada. Como si la Historia se hubiera complacido así en resaltar el sello español y cristiano de Melilla que se incorporó a Castilla dieciocho años antes que lo hiciera el Reino de Navarra”. La cita podría ser una anécdota de no haber sido porque la ideología que la sustenta, ha seguido y sigue en pie hasta el umbral mismo de este artículo.
En aquellas fechas dos libros habían cambiado mi percepción sobre la conquista de Melilla, el primero fue “No fuimos nosotros”, de Isabel Álvarez de Toledo, Duquesa de Medina Sidonia, en el que por primera vez mencionaba el Tratado de Tordesillas de 1494 y hacía referencia de la necesidad que tenía España de “procurarse las villas de Melilla y Cazaza”. Tras quedar sorprendido por la claridad de la cita y de la exposición, busqué en vano entre los historiadores locales ejercientes o ya fallecidos y ni en uno sólo encontré referencia alguna al Tratado de Tordesillas. En los artículos de 1998, mostré claramente mi asombro por el deliberado olvido de Tordesillas y en el cuarto y último capítulo concluía: “La aparición de nueva documentación confirmará o no, algunas de las hipótesis esbozadas en estos artículos... pero espero haber contribuido a iniciar el sepultamiento de de 500 años de mentiras y de falsas historias acerca de La Conquista de Melilla”.
La existencia del Tratado disolvía de un plumazo toda la línea argumental sostenida con encono por la historiografía local, es más, dejaba claro de modo fehaciente e irrebatible que Melilla fue conquistada por el propio interés y voluntad de la Corona de España, que fue un acto muy premeditado, muy pensado y muy bien preparado. Melilla es mencionada más de 10 veces en el Tratado.
El otro libro que transformó completamente mi pensamiento y en donde ya aprecié la falacia deliberada sobre la que se asentaba todo el edificio de la tierra de nadie fue: “Los presidios españoles del Norte de África”, de Rafael Gutiérrez, en donde por primera vez se contaba que una pequeña parte de la población de Melilla, atemorizada ante la inminente conquista castellana, intentó negociar una entrega incruenta de la ciudad, cosa que no salió bien en un doble sentido. El primero e inmediato porque no consiguieron poner en almoneda a Melilla. El segundo porque con el correr del tiempo, los descendientes de aquellos primigenios traidores melillenses, serían expulsados de España en la definitiva expulsión de Los Moriscos en 1610.
El año 1997, el del V Centenario, hubiese sido un buen momento de darle un cambio a la historia de Melilla y empezar a comenzar a contar las cosas tal y como fueron, sin embargo las publicaciones fueron escasas y se siguió en la línea oficial ya mencionada.
En 2006 apareció el gran compendio de La Historia de Melilla, un libro sin cohesión interna y con unos altibajos enormes, en donde merece destacarse a José Manuel Cabo, Víctor Guerrero, Fernando López, Enrique Gozalbes, Vicente Moga y en donde ni un solo capítulo se denomina como Melilla musulmana o Melilla islámica, pese a que indudablemente se habla de ese periodo, el más amplio de la historia de Melilla. Tampoco hay ningún capítulo dedicado a la conquista de Melilla ni a qué la motivó, ni cómo se llevó a cabo y por supuesto, no se menciona Tordesillas.
El nuevo y deliberado olvido, me llevó a escribir y publicar en El Faro, 19/08/2006, un nuevo artículo titulado: “Melilla, 1497. Una conquista entre brumas”. En él insistía del modo más claro posible (sin éxito ninguno) en la necesidad de aclarar la fecha de la conquista, la dirección de La Armada, la duración de la conquista y volvía a reiterar la obligación ineludible de mencionar Tordesillas, como clave de bóveda de la política africana del Rey Católico.
En un último y desesperado intento por apuntalar el edificio ya arruinado y poco creíble de la “rex nullius”, apareció en 2008 “los Alguaciles” de Miguel Villalba, que fue recibido como la biblia de la no conquista de Melilla, la losa que cerraba cualquier debate ulterior sobre la anexión, ocupación o conquista. Melilla no sólo se había derruido a sí misma, como apuntara Mir Berlanga, sino que además, se había entregado entera, como objeto de cambalache, a la mayor gloria de Castilla.
La publicación de este libro (de indudable mérito, pero erróneo enfoque), me llevó a insistir en la necesidad de acabar con las tesis oficialistas publicando: “El día que nunca fue de Melilla, 17 de septiembre”, en el Faro y Melilla Hoy (13/09/2009) y el diario novelado de: “El día de La Conquista”, publicado en tres partes los días 18,19 y 20 de septiembre de 2009 en el diario El Faro.
El reconocimiento de que la conquista u ocupación de Melilla fue “un acto de Estado” por parte del profesor Carlos Gozalbes y la mención, ya sin ningún margen de duda o discusión al tratado de Tordesillas como desencadenante de la acción política y militar castellana, es un saludable hecho, que refrenda lo que algunos sosteníamos, en la soledad más absoluta, y falta de reconocimiento, desde hace 13 años. Queda mucho por hacer, pero éste ya sí es un punto sólido y verdadero de partida, aunque intentar todavía diferenciar el término conquista del de ocupación, sigue siendo un intento baldío de proseguir en un camino que no lleva a ningún lado, porque si Melilla se “desocupa o abandona”, lo fue sólo como movimiento táctico de sus habitantes, porque no había manera alguna de oponer una resistencia eficaz a La Armada de Castilla. El motivo de esa desocupación lo dice claramente la irrebatible fuente de Hassan Ben Mohammed Al Wazzan o El León Africano: “Y los habitantes de Melilla, conocedores del tamaño de La Flota que pensaban enviar los castellanos y viendo imposible contener el asalto, decidieron abandonarla y destruirla”. No hay manera de saltarse una cita así y además, a una ciudad “desocupada” no se envían, como mínimo 3.300 hombres, más de 20 barcos (uno de ellos con tren de artillería) de transporte de tropas y materiales. Todo eso no se desembarca en un día o en una noche. Probablemente llegaron mucho antes de la fecha oficialmente admitida y probablemente sólo dieron por conquistada Melilla, cuando ya tenían reparada y reconstruida la ciudad y asentado todo el territorio, y eso pudo ser tanto en septiembre como en cualquier otro mes, tanto de 1497 como de 1496.
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