Llevamos tiempo observando en nuestras aulas lo que se veía venir: un desastroso resultado en Pisa que, por cierto, son muy poco gratificantes para el profesorado. Precisamente España se ha situado en la vigesimoquinta posición del famoso informe obteniendo así sus peores resultados de la historia en las competencias de lectura, matemáticas y ciencia. Sorprende el hecho pues que, a estas áreas les dedicamos especial atención en nuestras aulas ya que suelen disponer de mayor carga horaria lectiva con respecto a otras. Por el contrario, Singapur y Japón se han situado en la cabeza de estos resultados. Pero más decepcionante son aún los resultados de nuestra ciudad que, junto a Ceuta, se sitúa en última posición.
Según he podido leer en diferentes medios de comunicación, las posibles causas de esta hecatombe se podrían deber, entre otros, a los efectos negativos que tuvo la pandemia covid sobre la educación. Asimismo existen tesis que argumentan estos resultados debido al mal uso de los dispositivos móviles que hace el alumnado, también a la brecha digital existente aún en nuestro país, al descenso en el interés reflejado en las familias sobre la educación de sus hijos, a los recortes sobre la educación de hace ya muchos años, e incluso algunos también se han atrevido a relacionarlo con el cambio climático.
Como vemos, existen muchas hipótesis, y aun teniendo mayor peso la primera de ellas una vez aquí nos preguntamos: ¿qué ha podido pasar? ¿Y tras los informes de Pisa, qué? ¿Empezamos a imitar el modelo de enseñanza de Singapur? ¿Nos salimos de Pisa para no volver a participar? ¿Será otra pequeña reforma educativa lo que nos espera?
Está claro que todo suma, y que todas esas causas del desastre han podido en cierto modo erosionar la calidad de la enseñanza manifestado en primer lugar en los resultados del famoso Pisa. Pero lo que más me puede llegar a sorprender es que nadie haya achacado el problema a los sucesivos cambios de modelos educativos que ha sufrido la educación por los tan temidos “egos políticos”. Ya vamos por la famosa Lomloe y, lamentablemente, es más que probable que pronto nos volvamos a someter a un nuevo “retoque legislativo”. ¿Quién puede creer que sería bueno reformar la educación hasta en ocho ocasiones en menos de cincuenta años?
En general y echando una mirada hacia atrás, el profesorado, que es la pieza clave de todo el entramado educativo, lleva muchísimos años advirtiendo sobre el mal estado de la educación y de sus grandes fallos. ¡Escuchen de una vez al profesorado, por favor!
Existe poco consenso entre los miembros del colectivo docente acerca de la propia utilidad de Pisa y más aún sobre los argumentos que expliquen los malos resultados estos. Lo que está claro es que Pisa debe servirnos en estos momentos, a todos a quienes nos dedicamos a la educación, como una herramienta capaz de generar entre el profesorado una rápida y necesaria reflexión en torno a la mejora de los procesos de enseñanza y aprendizaje y que, además, sea esta capaz de generar la motivación e ilusión por la educación perdida en numerosos casos por el camino.
Donde sí estamos todos de acuerdo, familias y docentes, es en la necesidad extrema de establecer en nuestro país un pacto por la educación donde quede bien definido lo que la sociedad española desea para progresar. En este pacto, deberían quedar también establecidos las bases de un sistema educativo sólido e inalterable al tiempo que garantice aspectos como: la libertad de la enseñanza, el establecimiento de la carrera profesional docente, la reducción de las ratios, la actualización de los salarios del profesorado acorde a los tiempos actuales, la reducción de la temporalidad y, estrechamente relacionado con Melilla, el acercamiento de la administración central o mayor independencia de gestión de las políticas educativas en la ciudad.
Después de Pisa resulta más necesario que nunca un pacto por la educación en donde se revaloricen tanto la figura del docente como todo el sistema educativo en general.
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