Melilla está a la cabeza de España en violencia contra la mujer. Es duro, pero es un hecho avalado por el informe sobre Violencia Contra la Mujer 2015-2019 publicado por el Ministerio del Interior.
La ciudad registra la tasa más alta del país de violencia física contra la mujer y es la segunda en el ranking nacional en victimizaciones por violencia contra la mujer de España, con un 4,8.
Los datos son escalofriantes, una realidad que muchas veces permanece oculta a la sociedad y que solo conocemos a través de los datos fríos de las estadísticas o puntualmente algún caso especialmente sangrante que salta a los medios de comunicación.
Durante los últimos años, se ha hecho un esfuerzo desde las instituciones públicas por visibilizar la terrible situación que atraviesan miles de mujeres a diario y desde la puesta en marcha de la ley contra la violencia de género, vilipendiada injustamente desde posiciones retrogradas y machistas, ha servido para proteger y salvar la vida de muchas. Pero no es suficiente. La educación se ha convertido en el verdadero campo en el que librar la batalla contra el machismo y los malos tratos. Estremece ver los datos cuando se refieren a comportamientos machistas entre los adolescentes, que indican que aún hay mucho por hacer.
En vísperas de la celebración del 8 de marzo, que este año a causa de la pandemia no podrá celebrarse como en anteriores ediciones, tenemos que tener claro que la violencia contra la mujer es un hecho, que abarca desde la agresión física o psicológica hasta el chantaje económico, y que afecta a este colectivo de una manera particular. No es una violencia comparable a otras, tiene sus propias causas y las soluciones también tienen que se especificas. También las judiciales.
El próximo 8 de marzo debería hacernos reflexionar a todos sobre la terrible situación que viven muchas mujeres cada día en su hogar y unir a la sociedad en una reivindicación justa y necesaria.