El viernes 13 de octubre de 1307 el rey Felipe IV de Francia ordenó detener a todos los caballeros templarios, muy respetados porque se decía que custodiaban el Santo Grial. Fue quizás esto y el hecho de que Jesús de Nazareth fuera crucificado un viernes, lo que marcó los viernes 13 con el estigma de la mala suerte que tiene en la cultura occidental.
Fue justo el viernes 13 de julio del año pasado cuando llegó hasta empresarios de Melilla el rumor de que Marruecos pretendía cerrar la aduana del paso fronterizo de Beni Enzar.
Yo no creo en las casualidades, así que descarto que ésta lo haya sido. Pero tampoco creo en la mala suerte. Detrás de la caída en la entrada de contenedores al puerto de Melilla está, ante todo, la dejadez del Gobierno de España, la inacción de la Autoridad Portuaria y la paralización de la Administración local.
Es cierto que la economía y los ritmos de consumo no se pueden dirigir desde la política, pero sí es cierto que los poderes públicos tienen capacidad para incentivar y catalizar ambos procesos.
Desde luego, en este caso, si se ha hecho algo, no se nota. Y en política, los votos se consiguen, casi siempre, cuando los líderes políticos se ganan la confianza de la gente. El camino más corto para lograrlo es con una buena gestión, escuchando más que hablando y cumpliendo promesas. Hay otras vías, infinitas. Tantas como hombres y mujeres sobre la tierra.
Uno de los primeros en enterarse de las intenciones de Marruecos para cerrar la Aduana fue Miguel Marín, entonces presidente de la Autoridad Portuaria.
El martes 17 de julio de 2018, los empresarios de la ciudad que habitualmente pasaban mercancía de forma documentada al país vecino, entregaron a la delegada del Gobierno, Sabrina Moh, la carta que Marruecos había pegado en una pared, con la traducción oficial, pagada por ellos mismos.
Moh se comprometió a enviarlo a Madrid. Pasaron diez días y en ese tiempo no se supo que el Gobierno de España hubiera movido ficha al respecto.
Era una situación difícil de gestionar porque hacía apenas un mes que Pedro Sánchez había desalojado a Mariano Rajoy de Moncloa a través de una moción de censura que consiguió el apoyo de la Cámara Baja.
Tampoco era de fiar la carta porque no venía ni firmada ni traía sello. Así que de alguna manera teníamos acceso a una información extraoficial.
Sin embargo, el 25 de julio ya empezaron a quedarse encajonados, sin pasar a Marruecos, los primeros vehículos españoles. A partir del 1 de agosto del año pasado, hace hoy justo un año, se produjo el cerrojazo definitivo. Desde entonces no ha vuelto a salir mercancía documentada desde Melilla.
En cambio, continuamos importando áridos, pescados y frutas del país vecino. Nosotros no hemos cerrado nuestra aduana con el pretexto, legítimo, de desarrollar la producción nacional.
Y no lo hemos hecho porque no podemos, supongo. Nos saldrá mucho más caro traer esos productos desde la península. De alguna manera ellos saben que no podemos cortar por lo sano.
Los camiones españoles aguantaron como pudieron en ‘tierra de nadie’ con la esperanza de que España llegara a un entendimiento con Marruecos para que dejara pasar, al menos, a los que habían quedado atrapados en la zona neutral. Pero Marruecos mostró la firmeza que nos faltó a nosotros para reclamarla.
El 19 de septiembre de 2018, a las 14.30 horas, el último camión español que quedaba en ‘tierra de nadie’ regresó a Melilla.
Nadie pidió a los empresarios que regresaran. Ellos se dieron cuenta de que España no iba a mover un dedo por ellos.
Y no se equivocaron. En al menos tres ocasiones funcionarios españoles y marroquíes se han sentado a negociar el tema de la aduana. Al parecer Marruecos estalló porque se daba el caso de empresarios que declaraban en el país vecino infinitamente menos de lo que declaraban en Melilla a sabiendas de no hay intercambio de información entre los dos países. Eso tiene solución. Si somos capaces de compartir información sobre terrorismo y narcotráfico, por qué no íbamos a querer compartir información económica como hacen Tánger y Algeciras.
Pero Marruecos no dice que no. En su lugar nos da largas. Es así como quiere que muera el tema. Quiere que nos olvidemos de él hasta que ya no nos importe haber perdido lo que teníamos.
Lo peor de todo es que aquí nadie ha salido a protestar a las calles. ¿Por qué? Pues porque igual esto sólo le duele a la prensa.
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