El Poblado, desierto. Así estaba ayer este barrio, en el que habitualmente los vecinos sacrifican borregos en mitad de la calle de forma tradicional. El veto a los borregos marroquíes, el elevado precio de los animales peninsulares y una amenaza, no se sabe muy bien desde dónde, de que podría haber multas de hasta 600 euros para las personas que sacrificaran a los corderos en la vía pública provocó que el aspecto de estas calles fuera totalmente distinto al de años anteriores.
Ni corderos atados vivos en las rejas de las viviendas, ni alegría en las calles. En El Poblado fantasma el ambiente era tan gris como el cielo con el que amaneció ayer Melilla. Casa por casa todos los vecinos repetían lo mismo. “No nos han dejado celebrar nuestra fiesta”. Algunos aseguraban que no podían sacrificar el animal en la calle porque había amenazas de que se impondrían multas de hasta 600 euros. Otros reconocían que iban a matar al animal, pero no querían que se tomaran imágenes del ritual ante el temor de que pudiera haber consecuencias. La sensación era totalmente distinta de la de otros años, cuando estos melillenses han abierto sus casas de par en par para disfrutar de la fiesta de la Pascua Grande.
Fatija, una de las vecinas del barrio, aseguró en declaraciones a El Faro que les habían dicho que si se mataban los borregos en la calle tendrían que pagar sanciones de entre 300 y 600 euros. Señaló que muchas casas no tenían azotea, por lo que sus propietarios habían optado por marcharse a Marruecos o no hacer sacrificio, porque no tenían un espacio para matar al animal.
Ella misma, este año ha optado por comprar la carne. La vecina indicó que los borregos de la península eran pequeños y caros y que había muchas familias que no podían permitirse adquirir uno.
Otro de los vecinos decía que había muchos melillenses que se habían quedado sin poder comprar su cordero. “Es el primer año que he visto a niños llorando porque no iban a poder celebrar su fiesta”, aseguró. Hay que recordar que el viernes los ganaderos ya dijeron, tal y como publicó El Faro, que habían vendido todas las cabezas que habían traído para la fiesta.
En otras zonas de la ciudad, la situación era parecida. En el barrio hebreo algunas familias realizaban el tradicional sacrificio en la calle con miedo. No querían ser grabadas para no ser sancionadas. En Calvo Sotelo, las calles estaban desiertas, y muchos apuntaban que muchas de las familias se habían marchado al país vecino para la celebración.
Las verdades y los rumores se mezclaron ayer entre los melillenses y empañaron la fiesta a una parte de la comunidad musulmana que no pudo realizar el sacrificio como lo ha hecho tradicionalmente y no tenía claro si hacerlo podía tener represalias.
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