Es hermoso constatar el crecimiento del voluntariado social. Siempre ha habido personas generosas que se han preocupado por los demás por motivos religiosos, políticos o altruistas.
El protagonista de la acción social del voluntariado no es ni la organización ni el voluntario. Es el marginado, el excluido, quienes padecen la injusticia. El voluntariado siempre será necesario porque aporta un plus de humanidad. Nos movemos acuciados por la pasión por la justicia.
Las ONG no pueden erigirse en protagonistas de la acción social sino como cooperadores en esta tarea que nos compete a todos. Ni cabe un Estado providencia, con pretensiones de regularlo todo, ni es imaginable una sociedad utópica al margen de las instituciones públicas con grupos de presión que trastornen el orden social.
Existen asociaciones que desarrollan proyectos sostenidos por voluntarios que trabajan con los más necesitados. Los mueve una solidaridad que trabaja en busca de la justicia y de la concordia, sin buscar nada a cambio ni imponer ningún modelo de desarrollo o concepción de vida alguna que pueda desarraigarlos de sus tradiciones y de sus señas de identidad.
El auge del voluntariado social es uno de los síntomas de una transformación ante unos modelos de vida injustos. Ignorarlo es no saber escrutar los signos de los tiempos, y silenciarlo es convertirse en cómplices. Lo malo es cuando no se actúa por temor a equivocarse o por creerse incapaz de hacer algo por los demás. Los voluntarios son seres que saben descubrir la radical indigencia de toda criatura y comprenden que, en el reconocimiento de la propia debilidad, están las raíces de la auténtica fortaleza.
Nadie sabe de lo que es capaz hasta que se arriesga a hacerlo. Vivimos un momento apasionante de la historia en el que todo es posible si nos atrevemos a emprenderlo.
No hay que calentarse la cabeza buscando ocasiones extraordinarias para hacer cosas grandes que quizá nunca lleguen.
No existen límites de edad, de sexo o de condición social para practicar la solidaridad. Lo que importa es echarse a andar y sentir la pasión por la justicia.
Sólo hay que animarse y se da uno cuenta que es más fácil de lo que suponíamos. Nunca es tarde para comenzar. Así podremos ser fieles a esa cita con lo mejor de nosotros mismos: el que nos necesita y se agarra a la mano que le tendemos, abierta y frágil, pero generosa.
Los voluntarios asumen la causa de los más débiles, denuncian las estructuras de poder injustas, se ponen en camino y se saben responsables solidarios que no hallarán descanso mientras exista una sola persona o comunidad explotada, marginada o ignorada.
Ser solidario es hacer propias las necesidades ajenas. Uno se siente interpelado y movido a la acción. Es la intuición de que se está cooperando con la justicia más radical.
Somos seres naturalmente sociables que podemos mejorar el bienestar de la comunidad y el propio. Por eso, la mutua solidaridad incrementa lo mejor de cada uno para el servicio de la comunidad.
Al rescatar el término solidaridad con un significado nuevo y profundizar en su dimensión antropológica, la acción solidaria se expresa como una necesidad de restaurar la unidad de derechos originaria. Porque tomamos conciencia de que nadie es más que nadie por naturaleza sino que podemos actuar mejor al ejercer valores y virtudes que entendemos necesarios.
No es de extrañar que el voluntariado se plantee como plataforma de reivindicación de justicia, pues contribuye a que la solidaridad sea algo real. Contribuye a que los demás no eludan responsabilidades sino que se comprometan en acciones solidarias desde su peculiar circunstancia personal y social.
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