Mientras muchos comienzan a planificar sus vacaciones de verano, hay madres como Dina que cuentan los días con angustia. No porque se avecinen unos meses de sol, playa o descanso, sino porque se acercan semanas sin alternativa clara para sus hijos con Trastorno del Espectro Autista (TEA) y sin posibilidad de conciliar con un empleo que no espera.
Dina es madre de un niño de siete años con autismo severo, TDAH, retraso madurativo e incapacidad intelectual. Es no verbal. “Mi hijo no se entera, vive en su mundo”, cuenta ella, “pero yo sí, y lo que está pasando es una injusticia”. Su caso no es aislado. Es el reflejo de una realidad que viven muchas familias en España: la falta de recursos, apoyos y comprensión institucional cuando llega el verano y las escuelas cierran sus puertas.
Este año, Dina ha buscado campamentos inclusivos, adaptados a las necesidades de su hijo. “En todos lados te cierran la puerta o te ponen condiciones: que si depende del grado de afectación, que si no tienen personal especializado…”, relata. Uno de los pocos que le ofrecieron algo le pedía 200 euros mensuales, una cifra inasumible sin ayudas. “Y aún así, me pedían detalles del grado. ¿Y si es muy afectado, ya no vale? Me parece profundamente injusto”.
Más allá de lo económico, la verdadera batalla de estas familias es contra la indiferencia. “Nos ven como cifras, como expedientes, no como personas”, denuncia Dina. La falta de conciliación laboral para madres y padres de niños con TEA genera un círculo vicioso: no pueden trabajar porque no hay dónde dejar a sus hijos, y no pueden acceder a ayudas porque técnicamente trabajan o superan los umbrales establecidos.
A esto se suma el desconcierto institucional. “Yo como madre pido que la inspectora de trabajo que está manejando esto sea cesada. No sabe lo que vivimos. Le presto a mi hijo dos días, que venga a mi casa, y luego hablamos”, afirma con dureza. Dina no habla en nombre de ninguna asociación, aunque agradece el apoyo de entidades como “TEAMA”. Habla como madre agotada, invisibilizada, empujada al límite.
Su historia interpela: ¿Quién cuida a los que cuidan? ¿Qué opciones reales tienen las familias de niños con autismo severo cuando el sistema ni contempla sus necesidades?
El verano puede ser tiempo de descanso. Pero para muchas madres como Dina, será tiempo de lucha, soledad y supervivencia. Y no debería ser así.
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