Melilla ha empezado ya una nueva etapa, por ahora llena de interrogantes e incertidumbres. El nuevo Presidente de la Ciudad, en el acto solemne del pasado sábado, habló en nombre de un Gobierno que aún no existe y que promete convertirse en el nuevo juego de quinielas y apuestas hasta que se nombre oficialmente en esta misma semana. De prolongarse los nombramientos, ni se comprendería la demora ni tampoco se entendería más que como un primer reflejo de la dificultad de diálogo entre tres grupos políticos que se jactan de haber llegado al poder sin tener nada pactado, ni siquiera la estructura del futuro Ejecutivo.
De Castro, en su primer discurso, tuvo unas palabras grandilocuentes, llena de compromisos genéricos y nada concretos. Quiso mostrarse dialogante pero a la vez lanzó algún que otro dardo envenenado a los ausentes, que por cuestionar la legalidad de su investidura y haber presentado un contencioso electoral para que se revise judicialmente su nombramiento, optaron, en coherencia, por no respaldar con su presencia el acto de proclamación de la nueva y primera autoridad local.
Por el contrario sí acudieron, además de las principales autoridades y representantes oficiales de estamentos y entidades melillenses de cierto relieve, otras presencias destacadas y demostrativas del apoyo nacional de PSOE y Ciudadanos, así como una llamativa panoplia de excargos públicos desafectos de sus anteriores partidos, claramente dispuestos a hacer visible su apoyo al futuro tripartito llamado a gobernar Melilla. Me refiero, entre otros, al exsenador Carlos Benet, al exdiputado del PPL, Julio Liarte, o a la excepemista Jadu Driss y al exsocialista Amín Azmani, adalides en estos dos últimos casos del reciente partido “Adelante Melilla”, de escasísimo tirón electoral pero gran valor mediático para que ambos hayan podido sumarse al amplio frente anti-PP con renovado protagonismo.
También retornó, en su antiguo puesto de relator de ceremonias oficiales, Antonio Ramírez, exmiembro del Gabinete de cargos de confianza de Juan José Imbroda, que con su plática contribuyó a dar continuidad simbólica a un acto ideado como una copia del que instituyó y tanta veces protagonizó el ya expresidente de la Ciudad. Sin duda, una forma de dejar pasar una primera oportunidad para marcar diferencias y empezar a trasmitir con otras formas esa nueva política que tanto promete y tampoco concreta el bloque CpM-PSOE-Cs
No obstante, entre las primeras promesas, De Castro aludió a devolver ”la dignidad a los melillenses” y poder “mirarles de nuevo a los ojos”, una vez se levanten alfombras y se abran las ventanas. Una frase muy repetida por la nueva primera autoridad local desde la pasada campaña electoral y que ha inspirado sus primeras medidas, bajo inculpaciones muy graves contra su antecesor y el Gobierno saliente, a los que incluso ha acusado de sustraer joyas y objetos de valor de la Ciudad Autónoma aún sin haber cotejado previamente el inventario, tal cual el propio De Castro reconoció públicamente.
Con tan polémico inicio, cuesta creer que el nuevo Presidente esté por brindar diálogo a quienes no sean de su cuerda. Tiempo tendrá de demostrar su auténtico talante. Pero antes de eso y del nombramiento inmediato de consejeros y viceconsejeros, lo que sí deberá perfilar es qué programa de gestión va a poner en practica, porque ahora únicamente contamos con tres propuestas de gobierno, la de CpM, Psoe y Ciudadanos, que por si solas no sirven para definir con exactitud qué compromisos podemos esperar o exigir a los nuevos gestores.
Así que nos toca continuar con el tránsito, primero con la necesaria armonización de un acuerdo a tres partes, en el que quien menos aporta más manda aparentemente, y que difícilmente podrá avanzar sin contrapartidas una vez ha logrado el objetivo principal de desalojar a Imbroda y al Partido Popular del Gobierno de la Ciudad.
Por lo pronto, Mustafa Aberchán ya ha manifestado que la composición del futuro Ejecutivo deberá corresponderse con la representación obtenida por los distintos partidos. Su reflexión está llena de lógica y explicita la mayor cota que, en coherencia, debe otorgársele al grupo que aporta más diputados. Ahora bien, si nos atenemos a lo que ha sucedido hasta ahora, con la cesión in extremis del máximo cargo al menos votado, como única forma de conseguir el poder, no es fácil augurar qué pasará.
Lo que sí puede augurarse es que esta semana va a ser decisiva para que se evidencie realmente hasta dónde llega la cacareada generosidad de la que se vanaglorian unos y otros o, lo que es lo mismo, en qué medida son capaces de entenderse. De su éxito depende el futuro de Melilla. Esperemos que lo consigan satisfactoriamente por el bien general de la ciudad y del conjunto de los melillenses.
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