LA constante llegada de inmigrantes a Melilla y algunos multitudinarios saltos de la valla ha elevado la ocupación del CETI hasta unos niveles alarmantes. Causa inquietud que un centro diseñado inicialmente para albergar a un máximo de 350 inmigrantes y luego ampliado para acoger a 480, en la actualidad dé cobijo a 1.150 personas. Ayer el Ejército instaló otras dos tiendas más para dar techo al último centenar de subsaharianos que ha llegado a Melilla. Deberán dormir en literas triples hasta que no sea posible retomar los traslados a los CIEs de la península. De hecho, no hay previsto ningún envío de inmigrantes esta semana.
Así las cosas, el nivel de ocupación del CETI está al 240% de su capacidad. Se trata de un dato preocupante por sí mismo, pero lo es todavía más teniendo en cuenta que la presión migratoria, lejos de disminuir, es muy previsible que continúe aumentando.
La situación inquieta porque, como en cualquier instalación que supera en más del doble su capacidad máxima, cualquier contratiempo sin importancia puede desembocar en un grave suceso y la más mínima eventualidad puede terminar convirtiéndose en un accidente de consecuencias trágicas.
El problema de la inmigración necesita la adopción de diversas medidas urgentes. La más apremiante de todas ellas es, sin duda, paliar la sobreocupación que registra el CETI. No es en absoluto aconsejable cruzar los dedos y mirar hacia otro lado porque significa poner la seguridad de un millar de personas en manos de la fortuna. Hace falta comenzar a trasladar de modo urgente a los inmigrantes a centros de la península o adecuar unas instalaciones en nuestra ciudad para acoger con garantías a estas personas.
Inquieta recordar algunos incidentes acaecidos en el CETI cuando el número de personas acogidas estaba muy lejos del que se registra en la actualidad.
Hasta ahora, la profesionalidad, la paciencia y el buen hacer de los trabajadores y la dirección ha servido para mantener la tranquilidad y el orden en medio de una situación muy difícil tanto por el sobreesfuerzo diario de los empleados como por los roces que pueden surgir entre inmigrantes de distinta cultura, nacionalidad y religión obligados a convivir en unas dependencias constantemente por encima de su capacidad.
Aquí, en situaciones como ésta, es donde se pone a prueba la solidaridad de la Unión Europea. Si la posibilidad de enviar inmigrantes a los CIEs y ONGs de la península está descartada por falta de plazas, hoy es un buen momento para buscarles alojamiento más al norte, en países donde la entrada masiva de subsaharianos es visto como un problema ajeno.
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