Piel tostada por el sol, mirada cansada y esquiva y pocas palabras: así es Tareg (nombre ficticio), un sirio de Alepo que lleva poco más de un mes en el CETI de Melilla.
Mientras se toma un expreso, intento sacarle el máximo de la palabras posibles para poder transcribirlas al papel, pero es una tarea ardua. A veces me responde con la mirada, con una expresión o un monosílabo que lo dice todo ¿Pero cómo plasmarlo en el reportaje?
Su ciudad de origen es bien conocida en Europa; como le caían las bombas y las ruinas de un lugar que una vez brilló y ocupó las portadas de los medios. La Batalla de Alepo es una de las más conocidas, la ciudad es la segunda más devastada del país tras Homs y duró dos años. Tareg se ocupó una vez de los jardines que adornaban la localidad. “Iba al trabajo y del trabajo a casa. Hacía una vida normal”, explicó. Fue en 2014 cuando decidió dejar su país, justo cuando comenzó la cruenta batalla en la que varias potencias medían sus fuerzas entre ellas mientras la población o huía o moría.
“No descanso bien en el CETI”, explicó. “¿Cuántos años tiene?”, fue preguntado y esperando una respuesta de 40 o por ahí cerca, dijo “28 años”. Nadie que se cruzara con él podría imaginarlo. Flacucho y con un rostro muy marcado tanto por el viaje físico como mental que ha pasado (y el que le queda) su juventud ha sido absorbida.
Se sacó el móvil del bolsillo y me enseñó las fotos de antes de irse.
Se ve a un joven musculoso y coqueto que llevaba una vida como la de cualquier persona de su edad. También mostró fotos de su familia, con su sobrino y amigos.
“No me queda nadie, solo un hermano”, declaró con la cabeza baja. Con este hermano hace tres meses que no habla ni sabe nada de él porque Tareg perdió el teléfono y con él todos los números. “No sé si está vivo o muerto”, explicó frustrado y tras contar que su hermano sigue en Alepo.
A diferencia de muchos sirios de Alepo que hacen la ruta de los Balcanes, Tareg tomó la ruta del sur.
Viajó por Egipto, Argelia y Marruecos. “Escogí una forma de viajar segura” , explicó y que se dejó unos 13.000 euros para cruzar las distintas fronteras. Ya en Nador, consiguió un pasaporte marroquí de alguien que se parecía a él, que le costó 300 euros. “Intente pasar cuatro veces”, manifestó. Y al por qué no fue a la oficina de asilo que hay en la frontera, hace gestos de golpes con la mano y afirmó en pocas palabras “porque te pegan y te meten a la cárcel”.
Además, explicó que son muchas las personas migrantes o solicitantes de asilo que están cerca de la frontera melillense intentando conseguir pasaportes, papeles o cualquier forma de poder entrar en territorio Schengen.
El futuro: una incógnita
A espera de que se resuelva su situación (actualmente tiene la tarjeta roja), a la pregunta de a dónde quiere ir responde “Francia” con una sonrisa. Explicó que le gusta la cultura y chapurrea un poco de Francés, por lo que le gustaría rehacer su vida en el país galo..
Sobre si volvería a Siria ahora que ha acabado la guerra, manifestó “no me queda nada, lo he perdido todo”. Ahora le toca esperar en el CETI, donde no se le ve muy a gusto, hasta que se resuelva su situación y le envíen a la península y le den el estatus de refugiado. Tendrá que aprender un nuevo idioma, una nueva profesión y adaptarse a una cultura distinta, tareas nada fáciles tras cargar con una guerra.
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