Hamza es un joven marroquí que, como otros tantos, no se atreve a reconocer públicamente su homosexualidad ni siquiera ante su familia. “Mis padres son muy religiosos y mi madre, especialmente, es muy homófoba” explica a El Faro este joven de 24 años, natural de Beni Enzar. Sentado en un banco del Parque Hernández, tras acabar la lectura del manifiesto del 13º Orgullo del Norte de África, Hamza mantiene su máscara arcoíris sobre su rostro para que nadie le reconozca. Esta persona asistió al evento como miembro de la Asociación Akaliyat, una entidad que lucha por la igualdad de las personas que conforman el colectivo LGTBI en Marruecos.
“Llevo la máscara para evitar represalias. En mi país, la homosexualidad se considera un crimen y por ello te pueden meter en la cárcel entre seis meses y tres años”, comenta en inglés. Hamza todavía cree que es “afortunado” por no vivir en uno de los 10 países en el mundo en los que ser homosexual está penado con la muerte. Otros 70 países consideran la homosexualidad un crimen y se castiga con distintas penas de cárcel.
Descubriendo su identidad
Para este marroquí, llevar máscara no es sólo una cuestión de sexualidad, sino sobre todo de identidad. “Siempre fui muy femenino y eso me daba problemas en el colegio y en casa. La adolescencia fue un infierno y para evitar problemas decidí comportarme de forma más masculina. Así evité toda clase de interrogatorios en casa y las burlas de algunos compañeros”, relata sin titubear.
Hamza reconoce que ha logrado esquivar problemas con su familia y amigos con “un comportamiento más varonil, sin pluma”. Aún así recuerda cómo sus padres le pegaron algún que otro guantazo por mostrar un comportamiento y hacer gestos “de chicas”. No sólo le duele esconder su orientación sexual, la cual vive en secreto, sino que también le molesta tener que fingir ser alguien que no es. Sin embargo, él mismo se provocaba “rechazo” cuando descubrió sus impulsos sexuales y su atracción hacia otros chicos con 12 años.
“Yo mismo era homófobo. A mi familia le asquea la homosexualidad y yo crecí con esa idea en la cabeza. Cuando me sentí atraído por hombres me di asco a mí mismo. Desde los 14 hasta los 20 años pensé que estaba enfermo, que era un pecador”, dice con calma, seguro de que al reconocer su orientación sexual se ha quitado un peso de encima consigo mismo.
“Me sentía tan mal que empecé a buscar por Internet. Leí muchos artículos, muchas páginas y al final llegué a la conclusión de que ser gay no es una enfermedad. Así que me acepté a mí mismo y decidí vivir, de momento, mi sexualidad en secreto”, relata con resignación.
Rechazo familiar y social
Hamza afirma que lo peor de todo es tener que esconderse de sus padres, quienes “se supone” que deberían quererle tal y como es. “Nunca he pensado en salir del armario ante mis padres”, dice con algo de tristeza en la voz. “Un día mi madre estaba viendo el telediario y salió la noticia de una pareja homosexual que había sido castigada con dos años de cárcel. Ella dijo que no debían ir a la cárcel, que había que matarlos”, Hamza hace una pausa. “¿Cómo voy a decirle a mi madre que soy gay si piensa que hay que matarlos? Me mataría ella misma”, sentencia.
“Los homosexuales no deben ir a la cárcel, hay
que matarlos”, dijo un día la madre de Hamza
Por otro lado están sus amigos. En el colegio tenía compañeros que se metían con él por sus “maneras”, pero en cuanto empezó a disimular se calmaron las críticas y burlas. No obstante, Hamza no entiende la contradicción de muchos hombres: critican las relaciones homosexuales, niegan su propia homosexualidad, pero recurren a estas prácticas “porque con una mujer tienes que formalizar la relación y casarte”. Hamza odia esta doble moral.
Sin religión
El joven afirma que la religión marca demasiado el pensamiento de sus padres, pero también de todo su país. “Yo antes era musulmán, pero dejé de creer y me hice ateo. No puedo profesar una fe que niega mi identidad, que ataca mi sexualidad. El Islam no respeta la homosexualidad”, dice tajante.
Hamza asumió su sexualidad hace cuatro años. Desde entonces ha tenido cuatro relaciones que le han ayudado a conocerse mejor. Este marroquí dice estar contento de llevar cuatro meses con su actual pareja, pero le duele no poder mostrar su amor en público por miedo a ir a la cárcel. “Seguiremos luchando por que Marruecos siga el ejemplo de España, será un camino largo, pero lo haremos”, asegura.
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