El relato que publicamos sobre la agresión a una alumna de primero de la ESO en el instituto Leopoldo Queipo tiene que hacernos reflexionar a todos sobre qué está pasando entre nuestros adolescentes y qué grado de responsabilidad tenemos los mayores en estas conductas violentas.
Recientemente, en Zaragoza, una niña de 10 años saltó del balcón de su casa porque no podía soportar más el acoso que estaba sufriendo en su centro educativo. Nadie en el colegio se dio cuenta de la gravedad de lo que estaba sucediendo; es más, quitaban hierro al asunto, según han denunciado los padres de la pequeña.
No es que la gravedad del caso que ha tenido lugar en el Leopoldo Queipo sea comparable a lo ocurrido en Zaragoza, pero lo ocurrido sirve para ilustrar que resulta ya imprescindible erradicar esas conductas dolosas de los centros, porque en ello va la salud mental de muchos jóvenes.
De buenas a primeras, sin comerlo ni beberlo, se convierten en objetivo de los típicos abusones, que necesitan del acoso para sentirse reconocidos.
Lo de esta chica melillense siendo apaleada por otra más mayor no puede caer en saco roto. Ni tampoco vale minimizar lo sucedido. Una agresión siempre es motivo de repulsa y la madre de una de las víctimas explica que el instituto no parece haberle dado mucha importancia a lo ocurrido. Por ahí no, ese no es el camino.
Cuando una estudiante le pega a otra, sean cuales sean las circunstancia del conflicto, y además la amenaza con vistas al futuro, la cosa es seria y merece un castigo ejemplar. El director provincial de Educación, Juan Ángel Berbel, aseguró a El Faro que la agresora será sancionada, según lo dispuesto en el Reglamento de Régimen Interior del centro.
Esperemos que sea una sanción adecuada a lo que merece alguien que aprovecha su superioridad física para imponerse porque esto ya no es solo una agresión, sino que es una lección de mala educación, de valores incorrectos, de usar la violencia como modo de conducta.
Es muy lamentable que una de las víctimas no quiera volver al centro educativo en el que acaba de empezar sus clases y su vida académica de cara a los próximos años. Un entorno que debe ser seguro no puede convertirse de ninguna de las maneras, en una tortura.
Y no se puede acabar sin hablar de la actitud del resto de los alumnos que, lejos de tratar de parar la pelea y reprobar a la agresora, se limitan a grabar con sus móviles. ¿Eso es lo que enseñamos a nuestros niños? Si es así, mal andamos en esta ciudad.