La Cooperativa Omnibus de Autobuses, la popular COA, no acaba de levantar cabeza.
Sus circunstancias económicas obligan a sus responsables y trabajadores a hacer malabares para mantener los autobuses en marcha. A veces la situación alcanza niveles críticos, como la semana pasada, cuando los vehículos estuvieron a punto de quedarse si combustible. El ingreso por parte de la Ciudad de 250.000 euros de los 500.000 previstos este año evitó la escena de ver a todos los autobuses parados en la cochera. El portavoz de la cooperativa, Iván Septiem, explicó ayer a El Faro que sólo quedaba un día para que se acabara el carburante.
Pasado el apuro, la cooperativa vuelve a estar a flote, pero una mirada al futuro no muy lejano permite augurar que en unas semanas la situación se volverá a repetir. Ante las malas expectativas, los responsables de la empresa estudian elevar entre 10 y 20 céntimos el precio de los billetes. La medida ayudará a cuadrar las cuentas en el corto plazo, pero evidentemente tendrá sus efectos sobre el número de usuarios. De este modo, dentro de un tiempo la COA volverá a sufrir la misma situación y será necesario plantearse de nuevo otra subida, un paso más hacia su desaparición definitiva. Así, el remedio sólo habrá servido para agravar el problema.
Un transporte que depende de su utilización generalizada por el conjunto de la sociedad no puede avanzar en esa línea. Los billetes no deben tener unos precios cada vez más prohibitivos, a no ser que se pretenda hacer desaparecer a la cooperativa.
Los últimos 250.000 euros ha permitido superar el mal trago de la empresa, pero son absolutamente inservibles para garantizar su supervivencia. Nada podrá asegurar que por nuestra ciudad continuarán circulando autobuses mientras los esfuerzos no se dirijan a relanzar este medio de transporte. Con estas periódicas partidas económicas por parte de la Ciudad sólo podemos aspirar a contar con un servicio de transporte urbano moribundo víctima de una enfermedad crónica e incurable.
Por ello, además de garantizar su supervivencia, es necesario tomar medidas para intentar que la COA se mueva por sus propios medios. No tiene sentido que los ciudadanos, además de pagar el billete, también debamos echar gasolina para ver cómo unos autobuses circulan medio vacíos.
Mientras no se ofrezca a los usuarios razones para volver a utilizar el servicio de transporte urbano, cualquier medida sólo valdrá para prolongar la agonía. El futuro de la COA pasa por rediseñar las rutas, darlas a conocer, identificar con claridad las paradas, equiparlas y dotarlas de elementos tecnológicos que ofrezcan una información rápida y útil a los usuarios. En definitiva, se trata de remodelar el servicio de transporte urbano para dotar a nuestra ciudad de unos autobuses adaptados a las peculiaridades y necesidades de los melillenses y de la Melilla del siglo XXI.
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