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Un niño sirio con cáncer, en el CETI

Moussa Kassem Al Naasan tiene diez años y ya sabe lo que es la guerra, el exilio y el cáncer. El pequeño sirio de diez años fue el último de la familia que entró en Melilla hace menos de un mes y vive junto a más de 1.900 personas en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI).

Previo pago de 2.000 euros, el niño entró en Melilla. La Agencia de la ONU para los Refugiados se mantuvo al tanto del caso de Moussa, mientras el pequeño estuvo en Nador. Intentaron localizarlo para ayudarlo, pero los familiares que estaban al cuidado del niño lo ocultaron porque no sabían quiénes eran las personas que preguntaban por Moussa en el hotel Rue 3 Mars Número 137.
También se interesó por el caso de Moussa el padre Esteban, de la misión católica de Nador. Él se acercó personalmente al hotel donde estaba alojado el pequeño, pero no consiguió dar con el niño.
Al no encontrarlo en Nador, Acnur sospechaba que Moussa, que fue operado de cáncer en Siria, podía haber entrado en Melilla de manera ilegal.
Finalmente dieron con él en el CETI. El equipo médico del centro, que se encuentra al cuádruple de su capacidad, no estaba al tanto de que el niño se recupera de un cáncer y de que le ha vuelto a salir un pequeño bulto en el lado derecho del cuello. Los padres no dijeron nada. En silencio esperaban la salida que finalmente les anunciaron ayer por la mañana.
La historia de esta familia siria es la historia de lo que es una familia de verdad. El padre abandonó Siria rumbo a Francia, donde ha conseguido un permiso de residencia y de trabajo. Fue así como juntó el dinero necesario para ayudar a su mujer y a sus tres hijos a llegar a Melilla.
El 29 de marzo pasado, tal y como publicó El Faro, la familia estaba en Melilla, a la espera de que Moussa entrara en la ciudad.
La ayuda humanitaria no llegó y hubo que pagar 2.000 euros para poder tener al niño en Melilla.
En teoría, Moussa estaba curado del cáncer tras la operación que le practicaron en Siria, pero en cuanto entró en Melilla la madre se dio cuenta de que el pequeño bulto en el cuello había vuelto a crecer.
Por lo demás, Moussa ni se entera de lo que lleva por dentro. Hace una vida normal y se le ve feliz con su familia. Ayer era uno de los que más gritaba en la protesta organizada por el colectivo de ciudadanos de su país en la Plaza de España, reclamando la salida de Melilla. Eso, pese a que a primera hora de la mañana, sus padres habían recibido el aviso de que ya tenían permiso para abandonar la ciudad “en breve”.
El padre de Moussa, que está en Melilla con su coche matriculado en Francia, está deseando estar del otro lado del Mediterráneo para volver a Francia e iniciar una nueva vida con los suyos. También para que el niño se mantenga bajo vigilancia médica.
Fuentes del CETI no han podido confirmar que la madre y los hermanos de Moussa ya tienen permiso para ser trasladados a la península, porque las salidas de los sirios dependen exclusivamente de la Policía Nacional, que es la que elabora los listados.
Sin embargo estas mismas fuentes entienden que la salida se puede acelerar por razones humanitarias, una vez que saben que el niño padece un cáncer.
Evidentemente el CETI no es un lugar ideal para los niños y mucho menos en la situación de colapso que vive estos días. Tras la entrada en la ciudad de 140 inmigrantes subsaharianos el pasado jueves, el Centro de Estancia Temporal de Melilla aloja a más de 1.900 personas. Los sirios han encontrado una solución al hacinamiento y numerosas familias han levantado tiendas rudimentarias a las puertas del campo de golf.
Lo hacen con la intención de que sus hijos respiren aire puro y no hagan su vida en el interior de un centro donde la tensión se palpa en el ambiente.
A Moussa le espera, en cuanto salga de Melilla, un largo viaje en coche hasta Francia, donde iniciará una nueva vida. El esfuerzo de su padre por juntar a la familia finalmente ha sido compensado. “Dios nos ha escuchado”, se limita a comentar a El Faro Joumaa, el cabeza de familia.
Ayer la madre de Moussa, Amal Al Naasan, no podía ocultar su felicidad. Cuando en mayo comentó a El Faro que estaba separada de su hijo mayor, que tenía cáncer, la mujer estaba apagada y parecía infinitamente mayor de lo que en realidad es.
Ayer, Amal saltaba y gritaba de alegría en la manifestación organizada en la Plaza de España. Ella ya tiene la salida a la vuelta de la esquina y daba gracias a Alá y las instituciones que en cuanto han sabido de su caso, han agilizado los trámites para que el niño salga cuanto antes de Melilla.
Atrás deja tres años de guerra civil, el dolor de separar a la familia y el temor a que le quitaran a sus hijos en la ciudad. Ahora le queda cuidar del pequeño Moussa para que el cáncer no le robe lo que ni siquiera la guerra ha podido quitarle: La sonrisa.

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