Opinión

La última vuelta de tuerca en la fuerza bruta de Putin

La guerra en Ucrania no marcha ni mucho menos como estaba presagiado, por más que por activa y por pasiva el Kremlin redunde en las expresiones puntuales de “los objetivos se están cumpliendo”, o “todo va de acuerdo con el plan establecido”.

Sin embargo, lo que se ha puesto sobre la mesa es la mayor evidencia de escalada bélica desde el chispazo de la ofensiva en Ucrania, cuando sobre el terreno está menos enquistada y no justamente a su merced. Por lo tanto, el desenvolvimiento indeterminado de la operación militar le obliga a intervenir como no estaba augurado.

Pocos podían presagiar este contexto hace siete meses, cuando Moscú decidió la incursión el 24/II/2022. Por aquel entonces, la Federación de Rusia comenzó con un ataque a un tiempo sobre los principales enclaves ucranianos con seis frentes extendidos y acometiendo por tierra, mar y aire. Su guion era alcanzar la capital en cuarenta y ocho horas, desmantelar el Gobierno de Volodímir Zelenski (1978-44 años) y asentar un ejecutivo títere que adoptara sus instrucciones.

Y es que, aquel hecho se consumaba al afirmarse que aquello se trataba de nazificar el régimen ucraniano, con un alegato de nostalgia y expansionismo de Vladímir Putin (1952-69 años) en las primeras horas. Es así como se desencadenaba la primera fase de la conflagración, porque hasta el mes de marzo los esfuerzos de Rusia se concentraron en la celeridad de ejecución de las operaciones previstas, además de la prolongación y profundidad de la vanguardia que permitiera dar al traste con las capacidades ofensivas ucranianas.

Si bien, los resultados no fueron los deseables, debía enfrentarse a una resistencia armada más trabada de lo aguardada y a una ayuda extranjera gradual, como a enormes dificultades logísticas y de medios que entorpecieron su avance con las consiguientes deducciones desacertadas sobre el terreno.

En otras palabras: tras el reconocimiento de las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk, se impulsó una operación militar que nadie consideraba viable. El efecto dominó de su atrevimiento y la campanada, así como la propagación de los diversos frentes abiertos desde su frontera, el Donbass, Crimea y Bielorrusia y la premura en la realización, más el poderío de la segunda potencia militar del mundo, valían para que Moscú esperase algo más fulminante.

Con lo cual, la invasión terrestre es parsimoniosa y responde a una resistencia con potencia de fuego, artillería y aéreo y armas pesadas para no dejar piedra sobre piedra de objetivos militares y civiles, tal y como anuncian las organizaciones Human Rights Watch o Amnistía Internacional. Se desconoce cuán débil se encuentran las milicias rusas, pero desde luego no es un modelo de formación armamentística del momento que invite al optimismo entre sus filas.

Cada día que los ucranianos no ven frustrados su proceder, se copan políticamente y el coste político del curso de Putin se desmorona. En estos instantes la meta permisible de implantar un gobierno marioneta en Kiev no tendría legitimidad y sería complicado de mantener sólo con armas rusas. Se sabe que las tropas ucranianas a la vez que pierden, han ganado terreno y sin datos fiables acumulan importantes bajas, aunque en todo conflicto bélico la propaganda y las ocultaciones están ahí.

Si acaso, la primera clave de este desbarajuste es el nefasto procedimiento de las fuerzas rusas en las primeras jornadas de la invasión, esperando en Moscú que unas fuerzas de tal entidad contuvieran la primera fase de la resistencia con destreza, pero se vuelven a cometer los mismos deslices del viejo Ejército Rojo de la antigua URSS.

Tal vez, se vislumbre un fiasco de planificación en el ataque o que se haya subestimado demasiado al enemigo. A decir verdad, no es sencillo exponerle a alguien como Putin que sus aspiraciones no se pueden alcanzar desde su convencimiento, o invadir un territorio tan grande y armado en pocas horas. Las inteligencias internacionales insisten en que se podrían haber suavizado algunos informes de situación.

Según las referencias divulgadas por la prensa estadounidense y británica, las tropas rusas padecieron un significativo declive en su moral por estos infortunios, a lo que le acompañó el endurecimiento de combatir con nieve y temperaturas bajísimas, por muy habituados que se hallasen. Conjuntamente, algunas unidades apuran las provisiones de alimentos, combustible y municiones, después de llevar en el campo de batalla varias semanas.

No todo es anomalía por parte del ejército ruso, porque hasta ahora las fuerzas ucranianas han explotado al máximo sus recursos militares, destapándose un valor extra en los profesionales y civiles que pugnan denodadamente, y eso realza la moral que en la actualidad es elevada. Indiscutiblemente, con eso se gana una guerra, pero no es nada anodino como al contrario le es tener la moral por los suelos.

“Esta es la ruleta de Putin y es así como su mandato de movilización parcial puede volverse en su contra, cuando las fuerzas ucranianas han tenido exitosos avances en su contraofensiva y las fuerzas rusas enfrentan una escasez de tropas ante las pérdidas sufridas”

A ello ha de sumarse la estancia de Zelenski en Kiev, pese a las invitaciones de acogida de numerosos estados occidentales y su pericia de informar infatigablemente en las redes sociales y otros medios. Es por eso por lo que Rusia arremete sin contemplaciones contra antenas de telefonía móvil y torres de televisión, para imposibilitar la propagación de esa información tan esencial para los asediados y de cara al mundo.

De este modo, el presidente ucraniano es elogiado y aplaudido y Occidente atiende a los refugiados abriéndoles las puertas y se constituyen las sanciones contra Putin. Mientras, el compás de la contienda no se hace sostenible y es cuando en las postrimerías de abril, Moscú se empleó a fondo en una segunda fase en la ofensiva por la que renuncia a la pelea por la capital y el norte de Ucrania hasta Sumy y se concentra en el Donbass.

Putin deseaba resultados instantáneos y vendibles y optó por comprimir los objetivos de la ofensiva y hacer notar el este. Ambicionaba dominar la región para establecer un corredor con Crimea que tiene anexionada desde 2014 y apoderarse el norte del Mar Negro. Es, a juicio de los analistas, el fundamento de esta guerra, más allá de las deferencias a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) o los imaginarios totalitarismos en Kiev. Rusia, sea como sea, quiere apoderarse una zona que industrialmente es pujante y geográficamente espaciosa.

Si la primera fase se identificó por las tentativas rusas de abrir brecha con bombardeos, artillerías de largo alcance e interminables convoyes de tanques, la segunda era más sistemática y con intereses específicos. La meta se tradujo en conquistar territorio, pero sobre todo, mantenerlo y afianzarlo con el número mínimo de bajas y en un sector fundamentalmente trascendente.

Putin se refería a la premisa de liberar la totalidad de Ucrania, pero es que había cosechado menos frutos de lo esperado y precisaba de poder y hechos constatados. Ninguna localidad vital, salvo Jersón, había caído bajo el control invasor hasta que se decidieron por el este, donde con enorme soporte, el de los prorrusos que en 2014 declararon unilateralmente su independencia de Ucrania.

En la segunda parte de la guerra Rusia ha avanzado, pero no lo pretendido. Es cierto que ha identificado objetivos y siempre mirando al este, con algunas arremetidas contundentes, pero pese a ello ha persistido perdiendo efectivos y medios en una ofensiva más larga de lo previsible, dando origen que Ucrania se perfeccione y reciba más armas de los países occidentales, rehaciéndose y aprendiendo a defenderse mejor.

Se había conseguido una cierta estabilización de los frentes de batalla durante el verano, aunque todavía existían avances rusos: Lugansk, una de las provincias que acomodan el Donbass, se desmoronaba por completo en manos de Rusia, y en la otra provincia, Donetsk, intensificaba su superioridad.

Con todo, digamos que se ha entrado en una tercera fase de la guerra que es la que está librando los últimos movimientos, desde la convocatoria de consultas independentistas en las provincias antes mencionadas, hasta la movilización parcial de reservistas anunciada por Putin.

No cabe duda, que Kiev ha recuperado en dos semanas lo que no había podido realizar en siete meses, prosperando en el noroeste a pasos colosales, haciéndose con ciudades valiosas como Kúpiansk, un centro logístico cardinal, e Izium, una plataforma de lanzamiento de embates rusos, donde con el regreso de los ucranianos han salido a la luz fosas comunes masivas.

La contienda entraba en un momento complejo antes de las recientes palabras de Putin. La súbita superación de Kiev respaldada en gran parte por el empleo de armamento sofisticado obtenido de los aliados occidentales, ha precipitado las inclinaciones independentistas del líder ruso.

Primero, hace caer la balanza desde el extremo político proyectando un referéndum, unilateral y probablemente una farsa, la soberanía de Donetsk y Lugansk. Y segundo, por el margen defensivo, robusteciendo sus medios sin dar pinceladas sobre las posiciones que ostentarán los nuevos incorporados.

En una actualización previamente al discurso emitido de Putin, el Ministerio de Defensa del Reino Unido subrayó literalmente que la urgencia de las consultas en las regiones ocupadas de Ucrania, “probablemente se debe a los temores de un ataque ucraniano inminente y la expectativa de una mayor seguridad después de convertirse formalmente en parte de Rusia”. Haciendo hincapié en que las fuerzas rusas “siguen experimentando escasez de personal” y que la decisión dada por Putin era predecible, al igual que el de condenar al contrario que no cumpla sus mandatos. Una hoja de ruta aplicada para “mitigar algunas de las presiones inmediatas”, como las reprobaciones internas que demandan salidas a la crisis en un tono jamás empleado antes de la guerra.


Su intención de salvaguardar el Donbass lo ha dejado claro en su mensaje, pero eso, tal y como lo sugiere, conjetura que Ucrania pasaría de ser el invadido al invasor, el que ocupa su territorio legítimo y el que aborda con armamento de estados de la Unión Europea y la OTAN.

La posibilidad de internacionalización del conflicto está ahí, no es utópico, más bien es realista, pero no sólo estriba de la movilización y los refrendos, sino del resto de piruetas que dé Putin para preservar todo ello. O sea, para salir indemne de la derrota. Su actuación televisada contiene una intimidación nuclear que no debe quedar soslayada, al poseer una reserva aproximada de 4.477 ojivas nucleares destinadas para su manejo en lanzadores estratégicos de largo alcance y fuerzas nucleares de corto alcance.

La contrariedad más inmediata es que se perfilan meses para movilizar, proveer y armonizar nuevas fuerzas de combate. Incluso si los convocados guardan alguna experiencia militar previa. Hay expertos que opinan de un despliegue progresivo y otros, que no pueden estar aprovechables con garantías para antes de la primavera y que por eso los más cercanos al presidente le reclamaban una declaración de intenciones enfocada a comprender una movilización total.

A resultas de todo ello, Moscú tendría serios inconvenientes para facilitar a las nuevas unidades el equipo que requieren para combatir con eficiencia, dadas las mermas calamitosas de estos meses, en ningún momento conocidas porque no hay más que opacidad sobre estas reseñas.

Idénticamente ocurre con el guarismo de fallecidos: el Ministro de Defensa de Rusia, Serguéi Shoigú (1955-67 años), reconoció la muerte de 5.937 soldados desde el inicio de la campaña miliar en Ucrania. Últimamente se han ofrecido cifras censuradas como estaban desde marzo para no alarmar a la ciudadanía rusa. Fuentes de Inteligencias Independientes lo encaraman al menos hasta los 25.000 muertos, mientras que Ucrania lo eleva a los 45.000 decesos.

Por otro lado, recurriendo a sofisticados equipos occidentales, las fuerzas ucranianas desafían a su oponente, ocasionando importantes daños en la maquinaria de ocupación de Rusia y haciendo explosionar depósitos de municiones, puestos de mando y bases de las líneas del frente. Al igual que la liberación de varias ciudades, lo que anímicamente trasluce un golpe de efecto incalculable.

Cada vez es más espinoso para el Kremlin constituir tropas que ya tiene en el campo de batalla y mucho menos las que pretende concentrar, con los que llevan meses contendiendo fatigados y sin ver demasiados avances en el horizonte, más allá de la caída en dominó de sus generales. Entretanto, se estima que Rusia aglutina unos dos millones de reservistas que han prestado el servicio militar en los últimos cinco años, y Defensa destaca que hay en total unos 25 millones de individuos con la experiencia requerida para ser movilizados si no quedase otra.

Actualmente se prescinde de ser militarizados los estudiantes mayores de dieciocho años, en alusión a los universitarios y aquellos otros que cursan estudios de formación profesional. Los reservistas podrían ser desplegados en el Donbass y las zonas ocupadas en el sur de Ucrania, si el Kremlin admite su ingreso tras los referendos de integración de dichos territorios.

Sin inmiscuir, que la cámara baja rusa decretó recientemente enmiendas al código penal que endurecen hasta los diez años las penas de cárcel para los soldados por rendición y deserción sin justificación alguna, en caso de movilización o ley marcial. Ese mismo castigo puede pagarse con un alto precio por la inobservancia de órdenes directas de un superior para concurrir en labores militares o de combate.

Luego, con el tiempo transcurrido y los entresijos que confluyen, la guerra ha entrado en un punto de inflexión o cambio de tendencia. El logro de la contraofensiva ucraniana ha permitido recuperar hasta 6.000 kilómetros del este y sur, y esto para Putin es algo impensable para sus pretensiones.

Por ahora, el vuelco militar más sustancial se encadena en la esfera de los medios bélicos convencionales: Rusia pasará de competir con batallones mixtos entre activos profesionales y mercenarios, a engrosar entre sus filas a una milicia con mayor proporción de conscriptos y reservistas con apenas experiencia de combate.

Pero esta medida que ha levantado innumerables ampollas en la sociedad rusa no es gratuita, porque el Kremlin había evitado a toda costa que la guerra irrumpiera de lleno en la vida diaria, sobre todo en las clases medias de las grandes urbes, tratando de conservar una fachada de aparente normalidad, incluso atenuando el encontronazo de las sanciones económicas.

Si la acción militar se experimenta cada vez más como lo que es realmente, una guerra con todas sus secuelas, este silencio de los corderos irremediablemente se romperá. Habrá que estar al tanto si escapa a mantener regulado el frente interno con los purgatorios ejemplares de años de cárcel y la contención que por el momento le estaba funcionado a Putin para sortear que ascendiera la oposición interna.

A su vez, ante este tenor se advierte que Rusia se previene para un conflicto más dilatado en cuanto a su duración, teniendo en cuenta el tiempo de adiestramiento de las nuevas tropas para ser mínimamente competentes en un combate encarnizado.

No es un secreto a voces que Putin apuesta a que la llegada inapelable del invierno juegue a su favor. Pero la realidad es que la época invernal acaba pasando factura a todos, incluido el ejército ruso que protagoniza una conflagración que fusiona tácticas y maniobras con la puesta en escena de drones y una inteligencia desarrollada con avances tecnológicos.

Toda vez, que en su dinámica agresiva disfraza en la manga otra de las cartas con la que dar el salto a un conflicto nuclear. Al valorar las especulaciones de que la ofensiva ucraniana en Járkov rotularía el devenir en la guerra, no parece tener en sí misma el potencial para marcar el resultado definitivo.

Como ha acaecido en otras coyunturas de la guerra, no son pocos los observadores pro occidentales que declaran que el ejército ruso ha alcanzado su punto culminante, a partir del cual, su capacidad de ataque se apura y no le queda otra que pasar al enfoque defensivo.

Aunque a duras penas puedan concebirse esclarecimientos categóricos, la estrategia rusa parece recaer en apuntalar los objetivos intermedios que el Kremlin determinó tras su frustración en el asalto inicial de Kiev. Ni la escalada íntegra que exigían los círculos más nacionalistas del espectro político-militar ruso, ni el revés prematuro con la que se habían enardecido los actores occidentales, sobre todo, Estados Unidos, que andan pendientes del éxito militar ucraniano.

“Por ahora, el vuelco militar más sustancial se encadena en la esfera de los medios bélicos convencionales: Rusia pasará de competir con batallones mixtos entre activos profesionales y mercenarios, a engrosar entre sus filas a una milicia con mayor proporción de conscriptos y reservistas con apenas experiencia de combate”.

En las formas y fórmulas es una escalada de la presencia militar, aunque en el contenido el calibre previsto por Putin no parecen tener fines ofensivos, sino que se proyectan a garantizar la posición de Rusia en la región del Donbass de cara a un presunto esparcimiento de la contraofensiva ucraniana. Los refrendos en los territorios de Lugansk, Donetsk y en las regiones de Jersón y Zaporiyia podrían culminar la anexión para la Federación Rusa.

Si a la postre este es el escenario pronosticado, lo más factible es que la guerra se perpetúe en su triple dimensión: militar, económica-política y geopolítica. En sentido intransigente el teatro de operaciones permanece condicionado al espacio ucraniano, y el formato internacional del conflicto define la trayectoria de los acontecimientos.

En lo más inmediato, Estados Unidos capitaliza su liderazgo para robustecer su cota hegemónica en Occidente y programarla a su pelea estratégica con la República Popular China. En ese rastreo han de descifrarse sus conatos por reportar a la OTAN hacia las inmediaciones del gigante asiático, tonificar los lazos de seguridad y la cooperación militar en el Asia-Pacífico y curtir su discurso político en materias altamente sensibles como la tesis de Taiwán.

El imperialismo estadounidense confía que el fracaso militar de Putin trascienda negativamente sobre China y languidezca la alianza euroasiática que tienen a ambos como sus principales socios.

En consecuencia, con el último discurso del mandatario ruso parece surcar de su anterior justificación de la invasión que simplemente estaba consumando una “operación militar especial” en Ucrania, a conjurar una amenaza existencial en toda regla, al estar resistiendo una irrupción de Occidente cuyo exponente es extenuar, atomizar y finalmente destruir este país.

De ahí, que haya decidido recurrir al protagonismo de los reservistas sin apenas experiencia para nutrir sus filas. Llamando al reclutamiento forzoso porque necesita acuciantemente tropas ante las miles de bajas producidas.

Aunque el Ministerio de Defensa hace alusión a los reservistas como si éstos fuesen un cuerpo enteramente profesional, se trata de sujetos que únicamente han cumplido el servicio militar obligatorio. Así lo reconoció el mismo ministro al insinuar que hasta veinticinco millones pueden ser considerados como tales. Amén, que la suma de reservistas dispuestos a movilizarse no concuerda con la cuantificación oficial de perecidos.

Esta es la ruleta rusa de Putin y es así como su mandato de movilización parcial puede volverse en su contra, como de hecho las noticias que llegan a cuenta gotas está ocurriendo, cuando las fuerzas ucranianas han tenido exitosos avances en su contraofensiva y las fuerzas rusas enfrentan una escasez de tropas ante las pérdidas sufridas. Los antagonismos estratégicos apuntan que se abre una etapa histórica rubricada por los forcejeos imperialistas, la crisis económica, las guerras activas y las perspectivas de revolución.

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