Opinión

UGT y su preocupación por las marquesinas

La caída del poder adquisitivo de los trabajadores debido a la incapacidad del Gobierno de España de reducir la inflación pese a que no somos ni estamos entre los países más afectados por la crisis del gas derivada de la guerra de Ucrania, en general, no ha encontrado la oposición de los sindicatos de este país.

Pese a la que está cayendo, el Gobierno PSOE-Podemos ha tenido la comprensión entre las organizaciones sindicales mayoritarias y Pedro Sánchez va a ser un presidente de España sin huelga general aunque va camino de dejar el país en peores condiciones de las que encontró en 2019.

Hoy los trabajadores somos más pobres que hace tres años y no hay nadie que nos defienda.

Francia, Alemania e incluso Italia tenían menos inflación que España en junio pasado, según los últimos datos de Eurostat. ¿Por qué lo hacen mejor ellos que nosotros? ¿Por qué los sindicatos no le exigen al Gobierno que se ponga las pilas y se coloque entre los países que mejor controlan la subida de los precios?

En el caso de Melilla, estamos asistiendo en los últimos días a un espectáculo lamentable. No iba a hablar de ello hasta que UGT, que sabemos que estaba viva durante la pandemia por las notas de prensa enviadas por FICA-UGT, ha salido esta semana a reclamar la instalación de las marquesinas en las paradas de la COA.

¿Podemos reprocharles que se interesen por el mobiliario urbano? No: están en todo su derecho a exigir que el consejero de Medio Ambiente, Hassan Mohatar, con quien mantienen un pulso personal desagradable, explique por qué las marquesinas anunciadas en febrero no se han puesto todavía.

Le hemos preguntado a Mohatar y nos ha explicado que las marquesinas empezarán a cambiarse el mes que viene, empezando por paradas de Alfonso XIII, Carretera de Farhana y Polavieja, entre otros.  Y que el contrato, de 350.000 euros, se ha dilatado en el tiempo por la necesidad de publicitarlo en el Boletín Oficial Europeo.

¿Por qué le preocupan a UGT más las marquesinas que la inflación? No lo sabemos. En mi opinión, al sindicato se le ve el plumero: están haciendo oposición al Gobierno o, mejor dicho, a una parte del Gobierno de coalición.

A día de hoy no hemos escuchado a UGT pronunciarse sobre la reserva a militares del 15% de las plazas que saque a oposición la Ciudad Autónoma.

¿Qué piensa UGT de esto? Es un misterio. Y que conste que no me gustó nada que Mohatar sacara a relucir que uno de los responsables ugetistas va en un coche de 80.000 euros. El consejero se disculpó y el sindicalista explicó que lo compró por menos. Pero aquello fue muy feo. No podemos entrar gratuitamente en el terreno de lo personal. Si el hombre pagó el dinero de su bolsillo, como si quiere conducir un Bugatti. Suyos son los euros y hace con ellos lo que le place. Si no ha desviado dinero público, a nadie le importa quién vive dónde ni con quién ni si va en jet privado de su casa a la Avenida Primero de Mayo.

Por tanto, la explicación del sindicalista a mí, personalmente, me sobraba. Soy de las que piensa que tiene mérito tener un alto poder adquisitivo, incluso hacer gala de él, y aun así estar dispuesto a defender a los que menos tienen. En el bando contrario, están seguramente quienes piensan que los inmigrantes, los obreros, los pobres y los sindicalistas tenemos que ser necesariamente de izquierdas y estar en posesión de una conciencia de clases trasnochada y segregacionista.

Creo que el resurgir de Vox en España, con apoyos importantes entre las clases más desfavorecidas, refuta este tipo de estereotipos que sólo se sostienen sobre una concepción de la cotidianidad clasista y racista.

El día que el Rey Felipe VI se casó con la Reina Letizia, entonces plebeya, periodista y divorciada, este país oficializó la diversidad que se veía (y se vivía) desde hace muchísimos años en "familias-bien", con hijos casados con profesionales (o no) sin los posibles ni la alcurnia de sus cónyuges.

En definitiva, creo que la polémica del coche de 80.000 euros desvió la atención sobre la denuncia legítima de UGT en torno a la prórroga del contrato de la limpieza. Ahí Hassan Mohatar jugó sus cartas como político y consiguió su objetivo: un titular desfavorable para UGT.

Pero saltado el charco y retractado el consejero, estaba fuera de lugar que UGT insistiera en sacar a relucir la preocupación del sindicato por las marquesinas de Mohatar por encima de temas más importantes como el de la inflación y el empobrecimiento de los trabajadores.

Eso me gusta menos, porque ya denota fijación por una consejería más que por otras. Si dieran caña a todas, chapó, pero uno espera que un sindicato reclame derechos laborales especialmente en tiempos de crisis y de mucha emigración. Solamente el año pasado se fueron de Melilla 800 personas. ¿Alguien de UGT ha dicho algo al respecto?

UGT siempre ha reivindicado el tema de los transfronterizos. Recuerdo la rivalidad de antaño entre Rosendo Quero (CCOO) y Abdeselam Anana (UGT) por la defensa de los transfronterizos.

Sin embargo, en estos momentos no se les escucha reclamar a la Delegación del Gobierno, con la contundencia con que exigen la instalación de las marquesinas, que respete el derecho de los trabajadores marroquíes a conservar el trabajo que tienen desde hace muchísimos años en Melilla.

Conozco el caso de familias afectadas porque no les renuevan los contratos de las trabajadoras domésticas transfronterizas que tienen dadas de alta desde hace años. ¿Quién las defiende ahora? ¿Acaso no protesta UGT porque la Delegación del Gobierno está en manos del PSOE?

Tengo la sensación de que a nadie en esta ciudad le duelen los transfronterizos, pese a que sabemos que son necesarios en sectores en los que los melillenses rehusan trabajar: hostelería, panadería, construcción y trabajo doméstico, sobre todo.

Pero por motivos que desconocemos, nadie ha protestado por los escasos contratos de transfronterizos que la Delegación del Gobierno ha autorizado desde que abrió la frontera.

Y hablo ahora de UGT porque lo de las marquesinas clama al cielo, pero no es el único sindicato que ha enmudecido en medio de esta crisis. Se echa de menos escuchar sus voces, sobre todo, si actúan como un contrapoder necesario.

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