“Las galerías de minas en Melilla jugaron un papel importante durante los asedios a los que estuvo sometida la ciudad de Melilla durante los siglos XVII y XVIII”. Así se describe en el proyecto para la recuperación del segundo tramo de galería de minas situado en el cuarto recinto fortificado incorpora un apartado histórico sobre la importancia de estos espacios a cargo del licenciado en Historia Manuel Aragón, experto en historia y arqueología melillense.
Hasta esta época, según este documento publicado en la Plataforma de Contratación del Estado, se respiraba en la plaza un ambiente de paz, posibilitando intercambios comerciales y culturales entre los españoles y los rifeños. Sin embargo, este periodo de estabilidad se interrumpió cuando, en 1666, hubo un cambio político en el sultanato xerifiano, accediendo al poder la dinastía Alauita, teniendo los mayores problemas durante el mandato de Muley Ismaïl, empeñado en conquistar Melilla.
Debido a las carencias en artillería, el ejército xerifiano se vio completado por técnicos capaces de hacerse con una ciudad sin unas potentes huestes, pues pusieron en práctica la guerra de minas, con el único objeto de trazar galerías subterráneas que llegaran hasta las murallas y hacerlas volar con una carga de pólvora. Su efecto era inmediato, la voladura se hacía efectiva en la superficie por lo que cualquier sistema defensivo que se preciara desaparecía o volaba por los aires.
Con la situación en este punto, Muley Ismaïl dispuso en 1678 comenzar la ofensiva sobre Melilla atacando los fuertes exteriores por medio de galerías de minas, por lo que la estrategia de la ciudad española fue responder al ataque de la misma manera.
Su ofensiva se centró en conquistar y destruir el fuerte de San Lorenzo, conquistado en 1678; Santiago, volado en septiembre de 1679; San Francisco, en febrero de 1679; y Santo Tomás de la Cantera, perdido en septiembre de 1679.
Desde el foso de los Carneros se diseñó un entramado subterráneo para que desde las galerías principales salieran diferentes ramales y en varias direcciones, con el objetivo de determinar por dónde venían atacando los enemigos, ir a su encuentro, colocar la pólvora en el hornillo y cortar así las expectativas del sultán.
En 1695, Melilla ya tenía todo un sistema de galerías y minas que rodeaban las murallas de la Alafia y otra que rodeaba el foso de los Carneros y de la cual salían varios ramales y en diferentes direcciones, conformando una red para evitar posibles incursiones.
En 1715 se sitió de nuevo la ciudad, perdiendo los huertos y el Ataque Alto del Cubo y atacando el fuerte de San Miguel por una brecha abierta en un lienzo por los minadores. El ataque se intensificó con fogatas y hornillos hasta febrero de 1716, perdiendo durante todo este tiempo a más de 30 soldados. En este momento gobernaba la ciudad el mariscal francés Sansom Des Allois, quien registró en un diario las ofensivas sobre Melilla y dibujó varios planos en los que se plasmaba perfectamente el ataque.
La muerte de Muley Ismaïl supuso para Melilla un respiro ya que durante sesenta años no se produjo ningún ataque sobre la ciudad de gran magnitud. Estos años fueron aprovechados para reafirmar la presencia española en el Cerro del Cubo, construyendo los fuertes de Victoria Chica, Victoria Grande y Rosario. A sus defensas exteriores le correspondieron también las interiores, pues se construyó toda una red de galerías que comunicaban los fuertes entre si y con la plaza, una red perfectamente preparada para el asedio que tendría lugar en 1775 y en el que la mayor parte de la ofensiva tuvo lugar bajo tierra.
Las fuentes de estos años destacan el buen estado de las minas y, así lo recogen Luís Urbina, Ricardo Aylmez y Juan Caballero en su Reconocimiento de los tres Presidios Menores, de 1773 en el que destacan que todas las minas están en buen estado, excepto alguna que tiene un trazado más irregular, y de todas se puede sacar suficiente ventaja si se usan con el debido conocimiento, se señala en el proyecto publicado.
En diciembre de 1774, el sultán Muley Mohammed Abdalah, puso sitio de nuevo a la ciudad con un ejército de 40.000 personas, defendiendo Melilla uno compuesto por 3.609 personas. Ahora ya disponían de un tren de artillería de cierta magnitud, pues lanzaron sobre la ciudad 11.000 cañonazos. Sin embargo, la mayor parte de las operaciones bélicas se desarrollaron en las minas, concretamente las que se encontraban en el subsuelo de Victoria Grande y Rosario.
Todas las actuaciones que se llevaron a cabo fueron recogidas minuciosamente por Juan Caballero, quien redactó un diario y dibujó varios planos plasmando la situación vivida, apunta el documento.
El sultán quería a toda costa hacerse con Victoria Grande, que constituía la altura mayor de Melilla, y desde ahí centrar su ofensiva contra la plaza. Para ello construyeron varios ataques en las inmediaciones y desde ellos partían las minas hacia el fuerte, la respuesta era clara, desde las galerías españolas se tendrían que extender varios ramales para hacerles frente. En estas maniobras, la labor de los minadores encargados de las escuchas era verdaderamente crucial, pues su cometido era interceptar ruidos que dieran una pista sobre la dirección que estaban tomando las minas enemigas.
Las galerías y contraminas melillenses ganaron la batalla al sultán Muley Mohammed Abdalah, quien se vio sobrepasado por la efectividad de los minadores sitiados, según las fuentes consultadas, se llevaron a cabo más de 26 voladuras por parte de los sitiados, entre hornillos y fogatas, en el fuerte de Victoria Grande y Rosario se almacenaban hasta 111 quintales de pólvora, sin contar las bombas enterradas en el foso y glasis, las fogatas del camino cubierto y de Victoria Chica.
Finalmente, las tropas del sultán se retiraron el 19 de marzo de 1776. A partir de esta fecha fueron pocas las acciones que se llevaron a cabo en las minas, pues los ataques disminuyeron considerablemente, lo que provocó que el sistema de minas se mantuviera prácticamente intacto durante el siglo XIX, concluye el proyecto.
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