Mientras las bombas continúen cayendo al compás de su furor sobre la Franja de Gaza y Cisjordania, toda una generación de niños y niñas se enfrentan a un trauma imperecedero: disparos con resultado de víctimas, detenciones, torturas y procesos por parte del Ejército Israelí, evidencian un panorama desolador que ocasiona graves déficits en la salud física y mental para quienes se les niega la infancia.
Y es que, la situación se encuentra en un punto de inflexión que alcanza su cénit: el juego y la supervivencia conviven en una espiral junto con la muerte, y los más pequeños son los verdaderos sacrificados en la tensión bélica con el Estado de Israel. He aquí, el alto precio que han de pagar los niños y niñas con sus vidas, por el hecho de haber nacido en un infierno de incesantes ofensivas.
En este tema es preciso recordar que el empleo indiscriminado de armas como los cohetes lanzados, están rigurosamente prohibidos por el ‘Derecho Internacional Humanitario’. Por lo tanto, cualquier prototipo de agresión materializada, incluyéndose las incursiones aéreas, deberían orientarse únicamente a los objetivos militares y, por supuesto, con todas las cautelas posibles para precaver bajas civiles y la devastación de sus propiedades.
Paralelamente, los ‘Derechos Humanos’ nos conciernen a todos y todas, sin excepción, debido a su naturaleza política, jurídica y psicosocial; pero, esencialmente, por su índole valórico y ético. A su vez, éstos se incrustan en la salvaguardia de un tejido social donde al preponderar los valores, es viable la sociabilidad de manera sana.
Si bien, todo aquello que atente contra el ser humano en su pleno desarrollo, indiscutiblemente, lo merma, lo deshumaniza y lo arrincona a estados primarios, hasta convertirse en una transgresión al derecho a ser y existir.
Entretanto, Palestina, es un entresijo mortífero de sueños y pesadillas que ha configurado la estampa de lo que, hoy por hoy, es Oriente Medio en más de medio siglo.
Recuérdese al respecto, que, por entonces, el conflicto surgió con Israel en 1948, cuando no eran pocos los que opinaban, que Palestina era un territorio sin Pueblo y para un Pueblo judío sin territorio. Lo que años más tarde habría de acontecer, ya es sabido: con la ‘Guerra de los Seis Días’ (5-10/VI/1967), el Estado de Israel instauró el Oriente Medio que actualmente conocemos. Toda vez, que el nacionalismo palestino hizo permutar la ecuación. O lo que es igual: una tierra, Palestina y dos pueblos en disputa, palestino e israelí.
Cincuenta y cuatro años más tarde de ser derrotada la Coalición formada por la República Árabe Unida, esta era Egipto y Siria, y Jordania e Irak, la realidad se recapitula en dos Pueblos, israelí y palestino; tres tierras, Israel, la Franja de Gaza y Cisjordania y, por último, un ocupante, Israel.
Cómo si se tratase de un círculo vicioso, palestinos e israelíes prosiguen sosteniendo los embates de la guerra: primero, los palestinos, prendidos en una dicotomía y, segundo, los israelíes, permanecen sin reponer lo invadido desde 1967, porque su política está estancada por los colonos y no acaba de anexionarlos.
Haciendo un retrato sucinto del escenario donde a duras penas sobreviven y se desenvuelven estos niños y niñas, la Franja de Gaza, es una estrecha banda de tierra asentada en el Oriente Próximo, de la que 51 kilómetros colindan con el Suroeste del Estado de Israel y otros 11 kilómetros con el Noroeste de la Península del Sinaí en la República Árabe de Egipto.
“En esta guerra detestable, la monstruosidad soflama a la puerta de los más inocentes y las secuelas se incrustan en quienes menos lo merecen: sentimientos de depresión, hiperactividad, preferencia por estar solos y agresividad…”
Palestina, es un espacio autogobernado junto con Cisjordania, que acomoda el Estado de Palestina administrado por la Autoridad Nacional, pero que desde 2007 es gobernada por el ‘Movimiento de Resistencia Islámica’, por su acrónimo, Hamás, que llegó al poder en las elecciones libres de 2006, siendo una Organización que se declara yihadista, nacionalista e islamista y calificada por ocho países como brazo terrorista.
Asimismo, su superficie está definida en los Acuerdos de Oslo y la Resolución 1860 del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, abreviado, ONU, por el que es aceptada como Estado y con el estatus de ‘Estado Observador no miembro’ bajo la denominación de ‘Estado de Palestina’.
Ni que decir tiene, que la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán, están considerados por la Comunidad Internacional como ‘territorios ocupados’ por Israel. Además, desde 2007, está sometida a la piedra angular de un bloqueo militar de Israel y Egipto.
Una zona que aglutina 41 kilómetros de largo y entre 6 y 12 kilómetros de ancho que contabilizan la suma de 360 kilómetros cuadrados. En cuanto a su cuantificación poblacional es difícil de ajustar, por los avatares bélicos que le acompañan. Y es que, Palestina, es una extensa región de nadie infligida por las Fuerzas Israelíes, que no es accesible en su totalidad para los habitantes. O lo que es lo mismo: 29 kilómetros cuadrados que representan el 8% del territorio de la Franja.
No ha de soslayarse de esta breve descripción, los múltiples inconvenientes añadidos de suministro e infraestructuras que padecen sus residentes, mayormente de religión musulmana suní; no disponiendo de la mínima capacidad para acceder o salir cuando realmente lo requieren. Cómo del mismo modo, es una utopía importar o exportar libremente efectos y géneros. Pero, por encima de todo, el conflicto palestino-israelí es el espejo donde contemplar el declive de niños y niñas convertidos en sus víctimas, con un pasado, un presente y un futuro cicatrizante.
Un ejemplo clarificador donde se corrobora la victimización con un daño personalizable a estos niños y niñas, reside en el intervalo correspondiente a los años 2008 y 2009, respectivamente. En dicha intervención beligerante perecieron más de 1.200 individuos, el 30% eran menores palestinos. Los antecedentes recopilaron 392 niños y niñas palestinos, frente a los 6 de procedencia israelí.
En las caras de una misma moneda subyacen dos factores principales que en una u otra escala, determinan la conveniencia de los niños y niñas soldados como instrumentos a merced de la causa palestina: la sobredimensionada potencia del Ejército de Israel y la inculcación mecanicista de Hamás.
El forcejeo y la brega social y armada entre palestinos e israelíes, ha transformado el borde Sudoriental del Mar Mediterráneo en un entorno ciertamente decadente, desde que los pueblos hermanos combatieran en tiempos históricos de Abraham. Y lo peor de todo, las acciones terroristas son una cuestión rutinaria en el que no queda otra que familiarizarse para subsistir, alcanzando cotas de crueldad, venganza y acometividad inenarrables.
Fijémonos, en el testimonio de uno de los artificieros de la Policía Israelí, que experimentó en primera persona decenas de atentados, teniendo un enfoque de cómo hacer frente al terrorismo. Literalmente refirió: “Nos decíamos que la vida sigue, no podemos estar de luto cada tres días, cuando hay un atentado. Tampoco podemos poner un monumento en cada lugar donde ocurre un atentado, aquí cuando hay un atentado terrorista, viene la policía y en dos horas todo está como antes”.
Con lo cual, la hegemonía fundamentada en el terror y la intimidación, tanto en los ámbitos públicos palestinos cómo en los israelíes, están resultando mortíferos. En concreto, estos niños y niñas por su temprana edad y en una trama de vivacidad violenta, están hipotecados a ser el caldo de cultivo fértil y quedar aprisionados en las garras de las élites terroristas.
Conjuntamente, se ha comprobado que la educación sustentada en el miedo, promueve la intemperancia y la sed de venganza, prescindiendo los rasgos personales de los miembros del exogrupo, en este caso, los israelíes. En otras palabras: la infrahumanización, que supone restar características humanas o deshumanizar a los otros grupos.
Anulado el individuo de la especie humana, los procesos de radicalización en los niños y niñas de Hamás, se origina de una manera exponencial. Así, los pequeños soldados se tornan en víctimas y victimarios. Digamos, que la lucubración de la violencia a la que son doblegados, se genera en el horizonte social como concurrentes y obviamente, en la perspectiva cultural por la causa palestina.
Entre tanto, en su rivalidad contra el Estado de Israel, el núcleo duro de Hamás entiende la utilización de los niños y niñas como herramienta justificada. La radicalización de los jóvenes fructifica vadeando un ciclo distinguido como ‘dawa’, ‘invitación’ o ‘llamado hacia el Islam’. También adoptado en el adoctrinar yihadista y que en sus estadios superiores, comprende la encomienda de atentados terroristas.
La enseñanza y posterior conducción de los niños y niñas de Hamás, se inicia desde la etapa primaria y preescolar con la aplicación de técnicas coercitivas y abuso psicológico. Pudiéndose confirmar cómo en celebraciones y ceremonias de graduación, los infantes ya visten con rifles de juguete y fingen mancharse las manos con sangre israelí.
En los últimos años, la ‘Campaña Hamasista’ se ha centralizado en intensificar su material pedagógico mediante la ‘dawa’, acomodándolo a dar una solución política a los palestinos e incidir en el desafío que conjetura el sionismo, así como el compromiso de resarcir a los mártires e involucrarse con la resistencia y la ‘Intifada’. Esta radicalización antiisraelí es abordada en los colegios, casas y medios de comunicación, donde los actores de Hamás poseen gran proyección.
Una vez radicalizados, los niños y niñas reciben la condición de soldados en el instante de incorporarse como parte de la sección militar, desde donde se les induce e impone el encargo de atentados terroristas.
Numerosas investigaciones del ‘Centro de Información de Inteligencia y Terrorismo Meir Amit’, abreviado, ITIC, dedicado a la memoria de los caídos de la comunidad de inteligencia israelí, han puesto de manifiesto como Hamás ha movilizado, afiliado y hecho cómplice de las hostilidades a menores seguidores, aportando a las autoridades de Gaza un balance de muertos con referencias tergiversadas y quebrantando el Tratado Internacional de la Convención de los Derechos del Niño, rubricado el 20/XI/1989 y vigente desde el 2/IX/1990.
En el otro extremo, la praxis en el automatismo descomedido de la fuerza y acometida de los militares israelíes, ha constituido otro de los elementos de riesgo para la radicalización de los niños y niñas.
No quedan postergados en estas líneas, el sinfín de alegatos de madres y niños profiriendo su aborrecimiento por las extralimitaciones digeridas, mientras que desde Israel, emergen informaciones de excombatientes que aseguran las arbitrariedades consumadas a la población palestina por las ‘Fuerzas de Defensa Israelíes’, por su acrónimo, IDF.
Simultáneamente, los niños y niñas palestinos, aparte del adoctrinamiento ‘Hamasista’, en cuantiosas encrucijadas han sido verdugos indirectos del crimen de sus allegados, padres o hermanos, o los toques de queda y acometimientos de las Fuerzas Israelíes. En resumen, un castigo colectivo en toda regla.
La interrelación de estas mundologías extremistas favorecen el armazón identitario, cimentado en un ambiente vehemente, que, a su vez, transige la radicalización y subsiguiente mutación de los niños y niñas palestinos en niños y niñas soldados de Hamás.
Otra de las variables intervinientes se afianza en la contra radicalización de los niños y niñas israelíes, motivada por una cadena de incertidumbres extendidas para ser víctimas de otros atentados suicidas, o permanecer oprimido al yugo de dictámenes discriminatorios, o el que imperen grupos israelíes aleccionados en una maraña racista contra el árabe.
Algunos de estos niños y niñas han nacido y desarrollado en la coyuntura del secuestro y asesinato de tres adolescentes israelíes, acontecido el 12/VI/2014 en Gush Etzion, un conjunto de asentamientos ubicados entre Jerusalén y Hebrón en Cisjordania, y edificados tras la ‘Guerra de los Seis Días’ (5-10/VI/1967). Los tres jóvenes se llamaban Naftali Fraenkel de Nof Ayalon y Gilad Shaer de Talmon, ambos de 16 años, y Eyal Yifrah de Elad, de 19 años.
Estos homicidios que en principio el Estado de Israel atribuyó a Hamás y cuya responsabilidad se ratificó después, es uno de los precedentes que sembraron la ‘Operación Margen Protector’ (8-VIII-2014/26-VIII-2014), que tristemente desembocó en miles de cadáveres, fundamentalmente, civiles palestinos de la Franja de Gaza.
O estar supeditado al sonido de la sirena, alertando de los posibles ataques de cohetes, vicisitud que es contrarrestada con el escudo antimisiles denominado ‘Cúpula de Hierro’, acondicionado por un sistema desarrollado de defensa aérea operativo, con la premisa de preservar de cuantos misiles balísticos o de crucero y otras amenazas incurren en el espacio aéreo de Israel, y otros ingredientes coligados, probablemente fomentan la radicalización de los pequeños colonos.
No obstante, al no ataviarse con las prendas militares y fusiles, como lo hacen los niños y niñas palestinos, la deferencia mediática es prácticamente irrisoria. A pesar de todo, pocas asociaciones exploran estas singularidades y las que lo hacen como la ‘ONG Internacional Humanium’, privilegia una visión global en la ayuda mutua, como la participación y la autonomía de los más sensibles: los niños y niñas.
Muchos de los atentados cometidos en Israel enarbolan la bandera de Hamás, por lo que se ha acentuado el rehúso y dando pie a dos ideales equidistantes: los pequeños lugareños israelíes y los niños y niñas soldados de Hamás.
Sin embargo, se continúa recomponiendo las piezas de un puzle extrayéndose obviedades polarizadas. Pero, no más lejos de las opiniones discordantes que afloran en este asunto, el sentido común demanda dejar de tratar el problema con la bifurcación del blanco sobre el negro.
Las posiciones trenzadas en la victimización de los niños y niñas palestinos, demuestran cómo desde los medios de comunicación masivos con una actitud pro-Palestina punteada por la Historia más reciente y las entidades con un señalado perfil pro-Israel, se tiende a empequeñecer la dificultad, oteando la paja en el ojo ajeno y no distinguiendo la viga en el propio.
Cuando en el convencimiento apoyado con la certeza, se trata de una composición donde en las caras de una misma moneda, aun compartiendo la solución, se estaría patrocinando la radicalización de los niños y niñas soldados de Hamás.
“Estos niños y niñas por su temprana edad y en una trama de vivacidad violenta, están hipotecados a ser el caldo de cultivo fértil y quedar aprisionados en las garras de las élites terroristas”
Pero, de lo que no cabe duda, que a lo largo de estos trechos el adoctrinamiento no ha cesado en su evolución fortalecido con el odio y la violencia, adquiriendo diversos derroteros y abrazando nuevas metodologías; cultivando la inercia escalonada de los niños y niñas como mecanismos de réplica a sus aspiraciones.
En nuestros días, nadie es ignorante de las imágenes de niños y niñas acogiendo aceleradamente ejercicios de instrucción en los campamentos de verano, practicando estrategias de lucha, manipulación de armas y procedimientos terroristas, con la finalidad de explotar al máximo las técnicas impuestas y quedar identificados como guerrilleros de Hamás, portando sus armas y clamando por el desmoronamiento y la desintegración de Israel.
Consecuentemente, la ardua crisis entre Israel y Palestina se presta al cómodo maniqueísmo y condena. La prensa, los políticos y cualquier sujeto, impone su criterio con una sentencia a favor de unos u otros. Algunos, se particularizan de progresistas y sentencian a Israel; otros, se rotulan de conservadores y desacreditan a Hamás. Y los que más se aferran a su diagnóstico, lo hacen por recelos e impulsos personales.
Lo que es inequívoco, que los niños y niñas israelíes y palestinos o palestinos e israelíes que proliferan como marionetas en la fobia del terror y el odio, no tienen el más mínimo indicio de culpabilidad.
En esta guerra detestable, la monstruosidad soflama a la puerta de los más inocentes y las secuelas se incrustan en quienes menos lo merecen: sentimientos de depresión, hiperactividad, preferencia por estar solos y agresividad, todo un lastre derivado del horror del fuego de artillería, o de los carros de combate y bombardeos aéreos de Israel en la Franja de Gaza; o los cohetes lanzados de Hamás contra las ciudades israelíes; o el hervor y los linchamientos entre judíos y árabes israelíes en municipios mixtos, etc., que lo despojan despiadadamente de sus progenitores, o de las personas que les dispensan cuidados, como los servicios sociales básicos y la atención sanitaria y educación.
Un cuadro en el eslabón más débil entre Israel y Gaza, que encierra el impacto psicológico del estrés tóxico en la escalada de violencia, pudiendo desviarse en una órbita resabiada en el que la siguiente generación combata por restaurar sociedades pacíficas tras la erosión de la ira, sembrando el germen de la reanudación o el resurgimiento de los mismos. Y esto, los niños y niñas, lo sufren claramente.
En ocasiones, por arrebatarles directamente el don más preciado, la vida, o llevarse a un familiar y arrancar de golpe cualquier atisbo de inocencia. En cambio, algunos sollozan de impotencia, porque sus padres han fallecido o han quedado mermados físicamente al perder una extremidad.
También, para todos y todas, el destello de los proyectiles perdurará muchísimo tiempo en sus mentes; por el contrario, en algunos y algunas, ese eco les ha silenciado para siempre en la muerte ontológica más recóndita.
Finalmente, como se constata en las masacres perpetradas, el pavor se arraiga y todos pierden: un padre grita mirando al cielo al perder a sus dos hijos; otro, de rodillas llora amargamente porque le han matado a sus cuatro. Y, entre medio, un menor trastornado, llama desconsolado a su padre que está catapultado entre los escombros, por los misiles repentinos…
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