Opinión

Tratado literario o “Cuestión de cojones” (Pérez Reverte)

DecíaPérez Reverte que su madre ya no le daba la bronca por el abuso del lenguaje soez que empleaba en sus páginas semanales, pensando que ella envejecía y ya estaba acostumbrada, o que él perdía facultades, o que se estaba volviendo lingüísticamente correcto. Dice que recibe cartas de los lectores afeándole su poca vergüenza, incluso sugiriendo al jefe de redacción de El Semanal que lo “echen a la calle de una puta vez”. Dice también que la última que ha recibido es de “un señor de Oviedo, por la letra jubilado y por el membrete notario”, que le afea el uso y el abuso, de la palabra “cojones”, e incluso sugiere la posibilidad de que él saque tanto a colación el asunto por algún trauma personal relacionado con su propia virilidad o, subraya el amable comunicante, la ausencia de ella: "A ver si es maricón". A mi, servidor de ustedes, también me reprochan el vocabulario que empleo a veces, cosa que respeto, pero no comparto. Al margen de que él pueda resultar más o menos maricón, la antedicha carta le vino al pelo para traerles a colación un “impreso anónimo que hace tiempo circula por ahí”, y que algún lector amable ha tenido el detalle de enviárselo, que bajo el título: “Riqueza del Castellano”, enumera una exhaustiva relación de las diversas acepciones que en nuestra lengua, la de Quevedo y Cervantes, tienen los atributos masculinos. Y pidiéndole disculpas al notario de Oviedo y a su madre, como yo hago con algunos severos “oídos y lectores castos”, no se resistió, como yo, a glosar el asunto y poner los “cojones en su sitio”, y transcribo: “Según confirma con acierto singular el mencionado folleto, el sentido cojones varía según el numeral que le acompaña. La unidad significa algo caro o costoso (eso vale un cojón), dos pueden sugerir arrojo o valentía (con dos cojones), tres significar desprecio (me importa tres cojones), y un número elevado suele apuntar dificultad extrema (conseguirlo me costó veinte pares de cojones). Del mismo modo, basta un verbo para darle variedad a los significados. Verbigracia: tener puede referirse a valentía (esa tía tiene cojones), pero también censura, admiración o sorpresa (¡tiene cojones!); expresión que, en su variante ¡manda huevos!, hizo recientemente popular, en sesión de las Cortes, mi paisano y compañero de maristas Federico Trillo. Siguiendo con los verbos, acompañado de poner puede significar reto o aplomo (puso los cojones encima de la mesa), y el verbo tocar implica molestia, hastío o indiferencia (me toca los cojones), vagancia (se toca los cojones), e incluso desafío (anda y tócame los cojones). El término es también acepción de lentitud (viene arrastrando los cojones). Y en cuanto a amenaza, su uso es frecuente (te voy a volar los cojones) e incluso se recurre a ello para describir agresión física (fue y le pateó los cojones). Los prefijos y sufijos también son importantes de cojones. Por ejemplo, a- significa miedo (acojonado), des- implica regocijo (descojonarse), y -udo implica calidad o perfección (cojonudo). También las preposiciones matizan lo suyo: de alude a éxito (nos fue de cojones) o intensidad (hace un frío de cojones), hasta define ciertos límites (hasta los cojones) y por, alude a intransigencia (por cojones). También se recurren a ellos como lugar de origen para definir cierto tipo de actitudes intrínsecamente españolas y como origen de voluntad inapelable (porque me sale de los cojones). En cuanto al color, textura o el tamaño del asunto, los significados son ricos y diversos como la vida misma. Un color violeta define bajas temperaturas (se me quedaron los cojones morados de frío). Posición y tamaño son decisivos, tanto para precisar pachorra o tranquilidad (se pisa los cojones) como coherencia (lleva los cojones en su sitio). Sin que falten referencias cultas o históricas (tiene los cojones como el caballo de Espartero). Así que ya me dirá usted, señor notario. A ver cuando Shakespeare, o Joyce, o la madre que los parió, en esa jerga onomatopéyica y septentrional que usaban los pastores para llamar a las ovejas, y los piratas para repartirse el botín contando con los dedos, fueron capaces de utilizar, con todo su Oxford, la palabra equivalente con tanta variedad, y tanta riqueza, y tanta prosapia como la usa hasta el más analfabeto de nuestros paisanos. Tres mil años de griego, latín, árabe y castellano respaldan el asunto. Lo que, se mire por donde se mire, es un respaldo lingüístico de cojones."

Arturo Pérez Reverte ocupa el Sillón “T” de la Real Academia de la Lengua, desde el 12 de junio de 2003. ¡Cojonudo!.

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