El día a día de Camelia Rabago transcurre entre una montaña de quehaceres domésticos y el ir y venir de sus cuatro hijos menores de edad: Nur (diez años), Aimen (nueve años), Aizam (cuatro años) y Naira (tres años). La frenética jornada comienza a las siete menos cuarto de la mañana, cuando Camelia se levanta para preparar a Aizam para ir al cole, al Centro de Educación Especial Reina Sofía, y a sus hermanos. El pequeño sufrió una grave lesión cerebral producida por falta de oxígeno durante el nacimiento y como consecuencia de ello desarrolló el síndrome de West, una rara enfermedad que le genera crisis epilépticas, problemas de movilidad y dolores musculares, pero como dice la madre, “nunca deja de sonreír”.
Cada mañana, lo primero que hace es comprobar cómo respira, después le aplica su correspondiente aerosol, le da su medicación, lo lava, viste y le da el desayuno, mientras supervisa que los mayores se toman el suyo y ayuda también a la pequeña a hacerlo. El padre lleva a Nur, Aimen y Naira a clase, mientras ella espera que llegue el autobús especial que se llevará a Aizam al cole y que lo devolverá sobre las dos del mediodía, “aunque no siempre va al cole porque se pone malito con facilidad”.
En el transcurso de la mañana, Camelia cumple como ama de casa, madre y cuidadora. Se encarga de limpiar toda la casa, de poner la lavadora y tender la ropa, de preparar la comida y de hacer innumerables gestiones de “papeleo médico” para Aizam. Cuando los hijos regresan de la escuela, se encarga de que coman, no sin antes cambiar el pañal a Aizam y darle su aerosol. “Me he acostumbrado a no comer, nunca como al mediodía, me falta tiempo”, explica.
Cuando acaban de almorzar, vigila que hagan la siesta y cuando se despiertan, ayuda a cada uno de ellos son sus tareas de clase y se encarga de que merienden sano. Mientras juegan lo que queda de tarde, ella se encarga de preparar la cena, la sirve sobre las ocho de la tarde y así sobre las nueve de la noche los pequeños ya están listos para ir a la cama y descansar para el siguiente día. Y así siempre. “No me voy a dormir hasta que no lo tengo todo acabado. Algún día dejé sin fregar los platos por la noche y por la mañana tuve que correr al hospital con Aizam, donde pasé otros 15 días, sin poder hacer nada de casa y dependiendo de la ayuda de mis padres”, relata Camelia.
La rutina de esta melillense gira en torno a la vida de sus hijos, especialmente de Aizam. Su marido trabaja de vigilante de obras y tiene el turno nocturno, que comienza a media tarde y acaba de madrugada y en el escaso tiempo libre que tiene se dedica a otros trabajos de albañilería para completar el sueldo. Sin embargo, Camelia agradece su ayuda incondicional. “Mi marido se pasa el día fuera de casa trabajando, pero siempre se encarga de llevar y traer a los niños del colegio y hace lo que puede en casa. Y siempre, siempre viene al médico y al hospital cuando hay que ir, si hay una urgencia deja el trabajo y se planta al minuto en casa. Nunca me deja ir sola y siempre me anima a salir con mis amigas para tener tiempo para mí y descansar”, reconoce Camelia.
“Trabajo las 24 horas del día porque no sé parar ni pedir ayuda. La culpa es mía, no estoy acostumbrada a delegar y soy muy sobreprotectora. Sé que con su padre va a estar igual de bien que conmigo, pero quiero estar siempre encima. También tengo la suerte de que mis hijos se llevan muy bien entre ellos, ayudan en lo que pueden y quieren mucho a Aizam”. Esta melillense asegura es es feliz así, pasando el día con sus hijos a pesar de este ritmo de vida tan frenético. Camelia se ríe y asegura: “No creo que haga huelga, mi vida depende de mis hijos”.
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