Tolerancia es aquello que nace y permanece de forma natural entre gentes pertenecientes a la diversidad que no renuncian a su identidad y que, por conciencia y vocación, comparten esta con los demás, su identidad, protegida pero permeable. El peor enemigo de la tolerancia es la agudización de los extremos y, por ende, su contagio al espacio intermedio que pierde así su papel mediador entre la radicalidad de las posturas.
Mucho tiene que ver lo anterior con la política. Con esa política que hurga más, en las distintas facciones, en acérrimos seguidores acríticos más que en constructores de la duda razonable que siempre deja espacio a estrechar distancias. La humanidad y la calamidad están divididas por una fina y frágil línea que con frecuencia no se distingue por rota. Quizás, sean estos tiempos de confusión donde impera la segunda sobre la primera y primordial.
Las personas son por naturaleza migrantes. Cualquier lugar, pueblo, ciudad o país, el mundo en sí, no sería lo que es sin esta cualidad que de manera constante hace mutar la sociedad de lugar cualquiera. Las migraciones, que han conformado sociedades y dado prosperidad y riqueza, también han derivado en excesos y que el mundo del mal ha sabido aprovechar junto a las consecuencias de los desequilibrios históricos y crónicos, eso es reconocible sin duda. Pero combatir el exceso sin compasión, hacer tabla rasa en la búsqueda de resultados prontos, de destello, para satisfacer la ideología y el seguimiento ciego bajo un violento ordenamiento argumental es otro costal, peligroso y a la larga, estéril costal.
Las soluciones, en un tiempo convulso como el que se vive, vendrán desde la vocación a largo plazo, no exenta de dificultades, y desde la conciencia humanística (a veces, hasta revolucionaria), no desde la indigencia moral, mental y oportunista, pese a su fuerza bruta. Hay ideologías que, en su ambición y espacio de poder, han convertido al “otro”, al diferente, desde el discurso fácil, negacionista y rotundo, en la causa de toda quiebra.
Otras, otras ideologías, denominadas moderadas, con cierta analogía pero desde el espacio que les separa, deambulan por intereses no expresados, como el interrogante sobre la pérdida de réditos electorales y, por tanto, de poder. Desde la simple indiferencia y sin atisbos de la necesaria contundencia, alimentan a las primeras, la moderación se difumina. Añadido es y como consecuencia, la dificultad que el empuje del extremo opuesto hacia cierta radicalidad, hace retroceder peligrosamente eso que, aún con defecto, incita al equilibrio sobre los bordes, el centro.
La rutina cercana y los golpes convulsos mundanos, tal como deriva el rio de acontecimientos, actitudes y acciones, hacen que la tolerancia vaya camino de despeñarse. Si la convivencia bebe de las fuentes de la tolerancia, sin la segunda, la primera tiende a ir perdiendo espacio a favor del odio y el ansia de venganza y de ello, la Historia, ha sido más que prolífica, la antigua y la moderna. Falta saber, si la contemporánea, más allá del momento histriónico, no se adentra en demasía en las tinieblas de la iniquidad y la errancia.
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