Dilatadas las mentes por este sopor implacable e inmisericorde, con media España de vacaciones y de los dos cuartos restantes uno aletargado y el otro deseando irse, donde sea, pero lejos de las garras de la canícula, vino un episodio que, si bien puede no dar para una serie de Netflix, sí para un telefilm inconmensurable, Peckinpah lo querría para él, seguro. Partiendo de que no hay nadie que se haya creído como la secuencia de hechos que brindó la “tocata y fuga” del otrora President catalán se produjera de manera natural y fruto del azar en una cadena de errores, el guion y su apuntalamiento con protagonistas, extras y personajes tras las cámaras, es de la mejor filmografía de acción e intriga.
No se ahorró la inevitable rueda de prensa en la que estaban la totalidad de quienes debían aportar ese necesario aplomo para dar carta de naturaleza a unos hechos cuasi inauditos en los tiempos que se viven, finalizando el primer cuarto del siglo XXl donde si se quiere, no se escapa ni una mosca; una comparecencia que, aunque denotaba ensayo, tuvo retazos de torpeza. Hay un cierto recuerdo a esas apariciones del Sheriff del condado junto al Alcalde y hasta el Gobernador del Estado en las que, sabiendo bien lo que ha sucedido pero ante la imposibilidad de contarlo, se intenta tranquilizar anunciando esfuerzo y efectivos por aclararlo.
No faltó, además del paseíllo “berlanguiano”, la subida al estrado, la arenga sostenida, el callejón lateral previo, el abogado inquieto y sudoroso en la tramoya, el camuflaje del gorro de paja y silla de ruedas posteriores, sin olvidar el posible maletero de un coche ignoto que dio cobijo a la “repentina” huida a paradero desconocido. De cine. No se podrá dudar que en esta laxitud del estío donde, más allá del interés y entretenimiento por los JJOO o el sempiterno desacuerdo del órgano superior de los jueces, dada su continuada politización, este nuevo capítulo del Molt Honorable le ha puesto algo de sintonía al subidón del mercurio.
La política, ya se sabe, utiliza a menudo caminos inescrutables para la consecución de sus fines. De estos, de los fines, los hay necesarios para la generalidad de ciudadanos y otros para la parcialidad de próceres y sus partidos. Nadie puede cuestionar de manera objetiva, más allá del discurso interesado, que Cataluña hace unos años era un incendio.
Hoy, sin ahorrar espectáculo y desequilibrios, aparenta, al menos, otra cosa. Entre ambos polos puede estar la solución. Incluso algunos de los más acérrimos contrarios a lo que ahora sucede y contra el Gobierno del Estado, reconocen, si no en público, sí en privado, que la situación es distinta y mejor. El ejercicio de la política está sujeto al respeto de la ley, sin duda, pero también al diálogo y la inteligencia.
Está por ver si este episodio de tocata y fuga, además de otros que han sucedido y que, probablemente, sucederán y que se cobran algún descrédito de instituciones, ha merecido la pena por un bien mayor y, por ello, general, el tiempo lo dirá.
Mientras y a la espera de saber si hay desenlace o por el contrario es una continuidad de la trama con un incierto final, este verano quedará, en lo político, como el de aquel en el que un señor se enfrentó, supuestamente, a todas las modernidades habidas y por haber en materia de vigilancia, dispositivos y estrategias de seguridad en un siglo XXl que se va haciendo adulto. Por más empeño que se ponga, cuesta creerlo o más bien, no es posible.
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