El Eclesiastés ya nos dice que hay tiempo para todo; “tiempo para nacer, tiempo para morir; tiempo para plantar, tiempo para cosechar; tiempo para matar, tiempo para sanar; tiempo para reír y tiempo para estar de luto”; así hasta muchos lugares y tiempos.
Estos días atribulados son días de plagas, de epidemias, de pandemias. Llamémosle como queramos. Pero es un tiempo que nos hace enfrentarnos a nuestra frágil condición humana y a que pese a todos los recursos de la ciencia,somos vulnerables.
Bueno, somos vulnerables además de otras muchas cosas. A lo mejor no nos estamos dando cuenta de que ya no va ser como antes, de que hoy es ya algo distinto que ayer. No estábamos acostumbrados a que nos dijeran las cosas que nos dicen por los telediarios o por las radios.
Que el virus en cuestión asuela países y regiones hasta ayer tenidos por invulnerables. Que todos los remedios dependen de algo más que de la propia ciencia.
No habíamos visto antes hospitales colapsados, fronteras cerradas, universidades vacías, calles desiertas, teatros, cines, lugares de ocio sin nadie.
Pero por encima de estas cosas en estos tiempos es cuando la ‘condición humana’ se destapa y descubre en toda su plenitud. Mejor dicho en toda su grandeza y en toda su miseria. Junto a muestras de solidaridad,de abnegación, de entrega a los demás, vemos comportamientos egoístas,cerrados, egocéntricos que nos dan repelucos.
La solidaridad no tiene nada que ver con lo que han denominado ‘disciplina social’. El término disciplina lleva siempre una carga de resistencia a lo que se nos manda o indica. Indica siempre un concepto de fuerza sobre el que se aplica la ‘disciplina’.
La solidaridad es algo distinto; implica siempre una renuncia a lo propio para cederlo a los demás.
De ahí que los días oscuros que nos tocan vivir sean la prueba diamantina de la ‘salud real’ de una sociedad. Por muchos comunicados,por muchas indicaciones que se den,por muchos consejos que se impartan, si la sociedad no goza de buena salud, de buena salud moral, de nada servirán.
Tengo para mí que nuestra sociedad hace mucho tiempo que está enferma, sin necesidad de que padezca plagas o pandemias.
El virus quizás nos haya puesto mirando al espejo de nuestras propias carencias. A veces se habla más de pérdidas o ganancias derivadas de la pandemia que de los muertos o infectados, que suelen ser un solo número del que pronto nos olvidamos.
No voy a analizar tal o cual medida tomada, tal o cual premura en decir la verdadera situación en la que estamos; tales o cuales incongruencias en la cadena de mandos. No tengo conocimientos para juzgarlos. Me limito a constatar la frágil salud moral que padece nuestro orgulloso mundo occidental al que decimos pertenecer, porque es lo que me preocupa o lo que veo.
Quizás digo esto porque, retomo el Eclesiastés, “hay un tiempo para hablar y un tiempo para callar”. A lo mejor este es un tiempo,tiempo de pandemia,para lo último.
Que no le falte agua al elefante.
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