Tarabillas y papamoscas
Cuando paseamos en invierno por los espacios abiertos de la periferia de Melilla suele llamarnos la atención un pajarillo de color rojizo y con la cabeza oscura que otea desde una atalaya bien visible el campo, unas veces en silencio y otras emitiendo cortos y sonoros reclamos. Es la tarabilla común (Saxicola rubicola), un ave de pequeño tamaño y cercanamente emparentada con los papamoscas, pues ambas especies pertenecen a la familia Muscicapidae. Comparte la tarabilla con los papamoscas también sus hábitos alimenticios, pues como éstos es un ave insectívora con una dieta especializada en los insectos de pequeño tamaño. Tiene las características adaptaciones evolutivas de las aves insectívoras de esta familia, entre las que destaca especialmente el pico corto y estrecho y las alas también cortas y anchas, para realizar maniobras cortas en el aire.
Atalayas campestres
A diferencia de los papamoscas, que suelen cazar desde las copas de los árboles, las zonas de caza de las tarabillas son los espacios abiertos alternados con matorrales que les sirven de atalayas, aunque también les vale cualquier cosa que se eleve lo suficiente para poder otear el campo. Apostada siempre en las ramillas más altas de estos matorrales, o en los tallos secos de cardos y otras plantas estacionales, la tarabilla localiza sus pequeñas presas y se lanza a capturarlas con acrobáticos quiebros en el aire. El hecho de que la tarabilla cace sus presas en campo abierto nos permite ser testigos de sus espectaculares lances, todo un privilegio para el observador de la naturaleza de nuestros campos. Estos matorrales que sirven de atalayas para la tarabilla, a la vez le sirven para refugiarse en cuanto sienten una amenaza próxima. En el árido entorno de Melilla los matorrales que crecen en los pastizales abiertos suelen ser de naturaleza espinosa, proporcionándole a la tarabilla una seguridad extra frente a sus enemigos.
Cagarropes, respuesta a la antropización
A falta de estos matorrales, que han ido desapareciendo de nuestros maltratados campos por la acción humana, las tarabillas han aprendido a aprovechar las alambradas que con tanta profusión salpican las zonas periféricas de Melilla. Así, en muchos lugares de nuestra ciudad, las tarabillas han sustituido las ramillas espinosas de los azofaifos y aulagas por los alambres de espinos como atalaya, demostrando la capacidad de adaptación de estos pajarillos a la antropización de su entorno. Los postes y cuerdas de los tendederos de ropa de las casas de campo también son oteaderos frecuentes para la tarabilla, lo que le ha valido uno de sus nombres más frecuentes, 'cagarrope', ya que como todos los pajarillos la tarabilla defeca al echar a volar para aligerar el peso, y si lo hace desde un tendedero los excrementos suelen caer en la ropa tendida.
Tarabillas del sur y del norte
En muchas zonas de España y el norte de África las tarabillas residen durante todo el año, pero en el sudeste ibérico y en la zona del Rif donde se ubica Melilla las tarabillas solo nos visitan en invierno. El que algunas tarabillas vivan todo el año en el mismo sitio y otras solo aparezcan en invierno cataloga a esta especie como migrante parcial; solo las que viven más al norte, en zonas con inviernos rigurosos, viajan hacia el sur para sobrevivir al frío.
Aliadas y protegidas
La función que realizan las tarabillas en la naturaleza es de primer orden, como todas las aves insectívoras, siendo un aliado especialmente útil para el hombre en el control de las plagas de insectos que afectan a los cultivos. También como el resto de las aves insectívoras, las tarabillas están sufriendo una grave mortandad debido especialmente al uso de pesticidas en las zonas rurales y la expansión de la agricultura intensiva, que está acabando con los entornos rurales tradicionales, donde estas aves encontraban refugio y colaboraban con el agricultor. Por este motivo, las tarabillas están también amparadas por las leyes europeas y nacionales que se han promulgado para la protección de todas las aves en general y de las insectívoras en particular. Lejos están los tiempos en que la naturaleza y las actividades humanas se complementaban y beneficiaban mutuamente; la baraja se rompió por nuestro lado hace ya tiempo.
La capacidad de adaptación de la tarabilla a los cambios de su entorno nos demuestran que aún estamos a tiempo de recuperar esa deseada armonía.