Estando lejos de Melilla me di cuenta de que echaba de menos el mar, las vistas del litoral desde el Paseo de Horcas Coloradas, la pastela, el cuscús de los domingos y el 12 de octubre.
Cada Día del Pilar, la banda de música de la Comandancia de la Guardia Civil despierta a los vecinos al amanecer. De esta forma rinde honores a la patrona de la Benemérita. Es una jornada para reconocer lo mucho que hacen nuestros guardias civiles por mantener la seguridad de nuestras calles y fronteras, pero también para reivindicar mejores condiciones laborales, más medios y, por supuesto, más efectivos.
Creo que la mejor forma de apoyar a los guardias civiles no es dándole palmaditas en la espalda sino dotándolos de seguridad jurídica para actuar con apego a la legalidad y, sobre todo, cumpliendo el compromiso de equiparación salarial con otras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado; facilitando la conciliación laboral y dejando de aplicarles la justicia militar para resolver, en muchos casos, conflictos laborales.
Este año y medio de pandemia ha sido duro para todos, pero hoy quiero dedicar este artículo a los guardias civiles que continuaron trabajando cuando todos nos encerramos en nuestras casas para protegernos del coronavirus. En marzo de 2020 cuando no sabíamos a qué nos enfrentábamos, ni cómo se contagiaba el covid-19, ellos siguieron patrullando las calles y la valla para garantizar nuestra seguridad y la de nuestro país.
Las familias de los guardias civiles vivimos esos días con una angustia terrible. Mientras muchos nos envolvíamos en papel Albal para ir al supermercado y nos poníamos guantes para protegernos del virus-ese-que-mata, los agentes de la Benemérita seguían patrullando las calles.
Por aquel entonces daba la impresión de que el aire que se respiraba fuera de las casas era casi lo mismo que correr la misma suerte que el chino que dicen que se comió un murciélago y cambió nuestra forma de entender el mundo.
Frente al terror, la Guardia Civil asumió su papel de defensa de la seguridad nacional. El país estaba literalmente acojonado con aquellas imágenes terribles de coches fúnebres saliendo de las residencias de mayores y ellos seguían ahí, a pie de calle.
Fue entonces cuando los españoles descubrimos una forma de dar las gracias con aquellos aplausos de las ocho de la noche. Resultaba un poco paradójico que las mismas familias que temíamos por nuestros padres, esposos y hermanos, batiéramos palmas para agradecerles su valentía.
Fue entonces cuando los guardias civiles, los agentes de la Policía Nacional y Local, las limpiadoras, las trabajadoras sociosanitarias, las dependientas y cajeras de supermercados, las barrenderas, los camioneros, los agricultores y nuestros médicos y enfermeros nos dieron una lección de valentía.
Entendimos que somos un gran país; que no hemos llegado hasta aquí de forma casual;z que si hoy tenemos una democracia sólida es porque hemos sido capaces de construirla. Tenemos lo que nos merecemos.
Hoy es además el Día de la Hispanidad. Este año llega en medio de la polémica de si los españoles tenemos que pedir perdón por la conquista de América. A mí, que soy latina con antepasados españoles, me parece una soberana estupidez que se reclame a estados modernos, que dedican parte de su presupuesto a la Cooperación al Desarrollo de países con gobernante rencorosos, que pidan disculpas por lo que se hizo hace cinco siglos.
Como si yo fuera responsable de lo que hizo el abuelo de mi tatarabuelo; como si sólo se hubieran cometido barbaridades en América; como si el siglo XIV y XV no hubieran sido terribles en cada esquina de España, cuando los conflictos se solucionaban espada o navaja en mano, con un toque a degüello.
Es tan absurdo, que ni siquiera sé por qué nos dejamos arrastrar por el discurso postizo de la izquierda que no soluciona los problemas que tiene sobre la mesa y necesita desviar la atención hacia enemigos externos. El odio y el rencor como elementos disuasorios. No falla.
No he escuchado a los ingleses exigir a los noruegos que se disculpen por lo que hicieron los vikingos. Es absurdo que en América Latina sigamos culpando a los españoles de nuestras desgracias. Hay que mirar al futuro y hay que asumir que estamos como estamos por la corrupción endémica de nuestros gobiernos.
A esos conquistadores españoles que tanto denigramos debemos la lengua maravillosa que hablamos y que nosotros, los latinos, hemos difundido por todo el mundo. También debemos el mestizaje tan rico, tan lleno de matices. Todo lo demás es complejo de inferioridad y, eso queridos, hay que superarlo.
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