Ayer Melilla sufrió el tercer asalto masivo a la valla fronteriza. Durante el mismo un guardia civil sufrió un arañazo en la cara por uno de los garfios de fabricación casera que los inmigrantes utilizan para poder sortear la malla antitrepa.
La herida fue leve, pero pudo ser peor. No es el primer agente de la Benemérita que resulta herido durante un salto masivo. De hecho, 39 guardias han sufrido lesiones este año, según los datos de la Delegación del Gobierno. No será el último.
El presidente de la Ciudad, Juan José Imbroda, dijo ayer temer que las agresiones se conviertan en una práctica habitual por parte de los inmigrantes. “Por desgracia no es la primera vez que ocurre algo así”, lamentó el mandatario autonómico.
Efectivamente no es la primera vez, pero en pocas ocasiones, el inmigrante ‘paga’ por atentar contra la autoridad.
La Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC) aseguró que “siempre” se producen agresiones y exigió que este tipo de acciones no queden impunes. Considera que debe primar la seguridad de los agentes antes que ser devueltos a Marruecos.
No basta con lamentarnos y ofrecer buenas palabras a un guardia civil herido durante un asalto masivo en la valla. El agresor debe ser detenido y puesto a disposición judicial para responder por lo que ha hecho. Hay que proteger a los agentes.
Frente a los derechos que amparan a los inmigrantes que intentan entrar en Melilla por mar o por tierra, también están las obligaciones. Obligaciones que tenemos también todos los ciudadanos. Responsabilidades.
No se entiende que los inmigrantes que llegan a la costa melillense y agreden a un guardia civil desde la patera en la que viajan, sean detenidos, juzgados y condenados, mientras que los que hacen lo mismo, pero en la valla, simplemente sean devueltos a Marruecos.
No se puede pedir a los guardias civiles que, como dijo Imbroda, lleven toda la carga en la valla.
Pero tampoco se les puede pedir que se conformen con ser agredidos. ¿Acaso se trata de ‘daños colaterales’ a asumir con resignación?
Pues es con resignación con lo que tienen que ‘tragar’ los guardias civiles cuando se enfrentan en mitad de la noche a un asalto masivo de inmigrantes. Es la penosidad de su trabajo, mientras no cambie el modo de proceder y se detenga a los que agreden.
Es lo que le pasaría a cualquier ciudadano. Si agrede a un guardia civil o a un policía, sería detenido, denunciado y juzgado. La Policía Nacional en la frontera también está desprotegida. Sufre agresiones casi a diario y en muchos casos, el culpable ‘se pierde’ en Marruecos sin responder ante la ley.
La solución a esta problemática no es sencilla, como tampoco lo es para el fenómeno migratorio al que Melilla se enfrenta. Alegar un efecto llamada si se detiene a los inmigrantes que agreden a los guardias civiles sería la respuesta fácil para quien se resigna a seguir amontonando ‘daños colaterales’. Pues ya van 39. ¿Suma y sigue?
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