Opinión

Somos los que creemos

La consejera de Igualdad, Elena Fernández Treviño, apuesta por el diálogo entre la Comisión Islámica de Melilla (CIM) y las mujeres musulmanas que no tienen espacio para rezar en algunas mezquitas de la ciudad.

La socialista pretende, de esta forma, mediar para resolver el problema de discriminación por razones de género que están sufriendo las melillenses que acuden a los lugares de oración y se encuentran que la persona que tiene la llave del sitio apartado para ellas no está o que con las restricciones impuestas por la Covid-19 han optado por eliminar el espacio destinado a las mujeres.

La vía del diálogo elegida por Fernández Treviño es, en mi opinión, la más sensata antes de acudir a los juzgados porque estamos ante una flagrante violación de la Ley de Igualdad vigente en nuestro país.

Puede funcionar, si la CIM se muestra predispuesta a sentarse con las damnificadas y buscar una solución para todas las fieles. Ellas son víctimas de una decisión que les afecta y que, seguramente, se ha tomado sin ánimo de hacer daño, pero desde luego con muy mal criterio.

Éste no deja de ser un tema delicado. Estamos hablando de que desde la política se le pide a líderes religiosos que lleguen a un entendimiento con sus fieles. Visto así, parece incluso una intromisión. Pero cuando se violan derechos fundamentales no queda otra.

No es la primera vez que la política intercede en temas religiosos. Ya ha pasado cuando algún cura avispado de la península ha dado alguna misa recurriendo a discursos homófobos o directamente de odio. Al final, han tenido que rectificar. Y lo han hecho y no ha pasado nada. La vida continúa.

Otra cosa es que elijan enrocarse. En ese caso no quedaría más remedio que llevar el debate a la prensa nacional y a los juzgados y eso no es bueno para nadie. Ni para la CIM, ni para el Gobierno de la Ciudad ni para la marca Melilla.

Vuelvo y repito, creo que la vía del diálogo elegida por Fernández Treviño puede funcionar. Pero funcionaría aún más si como iniciativa ciudadana las mujeres regresan a las mezquitas a recuperar su espacio.

Si todos los días se plantan 10 mujeres a rezar y no tienen sitio, al imam no le quedará más remedio que habilitarlo.

Sin embargo, en estos momentos de pandemia, con el rebrote de casos de coronavirus que estamos teniendo en la ciudad, tenemos que admitir que no es el momento de reivindicar con su presencia un derecho que les pertenece.

Esta situación me recordó algo que me ocurrió hace unos años, cuando cerraron el cine de mi barrio. Yo solía ir todas las semanas y dejé de ir un par de meses. Cuando regresé, ya no estaba abierto. Ese día sentí sobre mis hombros la responsabilidad de su cierre. No es que yo sola hubiera provocado el cierre del cine. Es que yo contribuí a ello.

Las mezquitas deberían tomar nota de las iglesias católicas. ¿Quién iba a decir a principios del siglo XX que las parroquias españolas iban a quedarse vacías incluso en la misa de domingo? Pues un siglo después eso es una realidad.

Sabemos que la fe mueve montañas, pero no podemos ignorar que la fe también se pierde y cuando se va, es como el amor, no vuelve.

Creo que este conflicto puntual ha destapado una realidad que deberían tener en cuenta los líderes religiosos de nuestra ciudad. Hoy sabemos que las mujeres no van a las mezquitas con la misma constancia con que lo hacen los hombres porque en algunos sitios de oración no tienen sitio para ellas. No están obligadas a rezar, es cierto, pero la fe es un compromiso social, pero sobre, todo personal. Somos lo que creemos.

Y en Europa creemos en la igualdad de hombres y mujeres. Pero la igualdad no se puede entender única y exclusivamente como un capítulo dentro de los presupuestos del Estado o de la Ciudad Autónoma. La igualdad tiene que ser también un compromiso irrenunciable.

Podemos debatir si nos gusta más o menos la discriminación positiva como política de igualdad, pero no podemos poner en tela de juicio que en este país hombres y mujeres tenemos los mismos derechos y deberes.

La Constitución nos garantiza la libertad de culto y la ley nos garantiza la igualdad. Que no nos lo quite nadie.

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