Opinión

‘Sólo el no hacer es infame’

Corría el año 1978 cuando, como joven alférez cadete en la Academia General Militar de Zaragoza, tenía como Jefe de Compañía a un comandante de Intendencia llamado José María Martín-Posadillo Muñiz. Este comandante, hombre bondadoso y entregado al servicio, determinó como lema de la compañía que él mandaba el de “sólo el no hacer es infame”. Con este lema pretendía transmitirnos la idea de que lo más importante en una vida recta es posicionarse frente a los problemas o las dificultades y hacer algo para afrontarlos, nunca quedarse indiferente o al costado. Ese lema dejó una profunda huella en nosotros, como muchos de los principios y valores que en esa Academia nos transmitieron nuestros profesores a los que en la terminología militar llamamos ‘protos’, como acrónimo de prototipos o modelos, porque es tradición en las Fuerzas Armadas españolas trasmitir la formación mediante el ejemplo.

Quiso el discurrir de la vida y la dura situación de la evolución política en España que ese hombre bondadoso, diez años más tarde de ser mi Jefe de Compañía en el curso 1978-1979, siendo ya coronel, encontrara la muerte en las calles de Madrid, bajo las balas asesinas de ETA, el 19 de julio de 1989, junto al comandante Ignacio Julio Barangua Arbués.

Dos militares honorables y buenos, como muchísimos otros militares, guardias civiles, policías armados y nacionales, inspectores de policía, periodistas, políticos y civiles de toda condición que, de manera inocente, anónima y en ocasiones con la incomprensión de la sociedad en aquellos años tremendamente duros, perdieron la vida o quedaron severamente heridos como consecuencia de la sinrazón y la barbarie de aquella banda asesina.

El pasado jueves, 4 de marzo, en uno más de los sonrojantes y bochornosos actos de propaganda a los que nos tiene acostumbrados el señor Sánchez, Presidente del Gobierno social-comunista que rige los destinos de España, con el apoyo de algunos grupos políticos, que ni forman parte del Gobierno ni comparten el proyecto colectivo de los españoles, pero respaldan la permanencia de Su Persona al frente del ejecutivo, se quiso representar una presunta escenificación de la derrota de ETA, mediante la destrucción, por aplastamiento, de unos centenares de armas ligeras de todo tipo, incautadas por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, para, de esta manera, trasladar a la opinión pública que éste es un episodio ‘felizmente’ superado de nuestro pasado reciente y ‘pelillos a la mar’.

Poco importa que miles de personas inocentes, como usted o como yo, que sólo discurrían por la vida tratando de desarrollar sus proyectos vitales junto a sus seres queridos, hayan sido víctimas de asesinato, de graves lesiones, de chantajes, de extorsiones, de amenazas, de expulsión de los pueblos y ciudades en los que vivían, o lo hayan sido sus familiares más queridos, dejando una herida imposible de cerrar en los corazones y en los recuerdos de los supervivientes.

Tampoco importa que alrededor de 300 de los asesinatos permanezcan sin ser resueltos y que no es de descartar que alguna de las armas destruidas pudiera haber sido empleada en alguno de estos asesinatos sin resolver, constituyendo, por tanto, una presunta prueba, ahora destruida, para el esclarecimiento de estos asesinatos. Poco importa que miles de vascos tuvieran que abandonar sus hogares y desplazarse a otras partes de España por no ser capaces de comprender tanta barbarie, resistir a las amenazas de los bárbaros, negarse a pagar las extorsiones o chantajes eufemísticamente denominados ‘impuesto revolucionario” y en consecuencia tener que abandonar sus lugares de nacimiento y vida so pena de ser sometidos a la acción de las armas de los mafiosos para tener que vivir y morir lejos de la tierra que les vio nacer y a la que amaban.

Este proceso de escenificación de la derrota de ETA lleva aparejado un ignominioso y claudicante proceso de acercamiento de presos con gravísimos delitos a las cárceles del País Vasco, previo al traspaso de la gestión de las prisiones al Gobierno vasco.

Todo muy humanitario y magnánimo, con apariencia de superación de los desencuentros. El único problema que persiste, no precisamente pequeño, es que los miles de víctimas inocentes que han experimentado en sus propias carnes alguna de las injusticias descritas, asisten estupefactas a los homenajes callejeros rendidos a los que, sin justificación alguna, destruyeron sus vidas y si se quejan de ello, además y como en un macabro escarnio, tengan que pasar por el trago de ser tildados de insensibles con los familiares de quienes tanto les hicieron y les hacen sufrir.

¿Es que nadie entiende que esto es inhumano? ¿Es que nadie entiende que, antes de perdonar, las víctimas necesitan y por eso exigen, que se les pida perdón y se les reconozca el daño sufrido además de que se colabore con la justicia para esclarecer los casos no resueltos?

Al resto de la sociedad nos corresponde asumir la responsabilidad de ponernos del lado de las víctimas y ofrecerles nuestro respaldo y afecto, porque sí, en esta historia hay, no hubo, sino que hay, víctimas y asesinos, inocentes y culpables.

Frente a la distorsión del relato con el que nos quieren hacer vivir, ya saben, no es propio de una vida recta mantenerse indiferente o al costado, ‘sólo el no hacer es infame’.

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