Editorial

Soberanía, integridad territorial, respeto y prosperidad compartida

Melilla y Ceuta son ejemplos de convivencia interna que deben reclamar con firmeza para relacionarse con el país vecinos los mismos parámetros que tienen que regir su diversidad endógena: respetar y conocer al otro; abandonar miedos, recelos y prejuicios; asumir que cooperar no supone ceder ni claudicar; y hacer efectivo el imperio de la ley a la hora de establecer derechos, deberes y obligaciones.

El Faro valora, aplaude, desea y exige que se cumplan los principios sobre los que el Gobierno de España ha adelantado que se basará la “nueva” relación con el Reino alauita en base a una “hoja de ruta clara y ambiciosa” para “garantizar la estabilidad, la soberanía, la integridad territorial y la prosperidad de nuestros dos países”.

Acabar con cualquier sombra de duda sobre la “soberanía” de Ceuta y Melilla, española hasta el tuétano en toda su ciudadanía con independencia de razas o credos, o la “integridad territorial” de nuestro país, que comprende a ambas exactamente igual que a todo territorio de la península y los archipiélagos balear y canario, también es un paso de incuestionable trascendencia.

En las Reuniones de Alto Nivel y los contactos diplomáticos pendientes para concretar el compromiso alcanzado por España y Marruecos deben ratificarse los cauces para que no se repitan incidentes como la crisis migratoria de mayo de 2021 en Ceuta, el cierre unilateral de la aduana comercial de Melilla y otras acciones percibidas como hostiles por nuestro país desde Rabat. Madrid también tiene, a su vez, aunque ya lo ha hecho en parte, cese de una ministra incluido, propósito de enmienda con acciones que el país vecino ha percibido como insoportablemente ofensivas.

Únicamente desde la consolidación de un marco de confianza, diálogo y cooperación real y efectivo más allá de las declaraciones oficiales que casi siempre han diluido el conflicto existente, se podrán sentar las bases para crear la deseable “prosperidad compartida” entre las siempre españolas Ceuta, Melilla y las regiones marroquíes anexas que es deseable y exigible crear.

No se trata solamente de una cuestión económica, que también, sino igualmente humana e histórica habida cuenta de los miles de lazos que se tejen por encima de fronteras que, siendo necesarias e imprescindibles, tienen que servir para unir y cooperar con reglas claras más que para enfrentar, siempre desde un respeto bilateral efectivo.

Ello no quiere decir que las ciudades autónomas tengan que renunciar a ninguna de sus aspiraciones legítimas. Al revés. Exactamente igual que Marruecos, sin adoptar acciones unilaterales como la de la aduana de Melilla o algunas adoptadas en el Tarajal, estaba en su derecho de poner límites a un comercio transfronterizo desnaturalizado, España debe poner en esta nueva etapa sobre la mesa con franqueza y decisión desafíos pendientes como revisar la excepcionalidad del Tratado de Schengen o su entrada en la Unión Aduanera europea. Tampoco debe cambiar la hoja de ruta para elaborar los Planes Estratégicos que aspiran a cubrir un déficit histórico de servicios públicos dependientes de la Administración General del Estado o de comunicaciones en cantidad y calidad y asequibles con la orilla norte.

Es trascendental “afrontar juntos” desafíos comunes como la gestión de los flujos migratorios para, con el fin de evitar sucesos como el más reciente de Melilla con casi 2.000 migrantes irregulares intentando acceder a territorio español, que ambos países actúen realmente “siempre con un espíritu de total cooperación”.

No menos importante es “restablecer la plena normalidad en la circulación de personas y bienes, en beneficio de nuestros pueblos”, como ha avanzado España. No es incompatible, todo lo contrario, diga lo que diga el populismo y la demagogia, convertir a Ceuta y Melilla en polos de desarrollo de su entorno geográfico más próximo con mejorar su relación e incardinación con el resto de España y Europa.

La población y la administración de las dos ciudades autónomas ha sufrido singularmente por las crisis sanitaria, diplomática, económica, fronteriza y migratoria que las han azotado durante los últimos años, meses y semanas. Abrir una “nueva etapa” basada en “el respeto mutuo, el cumplimiento de los acuerdos, la ausencia de acciones unilaterales y la transparencia y comunicación permanente” con el vecino del sur es indudablemente positivo y solamente cabe empujar en ese sentido para que las palabras se conviertan en realidad.

Vivimos además un contexto internacional basado en la inquietud, en el que es importante zanjar la crisis mantenida con quien es el país vecino para ganar en seguridad y confianza.

De estos temas no hay que hablar con complejos, ni mucho menos hay que alimentar el ruido o los mensajes radicales sin sentido. ¿Qué necesita Ceuta?, ¿qué intereses son los que nos convienen al igual que en Melilla? A esto hay que responder, respaldando desde la Ciudad las políticas de un gobierno central sin mirarlo con recelo porque sea de otro color político, huyendo de términos como el de traición que tanto explotan aquellos carentes de programa, de contenido y de altura de miras; aquellos que se han convertido en meros provocadores.

El Gobierno local tiene la obligación de defender no a sus colores, sino a su tierra, y mirar por un abanico de oportunidades que se abre con sinceridad, con buena voluntad y con intenciones claras de avanzar en el camino de lo bueno para todos. Sin complejos, con honestidad y valorando un futuro que en estos momentos de auténtica inquietud se antoja de máxima prioridad.

Melilla y Ceuta son importantes en este nuevo camino. Siempre hay que trabajar por lo mejor para ambas. Ese es el reto.

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