La desaparición de este joven cordobés, Álvaro Prieto, me llegó al alma desde el primer momento, y, en estos días, seguí con vilo toda la información que se daba sobre el suceso, a través de los distintos medios de comunicación. Me atrapó completamente pues era un caso cargado de hipótesis e incognitas, era un chico normal que un buen día se lo tragó la nada y, por ello, leía con voracidad todo lo que se publicaba. Tenía muchas ganas de saber si se sabía algo nuevo y leía distintas cabeceras: dónde estaría en chico, por qué no llamaba a sus padres, ect... miles de especulaciones pasaban por mi mente. Conversaba por whatsapp al mismo tiempo con otros amigos a los cuales también suscitaba curiosidad la desparación de Alvaro Prieto.
Hoy día, si nos quedamos sin batería en el móvil no somos nadie, porque toda la desgracia de este chaval partió de ahí: de que no podía mostrar el billete había comprado. Tampoco pudo, por lo tanto, llamar a sus padres con su proprio móvil. Si bien quería volver a su casa, sigue siendo un misterio por qué rechazaba todo tipo de ayuda que le ofrecían en la atención al cliente: la de llamar a los padres o recargar el móvil. Esto sigue siendo una incógnita sin resolver pero obviamente no está él vivo para contarlo. El escenario de la tragedia es la estación de Santa Justa de Sevilla, ahí empiezaba el caso y no tardamos muchos días en saber que también acabaría ahí esta trágica historia. Lo supe cuando un amigo me manda por whassapp las terrificantes y desagradables imágenes que un reportero de Televisión Española acababa de retransmitir en directo cuando ha visto unas zapatillas (evidentemente de un cuerpo sin vida) sobre un bogie del tren, atrapado entre dos coches en un espacioentre 30 y 40 cm. Unas zapatillas deportivas que, al ver las imágenes, todos caímos en la cuenta de que podrían ser las del joven que había desaparecido.
El morbo en ese momentpo se ceba con todos, cuando el repotero dejándose llevar por el sensacionalismo y con ganas de “exclusiva” no repara en ningún tipo de ética. Cuando vió las zapatillas e intuyó había dado por casualidad con algo muy suculento para dar de comer a todos los espectadores como yo muertos de hambre por saber, no reparó en detalles ni reflexionó pues se vió con una exclusiva que le llevaría a triunfar.
Se retransmitieron en directo las macabras imágenes que, quienes les hemos visto, nunca se borrarán de nuestra mente. Las imágenes que nunca tendríamos que haber visto mostraban las zapatillas entre dos vagones corren como la pólvora. Poco después la policía confirmaría los datos después de la autopsia: que, efectivamente, era el cuerpo del joven, el cual había muerto electrocutado tocando la catenaria de un tren que llevaba en los talleres desde el pasado 24 de agosto. Pero todos los que habíamos visto las imágenes que la televisión había ofrecido en directo ya “sabíamos” (o intuíavamos vivamente) que esos zapatones deportivos blancos pertenecían a la persona buscada precisamente en ese escenario: la estación e Santa Justa de Sevilla.
La televisión tiene que proveer de contenido todo los mintuos de su parrilla y le da la vuelta a todo una y otra vez hasta que llega un momento en que deja de ser periodismo y pasa a ser show morboso, porque muchas veces los hechos no dan para más. Los periodistas muchas veces no tiene la cabeza bien amueblada, como este reportero en cuestión al cual le pudo la excitación y la prisa y ‘soltó’ lo que vió. Las televisiones, a su vez, sienten la necesidad de informar minuto a minuto cuando acontece un caso de este tipo, que tiene a muchas personas en suspense. Se cae en el más puro de los sensacionalismo, cuando ya no se cuenta para informar sino para producir impresión, sensación, impacto en quien recibe la noticia.
Al hilo de esto me viene a la cabeza la anécdota siguiente: cuando estaba muriendo Juan Pablo II, los medios de comunicación de todo el mundo informaban minuto a minuto sobre la salud del Santo padre. El entonces postavoz de la Santa Sede en una rueda de prensa le dijo tajantemente a un periodista que preguntaba por novedades sobre el estado de salud del pontífice al cual quedaban pocas horas de vida: “Yo no estoy aquí para alimentar su canal informativo 24 h”.
No hacía falta pues el haber visto las zapatillas entre dos vagones para saber qué había pasado. Esas imágenes sobraban, estaban de más pero se dieron. TVE no tardó nada en perdir disculpas y decir que “estas imágenes nunca se tendrían que haber retransmitido”, pero el daño estaba ya hecho a la familia. El reportero tenía que haber sido consciente de que lo que llevaba entre manos no era un capítulo más de un libro de Agatha Christie, que nos desvela por qué llegó a subirse al techo de un vagón de tren y se electrocutara tocando la catenaria.
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