No, no se trata de anunciar la Lotería de Navidad –que tiene la misma denominación– sino de referirnos a ‘El Gordo’. Un hostelero espectacular que derrocha alegría y calidad de producto en plena avenida del General Pintos, arteria principal, barrio del Tesorillo, antes Isaac Peral, con la anuencia de la mayoría de los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, quienes le conocen y saben que es una buena persona. No siempre ha estado en su local, pero siempre ha triunfado por su perfil humano. ‘Gordo’ no es servicial sino amable, que es disinto, con mucha franqueza y excelente profesional, hace familia, vamos. Bomberos, policías locales, efectivos del Cuerpo Nacional de Policía, todos quieren un bocata de ‘Gordo’ porque los bocatas del personaje saben a gloria.
Claro, para agradar a esta distinguida clientela y a más seres humanos, hay que madrugar, ya se sabe que los ‘polis’ comienzan la jornada a muy temprana hora, la misma en la que ‘Gordo’ abre su establecimiento con todo su potencial preparado: pan, condimentos, café, alguna copilla, y, sobre todo, hospitalidad y sonrisa. Sí, porque ‘Gordo’ nació riendo. Es más que posible que naciera con la cara alegre; en caso contrario no se puede entender que esté todo el día gastando bromas al respetable. Hombre, como a todo hostelero, le ha jodido la talibánica Ley del Tabaco, o la mutación de esta norma absolutamente dictatorial, pero como conocemos al profesional, importa poco el puto tabaco, la gente sigue acudiendo al bar, fumando o sin fumar, como postula la Pajín de las narices.
Y luego están las familias o las currantes del derredor que no pueden imaginarse el final de la jornada o la media hora del café sin frecuentar al ‘Gordo’. Se sabe de memoria todas las consumiciones sin que se las recuerden. Mira a los ojos de la clienta o del cliente y sabe o intuye a qué se va al bar. Es más, desde que pones el pie en el umbral ya oyes cómo proclama: “Una sin miga poco hecha!”. Bueno se hace llamar ‘El Gordo’, pero ese no es su verdadero nombre, además ya no está tan gordo. Ha perdido peso, se le pone el pelo cano, pero sigue siendo el mismo de toda la vida y sigue agradando a sus clientes de la misma forma, con su sonrisa y su capacidad de trabajo a espuertas.
Los emblemas de las diferentes fuerzas policiales presiden los muros de ‘El Gordo’ porque los agentes están sinceramente agradecidos a sus constantes atenciones, sobre todo aquellos que vienen de otros páramos y que no tienen más remedio que tomarse el reconstituyente en casa ajena. Perdón, ‘El Gordo’ no es casa ajena porque los policías están como en su propia casa y, habida cuenta de la lista de precios, hay algunos que ahorran porque ‘El Gordo’ es barato, muy barato y, si tiene que echar una mano invitando a un whisky, no se remilga y pone el chato, siempre con la sonrisa en la comisura de sus labios.
Con ‘El Gordo’ Melilla recupera la tradición de amistad y complicidad hosteleras, aquella que sembrara hace ya muchos años Juan Belver ‘El Manco’ en la calle de San Miguel, Melilla la Vieja o como siguiera Paco Benítez en ‘Los Salazones’. Es como ir a casa a tomar una copa o un desayuno y salir pensando que 24 horas después, gracias a Dios y al ‘Gordo’, vuelve a producirse el acontecimiento, el mejor momento del día. Véte preparando lo que tú ya sabes, que voy de camino, mi alma.