Esta Semana Santa un grupo de componentes de la Federación Montañismo y Escalada de Melilla, nos hemos trasladado hasta Ubrique, en la provincia de Cádiz, y la Axarquía, en la de Málaga, para realizar varias rutas de senderismo, tanto en la Sierra de Grazalema, como en la Sierra de Tejeda.
Se establecieron varias rutas, en función del nivel de exigencia de cada una de ellas y, por supuesto, de menos a más, por la situación que seguimos viviendo desde que se declaró el Estado de Emergencia por la pandemia del covid-19, después de trasladarnos en la Compañía Naviera Baleària el día 10 de abril hasta el Puerto de Málaga, y desde allí, en nuestro propio vehículo hasta Ubrique.
Para el lunes 11 de abril teníamos programada, con el fin de despertar del letargo obligado a nuestros cuerpos, el Salto del Cabrero, donde pudimos disfrutar del vuelo de diferentes aves rapaces, y sobre todo, del buitre leonado, ya que en las paredes verticales del Salto del Cabrero existen numerosos nidos de una colonia de estos carroñeros, aprovechando las oquedades fruto de la erosión. Antes de acabar tuvimos que realizar tres kilómetros más de lo programado, al encontrarnos en la senda que seguíamos vallas colocadas por los propietarios de varias fincas privadas, poniendo puertas al campo, o la montaña. Para no tener que volver a realizar toda la ruta de vuelta y gracias a las explicaciones de un pastor que cuidaba de sus cabras payoyas, que dan una leche de la que se produce un queso delicioso en sus diferentes variantes, pudimos reconducir la ruta ascendiendo a un collado entre dos peñas muy elevadas, que nos permitió enlazar con el primer tercio de nuestra ruta. Finalmente, de los 14,5 km programados, realizamos 17,5 km.
El martes 12, hicimos el Pinsapar y la ruta que transcurre paralela al rio Majaceite, en ambos sentidos, desde Benamahoma hasta el Bosque y vuelta, por lo que hicimos un total de 21,5 km. Nos estuvo lloviendo prácticamente en toda la ruta y en algunos momentos con mucha intensidad, dándole un grado más de dificultad y al mismo tiempo de aventura.
El miércoles 13, intentamos hacer una doble ascensión, al Pico San Cristóbal, probablemente el tercer pico más alto de la provincia de Cádiz y desde allí atacar el que es el pico más alto de la provincia, el Torreón con 1.654 metros, en el corazón de la Sierra de Grazalema, rodeados de bosque mediterráneo, dónde entre otros, abundan encinas, alcornoques y quejigos. Pero sin ninguna duda hay que destacar, la joya de la zona, el pinsapo, especie que sólo se da allí, en la Sierra de las Nieves y en el Parque Nacional de Talassemtane, en la provincia de ChefChaouen, en Marruecos, donde convive con el cedro.
Por razones climatológicas –rachas muy fuertes de viento, la niebla, la lluvia–, y si a eso añadimos la situación de la orografía del terreno, por las inclemencias meteorológicas de los dos últimos años, lo tuvimos muy difícil, y después de hacer varios intentos, solo pudimos ascender hasta el primero de ellos: el San Cristóbal.
En esta ocasión, de los 11 km de la ruta, sólo pudimos realizar aproximadamente 7,5 km, pero se hizo dura, por la ascensión que tuvimos que superar en muy poca distancia y a ‘cara perro’, es decir, sin senderos señalados y con poca visibilidad. En algunos momentos en los que se dispersaba la niebla, el entorno nos regaló la fugaz presencia de unos pocos corzos.
Con el jueves 14, llegó la etapa reina, La Maroma o Pico Tejeda. Pero antes tuvimos que trasladarnos desde la Sierra de Grazalema, Ubrique, a la Sierra de Tejeda, Alcaucín. Ya que, para esta ascensión de más de 1.250 metros de desnivel positivo, habíamos planteado atacar la cima desde el área recreativa del Alcázar, a unos 850 metros de altitud, situada en el término municipal de Alcaucín.
La ascensión la hicimos directa a través de sendas marcadas con hitos de piedras hasta los 1.350 metros y desde allí hasta la cima, un poco más de 700 metros, por el único sendero de la zona.
La subida no fue muy rápida, por el desnivel, pero fue continua y constante. A unos 1.600 metros nos cruzamos con unos pocos caballos salvajes, pastando tranquilamente, aún lado y otro de la senda. Un poco más arriba, y antes de ver a los primeros y esquivos corzos, pasamos por la única fuente que hay en la senda.
Cuanto más ascendíamos más frío era el aire que acariciaba nuestras pieles más expuestas, la cara, orejas y manos. Y en algunos repechos, por lo sombrío del lugar, se podía masticar la humedad.
A pesar de la falta de rodaje, desde que se cerraron las fronteras por culpa de la pandemia de la covid-19, no nos amedrentó ni la pendiente ni los agentes meteorológicos. Y, de repente, allí, cerca de nosotros, pudimos ver ese monolito, o torre de piedra, de más de tres metros de altura, colocado en el punto más elevado de la cima.
A 2.069 metros sobre el nivel del mar, que se dejaba ver entre las nubes que ascendían precisamente de él, empujados por el viento que al chocar contra aquel macizo montañoso, dibujaba cortinas que en ocasiones no nos permitían ver la inmensidad de la llanura a nuestros pies y otras, como un regalo a nuestro esfuerzo, la cortina no era tan densa, vislumbrábamos los diferentes pueblos de la Axarquía, así como Málaga e incluso esa parte de África, formada por la cordillera que va de oriente a occidente, el Rif, con picos que superan los 2.500 metros, como si estuviesen hermanados.
Después de descansar unos minutos, tomar algunas fotos y grabar algún vídeo, iniciamos el descenso, siendo acompañados por varios corzos, conocedores de que suben seres humanos desde diferentes puntos de las diversas vertientes y que éstos les dejan pan, fruta e incluso frutos secos, pues así, a esas alturas casi estériles, encuentran algo con lo que llenar sus estómagos.
Hasta ese momento, sólo vimos otras personas en la cima. Pero al poco de haber iniciado la bajada y después de perder de vista a los corzos, nos cruzamos con la única pareja que vimos prácticamente en toda la ruta, e iban bien acompañados por su perro, que iba bien atado.
Contemplando las nuevas vistas que se nos ofrecía desde la perspectiva de nuestro descenso, la naturaleza nos regaló un grupo muy numeroso de cabras montesas, en la ladera opuesta a nuestra senda, y como el viento soplaba desde dónde ellas estaban hacia nosotros, no se percataron de nuestra presencia hasta que después de estar un buen rato observándolas, viendo su comportamiento individual y colectivo, decidimos seguir y pasar muy cerca de ellas, y sólo unas pocas, dando unos brincos rápidos y precisos, se alejaron un poco de nosotros para seguir con sus quehaceres, entre otros, seguir pastando, rascarse con los matorrales espinosos o enfrentarse entre ellas, en ese duelo de cuernos para mostrar su fortaleza.
Al llegar, a los 1.350 metros, decidimos, para descender un poco más relajados, bajar por una pista forestal que se usa como cortafuegos.
Pero unos metros más adelante, la naturaleza nos hacía otro regalo. En esta ocasión mediante una culebra bastarda aletargada después de tragarse un bicho, que se intuía en la mitad de su cuerpo; y entonces recordé el sombrero de ‘El Principito’, de Antoine de Saint-Exupéry, la boa que se tragó un elefante.
Estuvimos un rato observándola, hasta que se apartó de la pista y nosotros continuamos el descenso, pero antes de llegar al punto dónde habíamos dejado por la mañana el vehículo, en una hondonada, nos pareció ver tres cabras de las que no supimos reconocer la especie.
El viernes 15, para estirar las piernas después del esfuerzo del día anterior, hicimos una ruta corta de unos 8 km, en los alrededores de Canillas de Aceituno, las Pozas y el Puente del Saltillo, que une la localidad nombrada y Sedella, con la que limita, antes de trasladarnos a Motril para coger el ferry de vuelta a Melilla.
Fue una ruta muy agradable, aunque hizo bastante calor, pero disfrutamos de las vistas y panorámicas.
Antes de acabar, queremos agradecer a la compañía Baleària el que nos facilitara los billetes de ida y vuelta para realizar estas rutas de senderismo, gracias al convenio firmado hace unos meses en Fitur con la Federación de Montañismo y Escalada de Melilla (FMEM). Desde entonces, y gracias a ese convenio, numerosos federados han podido beneficiarse de la bonificación que recibimos, gracias al acuerdo con la Fundación Baleària.
Esperamos que otros federados, al igual que nosotros, puedan disfrutar igualmente de las ventajas que da la Compañía a lo largo de lo que queda de año.
Para finalizar, cabe destacar que todos los que hemos practicado esta actividad disponíamos de la licencia federativa local, que cubre en caso de accidente en Melilla, Ceuta y Andalucía, y los que disponen de la licencia Nacional pronto podrán disfrutar también de rutas por Marruecos teniendo un seguro en caso de accidente.
¡Salud y montaña!
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