Santiago Matías de Ruiz y Cortés. “Nacido en Melilla en el año de gracia de 1968 en el Hospital de la Cruz Roja. Unos me llaman Santi y otros, Matías, porque me llamo Santiago Matías. Como en el chiste”. Así se presenta este simpático ciudadano, popularmente conocido como Santi.
-¿Cómo era el chiste?
-Dice que le preguntan a un chaval cómo se llamaba y contesta: “Pues depende: unos me llaman Doro y otros me llaman Teo”. Entonces el otro: “Ah,. Doroteo…” Y éste responde: “No: Teodoro”.
-Muy bien, Santi. ¿Cómo va su día a día?
-Actualmente, como tengo que cuidar de mi padre, no puedo trabajar. De hecho, ni siquiera me he dado de alta en el SEPE porque posiblemente me llamen y para hacerles el feo de tener que rechazar el empleo… Voy a quedar mal yo, se van a pensar lo que no es y les voy a hacer la puñeta a ellos. O sea, que prefiero no estar apuntado hasta que halle la forma de poder dejar a mi padre con alguien responsable y poder yo trabajar, que estoy loco por trabajar, porque estoy muy quemado. Pero lo primero es lo primero.
-¿Su padre está enfermo, o es muy mayor?
-Ambas cosas. Convaleciente de un ictus y 91 años, para 92, si dios quiere, en agosto.
-Y no tiene hermanos para poder hacer turnos…
-Tengo algunos fuera. Aquí solamente tengo a uno y está trabajando. Tiene un trabajo muy malo. Se levanta a las cinco o cinco y media de la mañana para ir a los servicios de limpieza de Valoriza. Llega reventado, come y se acuesta y la verdad es que puedo contar poco con él. Poco o nada.
-¿Viven juntos los tres?
-Sí, vivimos los tres juntos.
-¿A qué ha dedicado su vida? ¿Cuál ha solido ser su trabajo?
-Electrónica y electricidad, mayormente, que es lo que yo he estudiado, y tengo un amplio periplo. Incluso estuve trabajando en los Estados Unidos para la empresa Gamesa o, más bien, una filial. Estuvimos bastante tiempo en Filadelfia (Pennsylvania) haciendo puestas en marcha de parques eólicos. Lo que son aerogeneradores. Molinos de viento, que les llama la gente vulgarmente, jeje.
-¿Qué sucedió con el trabajo?
-Lo tuve que dejar, porque falleció mi madre en 2008 y me tuve que volver, ya que mi padre se quedaba solo y mi hermano Miguel Ángel todavía no vivía en casa. Estaba con su mujer y con su hijo. Luego se separó y, claro, no íbamos a dejarlo en la calle. Aunque mi familia me aconsejaba que lo dejase que se buscase la vida, yo dije “no, es mi hermano y no voy a dejarlo en la calle”.
-Así que entró en casa…
-Sí, y, al principio, bien, pero hemos llegado a tener conflictos bastante desagradables. Son cosas que pasan, pero afortunadamente ahora la relación va algo mejor y ahí estamos luchando: para sacar la casa, a mi padre y a él adelante, porque él tampoco… Tiene una buena paga, pero está obsesionado con una muchacha que le tiene la cabeza comida, se come todo su sueldo y en casa rara vez vemos un céntimo suyo.
-¿Y la empresa?
-Cuando se lo comuniqué, se portaron divinamente bien. Me pusieron el primer vuelo desde Filadelfia a Madrid. Me recogieron los compañeros, fui a la oficina principal de la empresa en Madrid. Firmé el finiquito. Se portaron genial y me dieron un dineral aparte de lo que se me debía por el tiempo de haber estado en los Estados Unidos, donde tenía un sueldo buenísimo más las dietas. Y yo, claro, no me gastaba un duro, porque, aunque me pagasen las dietas, en realidad me pagaban todo, así que esas dietas, en realidad, iban a mi bolsillo. Me pagaban estancia y alimentación.
-¿Cuánto tiempo había estado allí?
-Un año. Estuvimos en Texas también, en Dallas y Houston. Bueno, a las capitales fuimos, más bien, de paseo los poquísimos días que podíamos librar, porque allí íbamos a piñón fijo prácticamente de lunes a domingo. Interesaba meterle caña a aquello y días de descanso teníamos muy pocos, pero los pocos que teníamos los disfrutábamos bien. Cogíamos dos o tres días juntos y nos íbamos a Houston o Dallas, pero la mayoría de las veces estábamos en los pueblecitos de las montañas, donde se montan los parque eólicos. Un parque eólico no se monta en plena ciudad, sino en plena naturaleza.
-¿Qué tal por allí?
-Con temperaturas de -14 y -20 grados. Nevaba muchas veces. Menos mal que, gracias a dios, teníamos unas equipaciones estupendas, monos térmicos, guantes maravillosos… O sea, que íbamos muy bien equipados y el que pasaba frío era porque quería, sinceramente. Ahora, si no te abrigabas bien, frío hacía. De hecho, había ciertos trabajos finos que no podías hacer con guantes y te los tenías que quitar. Cuando tenías las manos a la intemperie, como mucho, como mucho, aguantabas 30 ó 40 segundos sin volver a ponértelos. Es que se te congelaban los dedos. Era exagerado.
-¿No ha vuelto a trabajar desde que regresó en 2008?
-Sí, sí. He estado con varias empresas aquí en Melilla y me ha ido muy bien, pero antes o después tenía que dejarlo, o bien porque ya se acababan los trabajos para los que se nos había contratado tanto a mí como a otros compañeros, o bien por asuntos personales precisamente por tener que estar pendiente de mi padre.
-Aparte de cuidar de su padre, ¿a qué dedica el resto del día?
-Exceptuando los pocos ratillos que me puedo escapar, tenemos que estar encima de él, porque ya está empezando a tener demencia senil. No creo que sea alzhemier: yo pienso que es, más bien, demencia senil, porque tiene días muy buenos y otros días fatídicos en los que no me deja dormir de noche ni de día; no puedo descansar. A lo mejor me tiro dos o tres días que no pego ojo y voy con el cuerpo reventado. Tengo que hacérselo todo. Afortunadamente ahora tengo ayuda del Imserso. Me mandan dos chicas a las ocho de la mañana, a las dos de la tarde y a las ocho de la tarde para que lo aseen y le cambien los pañales. Pero, bueno, el resto del cuidado lo tengo que hacer yo: darle de comer, intentar que ande un poquito cada día para que no se le anquilosen las piernas… En fin, que tengo que estar pendiente de él minuto a minuto. Es un sinvivir.
-¿Usted diría que es muy conocido en Melilla?
-Por suerte o por desgracia, sí: soy más conocido que el andar hacia delante.
-¿Por qué es tan conocido?
-Porque, cuando he estado aquí más o menos fijo en Melilla (porque he viajado muchísimo), he sido una persona jovial y extrovertida y me ha gustado salir y relacionarme con todo el mundo, desde la crème de la crème hasta el chusmilla más chusmilla, jeje. Yo jamás he discriminado a nadie. Para mí, todo el mundo es igual. Yo miro a las personas por su corazón, no por su estatus social ni por lo que tengan en el bolsillo. Si tienes un gran corazón, para mí eres una gran persona. Por mucho que tengas materialmente, si tienes un corazón negro, para mí no vales nada. Lo tengo así de claro.
-¿Y qué le parece Melilla actualmente?
-Me gustaría que algunas cosas cambiasen, como, por ejemplo, la idea que tienen de algunos barrios. A día de hoy, todos los barrios son iguales. Hay tópicos que se adquieren con el tiempo, pero la gente no se da cuenta de que va cambiando. Y barrios como, por ejemplo, la Cañada, están súper discriminados y la gente no se da cuenta de que ese barrio es uno más de Melilla, como cualquier otro. Ahora mismo en la Cañada hay chavales que están saliendo de ingenieros, de médicos, de abogados, de policías, de militares… Es un barrio como otro cualquiera y me da mucha rabia que la gente discrimine o que, cuando te ven dirigirte a esa zona por cualquier motivo, lo primero que se piensan es lo peor del mundo. Eso, para empezar. Lo cual es incierto la mayoría de las veces, por no decir todas. Se piensan que allí sólo va gente mala a hacer cosas malas y están muy equivocados. La Cañada ha cambiado una barbaridad. Es un barrio como puede ser el Real, Cabrerizas, Calvo Sotelo, Hipódromo o cualquier otro.
-Muchas gracias por su atención.
-A ti siempre.
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