Política

El sanchismo no será derogado

Cuando escribo estos artículos no puedo dejar de pensar en todo el odio vertido contra el presidente Sánchez y contra el Gobierno socialista estos meses atrás. Vivimos en tiempos de extremismos, de polarización política entre en opciones que entienden la vertebración del Estado de forma excluyente y de radicalismo que se tocan en su forma de hacer política. Estos extremos han llenado la arena política española de odio al que piensa diferente, al que no confluye en con su forma de entender y hacer país. No quiero caer en la equidistancia, pero todos sabemos que hay fuerzas que retroalimentan muy bien ese fanatismo.

La fractura cosechada le ha impedido recoger los frutos más allá de las alianzas que se le preveían

Lo que me parece terrible es que ese odio haya impregnado a fuerzas políticas que se consideran moderadas y centristas, pero que por mor de estrategia electoral han decidido cruzar esas líneas rojas que por el interés común no es conveniente pasar. Cuando había que derrotar a Sánchez todo tipo de estratagema comunicativa era admisible. La de ‘derogar el sanchismo’ fue enormemente ovacionada desde las filas de toda la derecha, a pesar de que aquello implicaba, no sólo implícitamente, acabar con tu adversario, sino reducir todo su legado cual táctica militar de tierra quemada, no importando eliminar derechos ciudadanos y sociales alcanzados. Algunos colectivos que habían luchado durante años por sus derechos fundamentales, derechos de las mujeres, de los trabajadores, de las personas LGTBI, de las personas que desean tener una muerte digna, etc., veían que podían ser derogados de un plumazo.

Lo de utilizar tácticas militares no es nuevo en la estrategia electoral, la derecha lleva utilizando la estratagema de demonizar al adversario y a todo lo que representa desde el principio de la democracia. A nadie se le olvida que antes del ‘sanchismo’ hubo un ‘felipismo’. Bueno, parece que al propio Felipe se le han olvidado esos ataques, que en su momento querían arrasar con el periodo más modernizador de este país, y todos sus avances en derechos ciudadanos y sociales. La universalización de la educación, la sanidad, o las pensiones, se cuestionaban tanto entonces, como en época de Zapatero, la violencia de género, el matrimonio igualitario, o el sistema de dependencia, como en época de Sánchez, la reforma laboral, el incremento del SMI o el Ingreso Mínimo Vital. Todos avances que se cuestionan en campañas electorales, demonizando a quien los ha liderado con tal de desgastar su imagen, dando igual cuanta ciudadanía puede verse afectada. Todo con tal de alcanzar el fin supremo de ganar las elecciones.

El señor Feijóo ganó finalmente las elecciones, pero muy a costa de todos los españoles que no le han votado. La mayoría progresista le ha visto auparse hacia el poder en una de las campañas electorales más agresivas con el adversario de todo el tiempo democrático. No sólo no ha marcado distancia con la ultraderecha, sino que muchas veces ha preferido emularla dinamitando todos los puentes que podrían haberle permitido alcanzar mayorías parlamentarias con fuerzas no extremistas. Tras los resultados obtenidos, la fractura cosechada le ha impedido recoger los frutos más allá de las alianzas que se le preveían antes de los comicios electorales. Los pactos en comunidades autónomas y ayuntamientos con Vox no han hecho vislumbrar un sentido diferente al que la mayoría de los españoles ya preveían en caso de que el PP llegara al gobierno central.

Ahora ofende mucho que el presidente en funciones no haya querido hacerle la réplica en una investidura que todo el PP sabía desde el principio fallida. Pero en campaña todo el ataque era poco con tal de alcanzar lo que la demoscopia afín adivinaba que podía ocurrir, que solo con el apoyo de Vox se podía lograr esa mayoría parlamentaria, que no hacía más falta que abrazarse con la extrema derecha para alcanzar el Gobierno de España, aunque todos fuéramos testigos de que el PP había abandonado la moderación y el centrismo, y se sentía cómoda siendo derecha extrema. No les ha fallado la ambición, les ha fallado un país que sigue apostando por el progreso y por una convivencia en la que quepa toda la diversidad que España alberga. Ya hemos visto que esa diversidad, también lingüística, puede alcanzar mayorías parlamentarias, sin más trauma y con menos gasto de lo que algunos agoreros preveían.

Una vez comprobado en el espejo de la investidura todo el apoyo con el que realmente ya sabía que contaba, de poco le ha servido escenificarlo más allá de reforzar su liderazgo interno, muy cuestionado desde el mismo 23J y aún más puesto en cuestión tras la llamada del eterno líder fundador a manifestarse dos días antes. No hacía falta hacernos perder al resto de los españoles todo este precioso tiempo ¿O es que, en el fondo, Feijóo temía más poder revalidarse ante los suyos, que montar toda la escena de la investidura para lograrlo? Me van a perdonar, pero eso sí que es una falta respeto a las instituciones y a toda la ciudadanía, y no qué le haya dejado de replicar el ‘derogable’ ‘Perro Sánchez’.

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