El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha mantenido este viernes en Bruselas una conversación con el ministro marroquí de Exteriores, Nasser Bourita, en la que según la versión del socialista, ambas partes han reconocido la necesidad de avanzar en la relación bilateral.
Cuesta entender por qué el presidente de un Gobierno europeo habla de tú a tú con el canciller de un país totalitario con el que mantenemos una tensa relación diplomática, marcada por un rosario de desencuentros recientes: desde la marcha verde fallida sobre Ceuta, pasando por la implantación de piscifactorías en aguas de las Islas Chafarinas y terminando con el veto a los puertos españoles en la Operación Paso del Estrecho durante dos años consecutivos.
¿Tan mal está el canal de comunicación habitual para recurrir a este peúltimo recurso, después de haber incluso apelado a la mediación del Rey Felipe VI? Creo, sinceramente, que hemos gastado en vano un As que teníamos en la manga. Para aplacar la ira de Marruecos sólo nos queda recurrir al rey emérito Don Juan Carlos. En estos momentos, no tenemos más recursos a nuestro alcance.
Se nos podrá criticar la torpeza de haber servido en bandeja la ruptura de las relaciones con Marruecos al permitir la entrada en España de Brahim Ghali, pero nadie podrá echarnos en cara que no hemos hecho hasta lo imposible por reconducir la situación. No nos queda piel en las rodillas y el abdomen nos arde de arrastrarlo cordial y diplomáticamente a los pies de Mohamed VI.
Y a todas estas seguimos sin solucionar el tema de las piscifactorías implantadas por Marruecos en las inmediaciones de Melilla. En su lugar, el Ministerio de Defensa enseña los dientes a Rabat día sí y día también. Esta semana, por ejemplo, con el desfile de carros de combate por el centro de la ciudad o con las fotos de las maniobras militares compartidas en redes sociales, en las que se ven soldados de la Legión vigilando la valla o entrenando en la periferia de Melilla como si mañana mismo se fueran a incorporar a la lucha contra el yihadismo en el Sahel.
Eso es casi lo mismo que hacerle una peineta a los mejanis desde España y mirar a los lados para comprobar si nos han visto. En todo caso, los melillenses lo agradecemos. Hemos pasado de temblar ante el barco marroquí que hizo una maniobra no convencional en el puerto de Melilla, obstaculizando la entrada a puerto de un ferry, a respirar tranquilos a sabiendas de que los buques de la Armada están a diario recorriendo aguas españolas o desactivando explosivos de la guerra ocultos en nuestras playas.
Nunca antes sentimos tan cerca la presencia y la protección de nuestro Ejército y eso es algo que los melillenses agradecemos al Ministerio de Defensa. No nos han dejado solos en estos momentos de asfixia económica en los que necesitamos creernos que esta guerra la tenemos ganada.
Tenemos problemas por resolver que enconan una relación hispano-marroquí que ha evolucionado en el discurso oficial desde los lazos de "amistad" del pasado a reconvertirse en estos momentos en "estratégica" a secas, como dijo Sánchez este viernes en su intervención ante los medios en Bruselas.
El caso es que el presidente del Gobierno ha hablado con Nasser Bourita y desde el Gobierno han filtrado que la relación con Rabat va por el buen camino, que no es otro que el del retorno a la "normalidad".
Esta versión encaja con la que el Ministerio de Exteriores dio esta semana a El Faro, adelantando que trabajan en un escenario postcovid en el que se reabrirá la frontera de Melilla.
Dicho esto, tenemos que preparar la espalda, porque la puñalada viene pronto si es que no está ya en camino. Especialmente porque sin que nadie se lo haya preguntado Pedro Sánchez dejó caer en su comparecencia ante la prensa en Bruselas que también había tenido un encuentro con el líder del Frente Polisario, Brahim Ghali.
No sería descabellado pensar que se avecinan tormentas porque Marruecos no quiere compartir simpatías o deferencias: quiere todo o nada. Y en estos momentos siente que tiene el toro cogido por los cuernos.
Los ciudadanos asistimos al cruce de piropos entre los dos países, como quien sigue la pelota en un partido de tenis. Llevamos tanto tiempo escuchando buenas palabras y siendo testigos de buenas intenciones que ya nos resbala un poco el pampaneo.
En un escenario postpandemia se hará lo que se tenga que hacer. Los que queremos que reabra la frontera estamos hechos a la idea de que las cosas pueden alargarse hasta el infinito o, al menos, hasta las próximas elecciones.
Había esperanzas de que un Gobierno de otro signo político pudiera ser capaz de encauzar las aguas revueltas, pero visto el navajeo que hay entre el PP nacional y el PP de Madrid, una convocatoria anticipada nos deja en manos de los comunistas otros cuatro años. Nadie en su sano juicio vota a un candidato que no es capaz de poner orden en su propia casa.
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